Capítulo 0
“Siempre me ha gustado la lluvia. Me tranquiliza. Las gotas de agua pura que impactan sobre la piel y aportan una agradable sensación. Me hace sentir en contacto con la naturaleza. Aquel día también llovía, ¿lo recuerdas? Aquel nefasto día en el que tu corazón de detuvo, y mi mundo con él.”
Las oscuras nubes cubrían el ancho cielo dejando caer la lluvia sobre toda la ciudad. En el parque el agua caía por el pequeño tobogán cual río, y la arena estaba encharcada y siendo más una pasta fangosa que arena. En uno de los columpios había una joven, empapada e inmóvil. Sus mojados cabellos negros se pegaban a su cuerpo, al igual que la ropa que la cubría. Tenía la mirada perdida. Sus verdes ojos carecían de vida, de luz. A pesar de las grandes ojeras que presentaba, contrastando con la blancura de su piel, se notaba que era una joven hermosa. Parecía una muñeca de porcelana: hermosa, blanca, frágil, sin vida… Estaba sumida en sus pensamientos, imperturbable, como si perteneciese al paisaje del parque.
“Desde que tengo memoria has cuidado de mí. Cuando tenía cuatro años y papá nos abandonó tú asumiste su papel a pesar de tener solo ocho años. Me explicabas que papá se había ido de viaje y que volvería algún día. No lo debes recordar, pero una vez me dijiste que era astronauta, increíble ¿verdad?. Sabía que me mentías, pero esa forma de cuidarme me bastaba y fingía creérmelo. También recuerdo cuando esa horrible mujer que teníamos por madre tomó como hábito la violencia tras incrementar su consumo de alcohol. Siempre gritando, siempre de mal humor… Pero tú me defendías y te interponías entre ella y yo, tú me dabas fuerza para seguir adelante, porque con estar agarrada de tu mano ya me sentía segura.”
Unas lágrimas brotaron de los ojos de la joven recorriendo su rostro, juntándose con las gotas de agua. La muchacha reaccionó y se frotó los ojos.
– Ah, perdona… te prometí que no seguiría llorando… Lo siento hermano, pero te echo mucho de menos…sin ti…- La joven rompió a llorar cubriéndose la cara con las manos, mientras su llanto desaparecía bajo el sonido de la lluvia.
Capítulo 1
– Nos falta una pieza del puzzle hermano! Así no lo acabaremos.
– No te preocupes Diana, seguro que estará por la habitación, solo hay que buscarla bien.
Los dos pequeños se levantaron del suelo y empezaron a buscar la pequeña pieza que les faltaba. Era una habitación pequeña, de un color grisáceo triste, con una litera de metal y una mesita, situada al lado de un armario. Tras revolver un par de minutos, la pequeña Diana se incorporó rápidamente tras meter la mano detrás de la mesa.
– La tengo! La tengo!.- dijo contenta mientras corría a enseñársela a su hermano.
– Muy bien, que bien viene que seas enana.- respondió entre risas.
– No es cierto no soy enana!.- se indignó la pequeña.
– Vale, vale. Vamos a completar el puzzle.
Los dos hermanos se dirigieron al rompecabezas y colocaron la última pieza, acabando así el dibujo que había en este: un precioso lago con una familia de patos. Se miraron y sonrieron satisfechos. De repente, un fuerte estruendo se oyó desde la cocina. Seguido de unas violentas pisadas acompañadas de gritos. Diana se sobresaltó, por lo que rápidamente su hermano le sujeto la mano.
– Eric!! Eric!! Ven aquí!!
La puerta de la habitación se abrió bruscamente y apareció una mujer, desaliñada y con una botella de vino en la mano. Se acercó al niño y lo levantó por el brazo con fuerza. El repentino ataque provocó una mueca de dolor en el menor y del movimiento golpeó el puzzle, deshaciéndolo. Acto seguido la mujer se lo llevó a rastras y cerró la puerta con la misma brusquedad con la que la había abierto. La pequeña Diana se quedó allí, sola, mirando la puerta por la que habían salido y rompió a llorar.
Al cabo de un largo rato, la puerta del cuarto se volvió a abrir, pero esta vez solo estaba Eric. Cerró la puerta y se quedó mirando a su hermana, llorando en un rincón de la cama. Se acercó a ella y al sentarse a su lado ella le abrazó fuertemente.
– Vamos, no llores, ya tienes seis años, no hay que llorar.- dijo mientras le acariciaba la cabeza.
– Pero no has hecho nada.- respondió entre sollozos.- ¿Porqué te pega?
