¿Cómo leer Barro?

Puedes leer esta historia sin banda sonora, pero si prefieres una experiencia más completa, cuando aparezca ► puedes escuchar la música que acompaña al fragmento en la lista “Barro” de Carolina Castro Huercano en Spotify: http://open.spotify.com/user/1155533164/playlist/4pDI8DvHA1P0MZF6A2sEfE

1.  Tránsito

► Algo ha cambiado para siempre. (Tulsa)

“Algo dentro de mí se ha roto, se ha partido como una nuez. Habría pedido que esto no nos pasara a ti y a mí. […]

Algo ha cambiado para siempre

Algo ha cambiado para siempre.”

A veces me gustaría coger un coche y desaparecer, nunca un autobús, es el único medio de transporte que me marea. Después me intento imaginar qué pasaría conmigo, cómo sería mi vida en esa otra parte, y lo único que veo es un universo negro, sin ruido, sin aire, sin imágenes. No sé si me paraliza el miedo o es que realmente no hay nada más allá de esta anodina forma de vida.

Miro los edificios, y mi ciudad, y me parecen solo utopías de lo que quisiéramos ser. Colmenas de cemento con cubículos renovados una y otra vez por sus usuarios en un esfuerzo inútil de alcanzar la belleza. El mundo y yo estamos en proceso de descomposición, y no hay vuelta atrás.

Hace tiempo que no hago nada que me guste de verdad, y es que ya no me acuerdo de a quién quería parecerme cuando soñaba despierta. Tengo una máscara para cada día de la semana, casi siempre con gesto triste o aburrido y colores siniestros que probablemente asusten a los niños al verme pasar. Quiero que me guste la gente, de verdad, pero no puedo evitarlo, la mayoría me deja indiferente o me da simplemente asco.

Abel era distinto, a él le quería, ha sido la única persona que he amado o eso creo. Confiaba en él a ciegas, sentía que si me agarraba a su mano, ya nunca me caería, y un día solo tuvo que soltarla para que pudiera caerme directa a este pozo oscuro donde vivo ahora.

¿Puede ser que lo imaginara todo? ¿Proyecté sobre su cara tan normal a ese hombre idílico que realmente no existe? Sé que estaba ciega y drogada por la fantasía del amor, y ¿eso está mal? La vida es sueño o lo puede ser, aunque ahora me parece una pesadilla muy real.

Voy tan a la deriva que me ahogo al respirar, lo único que hago es deambular por los espacios, entre la gente y alrededor de mí. Busco lugar que ya no sé si existe, mi lugar lejos de él. Después de 26 años girando sobre mí misma como una peonza, todo se ha vuelto gris. No siento que pertenezca a ninguna parte, y a pesar de todo, sigo teniendo fe.

Por fin la parada de la universidad, mi cabeza estaba aún llena de reflexiones muy recurrentes en los momentos de tránsito. Ya no aguantaba más ese hedor a humanidad estancada en el autobús, siempre me entran ganas de vomitar, tanta fealdad en tan poco espacio debería ser un crimen. Como siempre empecé el día asqueada. Los autobuses estaban llenos de viejos y adolescentes, y no hay nada más desesperanzador que ese olor a viejo podrido con un toque de tabaco y colonia al estilo Varón Dandy, o escuchar alguna de las conversaciones llenas de tacos de descerebrados con granos conectados a dispositivos.

Necesitaba respirar aire fresco, acababa de llover y olía a tierra mojada. Cerré los ojos unos instantes para poder concentrarme en ese olor, pero la gente a mi alrededor se tropezaba conmigo, no podían dejar de moverse, la marea humana se aceleraba hacia sus espacios de trabajo, y eso me recordaba que debía hacer lo mismo que los demás.

Recorrí todo el camino pisando solo los adoquines amarillos y evitando los blancos, dando saltitos como aquella niña ingenua que creía que en la ciudad Esmeralda resolverían sus problemas. La verdad es que solo quería evitar pensar en las caras macilentas de aquel despacho viejo y oscuro donde nunca brillaba nada, y mucho menos las personas.

Mario estaba sentado en primera fila y me miró con recelo, sin decir absolutamente nada. Ya sabía qué significaba eso. Habían convocado una reunión a primera hora y no me había acordado.

─¿Cómo puedes llegar tarde otra vez Amanda? Te estás jugando la beca, te lo advierto ─Mario era así de asfixiante, a veces me imaginaba estrangulándolo con su corbata de patos color verde cazador.

─Quiero que me busques bibliografía para mi ponencia de la semana que viene.

─Pero Mario, esto no tiene nada que ver con mi tesis ─protesté mientras la sangre me subía a la cabeza y comencé a ponerme roja.

