Ya llegaba tarde, su primera vez y llegaba tarde, Alceo corría paralelo al kabīr, el río que surtía de agua y nutrientes a toda la ribera. Saltó con facilidad el terraplén que había formado el río en su última crecida, su cabeza rapada sudaba al sol del medio día mientras corría entre los juncos, hoy era la primera vez que oficiaría con el maestro en la gran ceremonia de la siembra, y el maestro le advirtió que no fuera en busca de más dendrolívano, y estaba llegando muy tarde.

Era la temporada de siembra en la región de Spal, pero antes todos, los niños, los mercaderes, los artesanos, los labriegos, los nobles e incluso los ancianos del consejo, debían hacer la peregrinación al oráculo.

Hacía dos años que el oráculo no contestaba y habían acontecido una gran inundación del kabīr y una sequía, su maestro llevaba el último mes lunar rezando  junto al oráculo para que este fuera un buen ciclo.

Se había recogido las vestiduras, para que sus largas piernas permitieran poder correr con más soltura, aunque no fuera propio de un aprendiz de Majishan. Cuando casi sus pulmones no daban más de sí pudo ver la gente arremolinada alrededor del gran arco de Ren, resopló aliviado viendo que aún no se habían abierto las puertas del templo.

 Alceo pasó entre el bullicio para entrar por la pequeña  puerta lateral del templo, abrió la puerta, corrió entre los alumnos menores del claustro y con un vistazo pudo ver la calva arrugada del maestro.

El maestro nervioso por el día que era y la tardanza de su primer alumno, estaba apunto de abrir él sólo la puerta del templo, cuando giró sobre si mismo y pudo ver a Alceo correr hacia él mientras sacaba dendrolívano de su alforja, casi sin mirarlo se lo quitó de las manos y le dio una sonora colleja, ¡Abre las puertas cojones! le espetó, Alceo con la calva palpitante, corrió hacia la puerta para que la luz del sol pudiera iluminar el templo. 

El maestro era seguido por su primer alumno el cual vestía una túnica naranja y tenía una extraña señal roja en la cabeza, tras ellos los ancianos del consejo presididos por el mayor de todos, Rodcha que decían tenía más de cien ciclos y era transportado en un palanquín, detrás de ellos los nobles guerreros y después el resto de la región en un orden que se había establecido hacia ya muchos ciclos.

A lo largo de los tres dặm que separaban el templo del oráculo, no se escuchaban más que los pájaros en el cielo y algún bebé llorando esperando ser amamantado.

El oráculo se encontraba horadado en mitad de la gran ruina, empedrado en los metales más brillantes encontrados en ella. Era una gran cabeza humanoide, con un solo ojo de cristal y una losa negra mate sobre este, aunque el día de la siembra se tapaba con un manto del templo.

Una vez llegados al lugar, el maestro dijo las palabras mágicas “¡¡¡klaatu barada nikto!!!” y preguntó al oráculo si esta sería un buen ciclo para la región, tras lo cual  quitó el manto, quedando toda la región expectante de la respuesta….

Al medio Jikan de tiempo un fuego azul inundó el ojo del oráculo a la vez que sonaba las voces de cien pajaros en un solo eco, indicando todo esto que sería un buen ciclo. Todos rompieron a gritar de alegría y jubilo, el Maestro Alceo e incluso el viejo Rodcha, que pensaba para sus adentros, ¡¡Hoy ha funcionado el joio Solar Windows!!

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