– No te preocupes, ahora volverá a empezar el colegio y estaremos casi todo el tiempo fuera de casa, y luego ya nos iremos de esta casa para vivir juntos.
La pequeña Diana asintió varias veces. El estar abrazada a su hermano y esas esperanzadoras palabras la tranquilizaban, aunque sabia que faltaban años para que su deseo se hiciera realidad. Eric observó las piezas del puzzle deshecho en el suelo.
– Mañana lo volveremos a hacer, ¿vale?
Diana volvió a asentir, y luego se quedaron en silencio, abrazados sobre la pequeña cama.
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El estruendo de un rayo cercano despertó a la joven de sus pensamientos. Diana levantó la cabeza con los ojos cerrados, sintiendo la fría lluvia en su rostro.
“En realidad la litera no nos fue útil hasta que cumplí los trece años, porque siempre dormía en tu cama. Me hacia sentir segura y que estabas conmigo, en vez de siendo agredido por esa mujer. Supongo que la tomó contigo porque te parecías a nuestro padre, o por aquella vez que te interpusiste entre ella y yo cuando jugando rompí unas copas, e intentó pegarme. Nunca podré olvidar su mano levantada contra mi, ni como tú le agarraste para que no me pegara, aunque eso provocase que te diera a ti. Te admiraba tanto…te amaba tanto…”
Otro rayo interrumpió a la joven. Esta vez sonó mas fuerte y la luz fue más intensa. Diana sin embargo no se inmutó. Seguía con el rostro hacia el cielo, sintiendo la lluvia.
“Tampoco podré olvidar el día que te fuiste. Habías cumplido los dieciocho un par de meses atrás. Aquel día también llovía…curioso ¿verdad? Me despertaste en mitad de la noche…”
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– Diana, ey enana, despierta.
La joven se despertó a duras penas con los ojos prácticamente cerrados por la luz de la linterna que la apuntaba, y murmurando algo imposible de entender.
– Diana!
Diana abrió más los ojos al escuchar a su hermano.
– ¿Eh? ¿Qué pasa Eric? Es muy tarde… .- dijo acompañando con un gran bostezo.
Su hermano no dijo nada, se quedo observándola con tristeza. Se acercó y la abrazó con ternura. Diana no entendía lo que pasaba, pero le gustaba recibir abrazos de su querido hermano, así que no opuso resistencia ni dijo nada.
– Quiero que tengas algo muy en cuenta enana, te quiero muchísimo, eres quien mas me importa y quiero protegerte…- se calló unos segundos, cogió aire y prosiguió- Por eso he de marcharme, pero volveré a por ti, lo prometo.
– ¿Marcharte? ¿A dónde?.- dijo alterada y bien despierta. Al no obtener respuesta de su hermano y ver una maleta en su mano saltó de la cama.- No puedes marcharte!! No me dejes sola… no puedes dejarme sola…
Diana empezó a llorar y se agarró a la camisa de su hermano.
– No te vayas…por favor.- susurró entre sollozos.
Eric se inclinó y le secó las lágrimas con la mano.
– No es para siempre, volveré a por ti, así que no llores, se fuerte y espera por mí, ¿vale?
Diana no dijo nada, se quedó callada, llorando. Eric le besó la frente y le dio otro fuerte abrazo. Luego abrió la puerta y desapareció en la oscuridad.
Ignorando la promesa con su hermano, Diana rompió a llorar abrazada a su almohada, y así pasó toda la noche.
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“Esa fue la segunda vez que más lloré en toda mi vida. Mi hermano, mi apoyo, mi héroe se había ido…dejándome sola. No podía creérmelo, más bien, no quería creérmelo.”
Dos rayos seguidos iluminaron el parque, y seguramente toda la ciudad. La tormenta se acentuaba cada vez más. Pero Diana ignoró ese hecho y empezó a columpiarse, suavemente, como si su tiempo estuviese ralentizado.
Capítulo 2
“ Desde la misma mañana en que te fuiste mamá empeoró su humor. Pero tú ya no estabas para defenderme… Nunca te lo he dicho, pero entré en depresión. Me sentía sola, pensaba que me habías abandonado dejándome con esa mujer. No tenía ganas de seguir esforzarme, quería dormir y no despertar. Pero, para mi sorpresa, un mes después de tu partida, llegó una carta para mí”
Un fuerte timbrazo hizo abrir los ojos a Diana, que yacía tirada en la cama, abandonada, sin peinar ni mostrar el más mínimo afán de arreglarse. Se levantó y se dirigió a abrir la puerta.