Mario puso los ojos en blanco y empezó a teclear en su portátil, probablemente algún email a una de sus amantes, todas alumnas suyas. Tenía una increíble habilidad para hacerme sentir invisible.

Ese funcionario hipócrita había definido mi tesis con palabras como “inconsistente”, “oscuro”, “poco científico”. ¡Pero si él ni siquiera era un experto en mitología hebrea! Le pareció ridícula mi idea de hacer un golem de barro para documentar el proceso fotográficamente. A mí lo que me parecía ridículo era estar ahí plantada, escuchando a ese déspota sin más talento que el de saber cómo copiar las ideas originales de los demás.

Después de todo el día delante del ordenador leyendo artículos para la ponencia me dolía mucho la cabeza, sentía el peso de la realidad sobre mí.

Salí de la universidad, y creí que iba a explotar cuando en el autobús la gente se pegaba demasiado a mi cuerpo, transmitiéndome toda su asquerosa mediocridad. Era como si alguien estuviera divirtiéndose exprimiendo mi cabeza con unos dedos gigantes y puntiagudos. 

La farmacia ya está cerrada, y me encontraba demasiado mal para coger otro bus y buscar una de guardia. Me estaba volviendo loca, necesitaba Ibuprofeno para poder pasar la noche. Celia era la única vecina que conocía, vivía justo enfrente.

Llamé al timbre y nada. Volví a llamar y me pareció escuchar sus pasos hasta la puerta, seguramente estaba observándome por la mirilla sin hacer nada. Era esa clase de persona, de las si ven a alguien moribundo en la calle pasaría de largo.

─ ¡Celia! Soy yo, Amanda, tu vecina. Necesito una pastilla ─Mi voz salió inesperadamente rota. Oí como unos pasos se alejaban. Probablemente la asusté o simplemente estaría viendo su serie favorita.

Llamé a varias puertas sin éxito. Al final del pasillo escuché música muy alta. Me acerqué y había un cartel que ponía “The Event”. Llamé o más bien aporreé la puerta y salió un chico de gafas negras gigantes, camisa estampada retro, los ojos rojos y la sonrisa exagerada.

─ ¡Hola!, entra, entra.

Me dio la espalda para correr impaciente al salón, así que le seguí para pedirle una pastilla. El piso estaba infestado de retro hipsters. A mi alrededor todo el mundo se reía con mueca cool o se enrollaban los unos con los otros. Siempre había criticado esa pose pseudo─intelectual, y me burlaba de ellos en los pasillos de la universidad, pero ahora me parecían tan libres dentro de su trampa de cualquier tiempo pasado fue mejor. Por fin el chico se paró.

─ Hola, soy tu vecina y llamaba para pedirte…

─ Perdona, ¿Qué has dicho?

─ ¡Que necesito una pastilla!, me duele mucho la cabeza ─dije casi gruñendo, aunque me pareció que me faltaba algo y tras una pausa sin sentido intenté ser agradable y dije ¿es tu cumpleaños?

─ No, no es mi cumpleaños ─respondió riéndose como si hubiera dicho una tontería.

─ De hecho, odio las fiestas de cumpleaños, demasiada presión.

Yo siempre metiendo la pata, nunca había entendido los patrones sociales y cuando intentaba seguirlos siempre lo fastidiaba.

─Oye ¿y tú con quién vienes?

─Te lo acabo de decir, soy tu vecina y necesito un ibuprofeno.

─Ah, bueno, no nos hemos presentado, yo me llamo Carlos ─dijo sonriente y me dio dos besos ante mi mirada de ira creciente.

Su sonrisa me molestaba de una manera irracional, me irritaba la gente que parecía tan feliz, me hacían sentir una fracasada, aunque fuera solo una pose.

─ ¿Tienes o no tienes una pastilla? ─dije con un tono ácido.

─Pues, no, pero aquí hay mucho alcohol, seguro que te sirve de analgésico ─Me contestó cambiando el tono, de repente seco y tajante, y se marchó.

Pensé en volver a casa y meterme en la cama con la colcha hasta las cejas, eso es lo único que podía hacer. Cuando estaba a punto de salir del apartamento esa canción me detuvo.

► Summertime Sadness. (Lana del Rey)

Kiss me hard before you go

Summertime sadness

I just wanted you to know

That, baby, you’re the best

Aquel día en casa de unos amigos, escuchamos Summertime Sadness por primera vez y Abel se burló cantándola con un tono exageradamente melodramático. Él se reía de todo, como si nada tuviera importancia. A mí me pareció hermosamente oscura, pero no dije nada y también me reí. No sé por qué.

