Mientras ojeaba mi diario digital favorito en la tableta, oía como me llegaban los avisos en vibración de los twits de mi lista de “seguidos”, también podía oír los avisos sonoros del Whatsapp  y del Line en mi smartfone, el Facebook, a pesar de tenerlo sin sonido, tampoco se me escapaba, ya que diligentemente se encargaba de mostrarme ese cuadradito con la f en el margen superior izquierdo, avisándome de que mis “amigos” estaban activos.

En realidad, los días se me pasan sin darme cuenta, entre las horas de trabajo y otras cosas que me apetece hacer en mi vida personal, y no siempre tengo tiempo para mantener una gran actividad en mis redes sociales, aun así suelo estar pendiente y conectada casi siempre, y precisamente por eso se produjo la situación que os relataré a continuación.

Tenía varios correos sin leer en mi cuenta de Gmail, muchos publicitarios, ya podéis imaginar de cuáles. Durante varias horas tampoco había abierto ni leído algunos mensajes cortos en Wthatsapp, sobretodo algunos de un grupo de amigas que, dicho sea de paso, habitualmente tiene mucha actividad, a veces incluso vertiginosa, dirían algunos.

Esos días, dos, tan sólo dos días, no publiqué ni contesté a nada en Facebook ni en Twitter, parece que todo eso unido a que era domingo y que desde el viernes no había hablado con nadie ajeno a mi casa, llevó a más de una persona a imaginar que podía haberme ocurrido algún contratiempo. Empezaron a llegar mensajes por todas las aplicaciones y redes sociales preguntando si estaba bien, si me había pasado algo, yo seguía sin responder.

Al final, leyendo esos mensajes lograron alarmar a otras personas de mi entorno digital, a mi pareja le llegaban mensajes preguntándole por mí. Iba contestando que todo estaba bien, sin entender nada, por supuesto.

De esta manera les llegó esa especie de paranoia digital a mis familiares, que finalmente me contactaron llamándome por teléfono.  Una vez tranquilizada la familia, me vi obligada a publicar en todas las redes y aplicaciones de mensajería un “Estoy bien, simplemente tenía otras cosas que hacer”.  

¡Otras cosas! Esas palabras debieron sonar como una bomba porque las respuestas llegaron de inmediato, todo el mundo parecía entender que pueden haber «otras cosas», pero la  realidad había sido otra. 

Si las nuevas tecnologías nos conectan de esta manera tan fácil, directa y rápida, ¿qué pasa cuando sencillamente intentas vivir fuera de la red aunque solo sea por unas horas?

A todo esto la respuesta que más me impactó fue una en la que una amiga decía con un evidente alivio: “Gracias a Dios que estás bien”

En fin, el dios digital o el tecnológico, ese que ahora nos resulta imprescindible e irreemplazable  nos jugó una mala pasada, pero nos demostró que todo lo que tiene de bueno la conectividad, puede resultar, a su vez, algo obsesivo, o sencillamente no tan bueno.

Por favor, no olvidéis desconectaros de vez en cuando, y sobre todo, no olvidéis vivir la vida fuera de la red. Sin radicalismos, no quiero decir la vida real, porque también lo digital y lo tecnológico nos resultan reales y además nos mantienen cerca de los que no lo están tanto. ¿O no?

En fin, la respuesta a esta pregunta sería otro debate.

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