– ¿Quién es?.- preguntó la chica antes de abrir.
– El cartero, traigo una carta.
– Mi madre no se encuentra en casa.
– ¿Es usted familiar de doña Diana Amenni?.- preguntó tras pensar unos segundos.
– Yo soy Diana, debe de haber un error, ¿no es para mi madre Isabella?.- respondió extrañada.
– No no, es para usted, de Eric Amenni, su hermano supongo.
El corazón de Diana dio un vuelco y sus ojos se abrieron como platos. Acto seguido abrió corriendo la puerta, y agarró la carta, arrancándosela de las manos al cartero. Se quedó quita, mirando la carta.
– Disculpe pero me tiene que firmar aquí.- dijo el señor mostrando un papel.
Diana asintió y firmó, luego se despidió, cerró la puerta y corrió a su habitación. Se quedó mirando la carta un rato, como si le diese miedo el contenido. Tras una larga espera se decidió y la abrió.
“Hola enana, ¿cómo estás? Bueno, con esa mujer supongo que no muy bien. Siento haberme ido tan de repente, pero tuvo que hacerse así. Estoy seguro de que no me has hecho caso y te has puesto a llorar, como si pudiera verlo. Quiero que seas fuerte, vendré a por ti tan rápido como pueda, te lo prometo. Así que quiero que me prometas que no llorarás, por favor. Te iré escribiendo cartas, una cada mes. No está mi dirección en la carta, por lo que no puedes contestarlas. Te echo muchos de menos.
Te quiere, tu hermano.”
Las lágrimas surgían sin parar de los verdes ojos de la joven, pero no por tristeza, estaba feliz, por primera vez desde que se marchó Eric. Se frotó los ojos con una risita.
– Lo siento hermano, pararé de llorar. Y esperaré por ti, así que date prisa en venir a buscarme. Que ya estás tardando…idiota…
Diana se tumbó sobre la cama, abrazada a la carta y se quedó dormida plácidamente, como si sus preocupaciones se hubieses evaporizado.
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El columpio se detuvo. La joven levantó las manos y las puso como si fuese un cuenco, dejando así que se rellenases de agua. Cuando ya había una cantidad razonable de agua, Diana se llevó las manos a la boca y bebió de allí. Al acabar se quedó mirando sus manos, blancas y frías y se sumergió de nuevo en sus pensamientos.
“Siempre mandabas las cartas, cada mes, tal y como me prometiste. Y como me pediste dejé de llorar. Decidí esforzarme y ser fuerte, para que estuvieses orgulloso de mí. Da igual que nuestra madre me gritará o golpeara, siempre tenía la esperanza de que pronto ibas a venir a buscarme, y me lo repetía todas las noches y mañanas: sé fuerte Diana, mañana vendrá a por ti. Suena absurdo, y en mi interior sabía que no iba a ser al día siguiente pero, algún día iba a ser, y esa frase me animaba a seguir.”
Diana se levantó del columpio, y al hacerlo se desprendió del agua que se había quedado retenida. Estaba realmente empapada, como si se hubiese zambullido en el mar. Se colocó bien el pequeño bolso sobre el hombro y empezó a caminar, sin prisa alguna. Salió del parque y caminó por la carretera, que estaba vacía, pues la gente se resguardaba de la fuerte lluvia. De pronto se quedó quieta, mirando hacia una grieta que había en un muro, de la cual surgía un pequeño diente de león, que había perdido gran parte de las semillas y se zarandeaba bruscamente a cause de las gotas que le impactaban.
“ Ah…esa flor…cuantos recuerdos… ¿Lo recuerdas, hermano? Yo perfectamente. Es la misma flor que venía en la última carta que me mandaste. Aquella mañana del 3 de septiembre, el día en el que cumplí los dieciséis años”
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El sonido de los pájaros, acompañados del sonido de la lluvia despertaron a la joven, que remoloneó y se giró. Acto seguido, como si el mundo quisiera acabar de despertarla sonó el timbre. La primera vez Diana no reaccionó, pero a la segunda vez que sonó abrió muchos los ojos y salió a abrir. Frente a la puerta, asombrado por el barullo se encontraba un hombre mayor, el mismo cartero que le entregó hace dos años la carta de despedida de su hermano.
– Buenos días Diana, feliz cumpleaños.- dijo el amable cartero mientras le extendía una carta dorada y un par de rosas.- Las flores son de mi parte, y la carta, adivina de quien.- aclaró con una risa.
– Ay gracias Santiago.- respondió feliz la joven dándole un fuerte abrazo y cogiendo los presentes.