Aquel recuerdo me hizo tener una necesidad imperiosa de emborracharme. Hacía siglos que no lo hacía porque ya no tenía amigos con los que hacer ese tipo de cosas. Los abandoné a todos para entregarme a él, y eso no era necesario, ahora lo sé.

Una fiesta llena de desconocidos era un sitio perfecto para perder el control. En la mesa había botellas de todos los colores y marcas, pero a mí me daba igual, así que me bebí dos vasos seguidos de algo marrón con otro poco de algo azul. Enseguida empecé a sentirme mejor, ya no me dolía la cabeza, y extrañamente necesitaba bailar. La música me penetró instantáneamente y una especie de frenesí endorfínico me hizo elevarme del suelo y volar.

Se me acercaron unos cuantos tipos de flequillos hasta la nariz que me hicieron reír, aunque puede que ellos se estuvieran riendo de mí. Entonces vi a William Shakespeare enrollándose con una chica de pelo negro y cara extremadamente blanca que se parecía a Alaska, los dos me miraron y sonrieron, como si fueran cómplices de algún perverso juego que yo no comprendía. Mi mente comenzó un extraño viaje, creo que lo que tomé despertó algo dentro de mí que llevaba siglos narcotizado.

2.  Despertar

► Rain. (Ryuichi Sakamoto)

La luz del sol se clavaba en mis ojos y me despertó. Era extraño porque nunca me olvidaba de bajar las persianas. Tenía la certeza de había hecho algo horrible, aunque no sabía qué. Puede que hubiera tenido una pesadilla, al fin y al cabo, rara vez no las tenía. Era así desde que era niña, siempre me perseguía algún monstruo sobrenatural que al final terminaba devorándome de una manera más o menos dolorosa.

Me faltaba el aire. Me levanté con dificultad porque encima de mí había todo tipo de objetos, una lámpara, un bolso, una taza, un muñeco…Miré a mi alrededor y parecía que un tornado había pasado por mi habitación. Ropa, zapatos, papeles decoraban suelos y paredes de forma arbitraria.

Quizá todavía estaba soñando, pero la sensación de humedad en mi piel era demasiado real. Mis manos, mis brazos, hasta mis piernas estaban cubiertas de barro, igual que la cama y las paredes. Antes de poder sacar ninguna conclusión, me entraron arcadas, salí corriendo, abrí la puerta de mi habitación, atravesé el salón tropezando con todo tipo de cosas que no alcancé a ver y llegué por fin al baño, donde una asquerosa mezcla de vómito y arcilla salió de mi cuerpo quemándome por dentro.

Como en un trance, recostada sobre el váter, recordé retazos del rompecabezas de la noche anterior. Un chico con el pelo largo, ¿o era una chica?, me hablaba de su clase de filosofía mientras yo me reía a carcajadas e intentaba abrir la puerta de mi casa sin éxito. El salón a oscuras con muchas sombras de faros de coches en movimiento y yo sentada, mirándolo en trance. Un relámpago en mis ojos, mis manos moviéndose rápido sobre algo marrón. Un cuchillo, o dos, con los que modelaba y cortaba algo. Un mantra de palabras en otra lengua que repetía cada vez más fuerte.

Un sonido sordo y penetrante hizo que se esfumaran aquellas extrañas imágenes. ¡Dios mío! Algo se movía dentro de mi bañera, justo detrás de la cortina, una sombra muy real. Instintivamente salté hacia atrás con tanta fuerza que mi cabeza terminó aplastándose contra el bidé.

─ ¡La cabeza otra vez no!

Abrí la puerta tambaleándome y en la cocina cogí lo primero que me encontré para usarlo como arma, que resultó ser un rodillo de madera. La puerta se abrió, y yo allí plantada en medio del salón, con las rodillas flexionadas, preparada para atacar, sin saber qué hacer, me quedé congelada, todos los músculos en tensión, se me cayó el rodillo cuando la vi.

Sus ojos grandes y verdes me escudriñaron sin pudor. Era una mujer desnuda, inmensa, bella, totalmente embadurnada de barro.

¿Pero qué pasó anoche? ¿La dejé entrar yo? Si las dos estamos igual de manchadas…¿qué hemos hecho en la ducha? Por un momento me imaginé a esa mole empotrándome contra la pared de la ducha, y me pareció tan sensual. Nunca me había atrevido a hacer algo así, pero ¿y si anoche el alcohol me dio el empujón que necesitaba? ¿Qué hago que no le digo nada? Debía pensar que era una psicópata, trayéndola a mi casa y despertándome así.

─Hola ─le dije con voz temblorosa.

Ella ni siquiera pestañeó. No dijo ni hizo nada. Parecía que estuviera esperando algo de mí, pero ¿qué?