– No iba a fallar esta vez.- dijo con una sonrisa.- ya me supo mal no darte nada el año pasado, a una jovencita tan guapa como tú.
– No te preocupes, si lo descubriste el año pasado cuando me trajiste la carta de mi hermano, no tienes que sentirte apenado.- respondió mientras olía la flor con los ojos cerrados y una sonrisa en la cara.
El anciano cartero observó a la joven con ternura, llevaba un año entregándole las cartas y se habían acabado haciendo buenos amigos. La joven se fijó en que la estaban observando.
– ¿Qué pasa Santiago?
– Nada hija nada, ¿has estado bien últimamente con tu madre?.- preguntó preocupado.
Se hizo el silencio. Diana se quedó observando la flor y haciéndola girar lentamente.
– Sí. Casi no pasa tiempo en casa, no me sorprendería encontrarla vomitando en el baño de cualquier hombre….-respondió la joven con el rostro serio y odio en la mirada.
Santiago percibió ese odio y le acarició la mejilla.
– Diana, pequeña, no digas esas cosas. Una chica tan guapa como tú es mejor cuando sonríe y es feliz.- dijo con ternura. La joven sonrió y tendió su mano sobre la del anciano.
– Gracias por todo Santiago, de verdad, hablar contigo y estas cartas que me traes me hacen feliz.
– Oh si, casi se me olvida, es que la edad… .- soltó un par de carcajadas y luego abrazó a la joven.- vas a ser muy feliz, porque te lo mereces y te lo has ganado. Ha sido un placer conocerte Diana.
– ¿Qué dices? Si lo dices así parece que no nos vamos a ver nunca más.- respondió con una risilla la joven, confusa.
Santiago se apartó, le sonrió y se fue. Diana se quedó despidiendo a su amigo con la mano mientras se iba, extrañada por la despedida. Luego cerró la puerta y corrió a su habitación. Se tiró sobre la cama y abrió la carta. Al sacar el papel de su interior cayó una pequeña flor, un diente de león, con todas sus blancas semillas conectadas en el centro. La observó sorprendida, y acto seguido leyó la carta:
“MIL FELICIDADES ENANA! ¿Cómo has estado? Te habrás sorprendido al ver la flor eh jajaj. Tu regalo de cumpleaños es un deseo, ves a la pequeña playa que está pasado el parque al que solíamos ir, ya sabes, la que tiene el pequeño acantilado a la derecha, sobre el cual está el manzano. Tienes que ir a la parte de arriba, donde el manzano y soplar las semillas de la flor. Si lo haces bien tal vez se te cumpla el deseo jeje.
Te quiere, tu hermano.”
Diana se quedó observando la flor. Sonriendo para ella misma. Se levantó y cambió rápidamente de ropa. Se puso las botas, cogió la flor y la carta y salió de la casa corriendo. Pasó el pequeño parque, con sus dos columpios, su tobogán y su balancín. Siguió corriendo hasta llegar a la playa. Levantó la vista y vio su destino, el manzano. Se acercó tranquilamente. Al cabo de unos cuantos minutos llegó y se situó casi al borde, pues una valla impedía el paso. Alzó la pequeña flor a la altura de sus labios.
– Ven a buscarme ya, pedazo de idiota.- y sopló, provocando que las semillas se despegarán y se alejaran por el aire, bailando de un lado a otro sin chocarse entre ellas.
– Pedazo de idiota es un poco brusco, ¿no crees?.
Diana se quedó paralizada. Aquella voz. Se notaba cambiada, más madura, pero la habría reconocido siempre. Se giró bruscamente, como si se hubiese librado de la parálisis inicial, y vio a un joven.
– HERMANO.- gritó con los ojos cristalinos mientras se lanzaba a abrazarlo. Eric correspondió el fuerte abrazo que casi lo desestabilizó. Diana empezó a llorar mientras abrazaba a su hermano.
– Oye oye, que te hice prometer que no llorarías más.- dijo Eric acariciándole la cabeza.
– Calla idiota.- dijo entre sollozos.- me has hecho esperar…
– Lo sé, lo siento. Estoy orgulloso de ti, has aguantado muy bien.
La joven asintió varias veces. Eric apartó suavemente a su hermana.
– Diana, he estado ahorrando todo este tiempo, y ya tengo el dinero suficiente para que vivamos juntos, separados de esa mujer. ¿Quieres?
Diana se quedó atónita. ¿Vivir con su hermano? Se hizo el silencio durante un minuto que se hizo casi eterno. La joven se secó las lágrimas con la mano y sonrió de oreja a oreja.
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