─Entiendo que estés enfadada, esta no es manera de tratar a una invitada. Porque anoche tú y yo…Perdona pero no me acuerdo de nada, no soporto muy bien el alcohol, la falta de costumbre…. ¿Sabes por qué estamos llenas de esto? Intenté relajar mi voz, aunque su silencio me estaba poniendo más nerviosa. Ella seguía sin moverse y no dejaba de mirarme fijamente.

Decidí acercarme un poco más a ella, su cuerpo se parecía a esas esculturas griegas esculpidas para ganar unas Olimpiadas. No sabía cómo se había fijado en mí, yo no hago nada de ejercicio y se nota bastante. Le sonreí un poco forzada. A lo mejor no hablaba español. Do you speak English? Deutsche? Français?

─Por favor, ¡di algo! ─grité desesperada.

Ella asintió con la cabeza. Bueno, quizá estaba un poco tocada. El caso es que mi casa estaba hecha un desastre y no tenía ni idea de qué hacer con ella.

─Anda, vamos a limpiarnos esta asquerosidad. No sé dónde estará tu ropa, pero algo te puedo dejar de mi…de un amigo. No sé por qué no dije la palabra “novio”, quizá porque ahora ya solo era mi ex. Yo seguía con mi monólogo, por si me respondía a algo.

─Ven por aquí, ya conoces la ducha, ¿no? ─dije con un sarcasmo que aparentemente solo yo entendí. Entra, venga te cierro la cortina. Silencio. Descorrí la cortina y le señalé el grifo, pero no hizo nada.

─Siéntate, yo te ayudo

Ella se sentó dócilmente, bueno al menos me entendía. Cogí la ducha y una esponja y comencé a quitarle el barro del cuerpo. Era extraño, pero aunque era una desconocida, me sentía muy cómoda haciéndolo.

Le pasé la ducha por las piernas, glúteos, pechos, espalda, hombros, y me fijé en su piel tan tersa y perfecta, sin darme cuenta alargué la mano para tocarla, entonces vi algo en su cuello que me paralizó de inmediato.

Emet.

Inmediatamente solté la ducha y me quedé allí plantada, mirándola, sin saber qué hacer. Tenía que haber otra explicación, esto no podía estar pasando.

¿Quién es Emet? ¿Eres tú? ¡Respóndeme! ─pregunté con la voz agrietada mientras las piernas me temblaban.

Ella se quedó mirándome, como procesando la pregunta durante unos segundos pero no contestó. Apagué la ducha y la sequé con cuidado, observando su complexión extremadamente musculosa, su indiferencia, y sobretodo esa mirada vacía, como la de un autómata. Le di una camiseta vieja y unos pantalones de deporte viejos de Abel, la caja con sus cosas llevaba un año junto a la puerta esperando a que viniera a recogerlas.

─Siéntate en el sofá ─le dije bajando la voz, intentando sonar tranquila,  aunque de repente tenía un nudo en el estómago.

─Voy a mirarte el cuello, no te muevas por favor.

Le retiré suavemente su pelo castaño y ondulado del cuello, atenta a cualquier movimiento extraño. Observé de cerca la palabra Emet. No se trataba de un tatuaje, tenía relieve, estaba prácticamente grabada en su piel y de hecho la forma de escribirla me parecía muy familiar.

─ ¡Dios! ¡No puede ser! Esto es una pesadilla ─me levanté vociferando y agarrándome la cabeza como si fuera a caerse.

¡Era mi letra, mi propia letra en el cuello de aquella mujer!

Sabía muy bien qué significaba esa palabra. Emet es verdad en hebreo, la suelen llevar escrita los golems en alguna parte de su cuerpo como un botón de apagado, un seguro de vida para el creador, porque son criaturas inestables y violentas, o porque ya han completado su misión. Cuando borras la letra “e” queda “met”, que significa muerte y el golem vuelve a ser barro y muere, si es que alguna vez estuvo vivo. Nunca pensé que existieran de verdad, ¿lo había creado yo? ¿por qué no lo recuerdo?. Si fuera tan fácil, habría golems por todas partes. No entiendo cómo ha pasado esto, y ¿cómo es que es una mujer?, los golems siempre son hombres. Estas criaturas existen para obedecer en todo a sus creadores, no tienen voluntad propia. Pues vamos a ver si es verdad.

─Levántate.

La golem se levantó instantáneamente, casi marcialmente, como un soldado sin alma.

─Recoge lo que hay en el suelo y ponlo en esa mesa.

En pocos segundos recogió todas las cosas que había tiradas, era increíblemente rápida, pero casi todo llegó roto a la mesa.

No parece tener mucho control sobre su fuerza, ¿por qué no se me habría ocurrido otra cosa que ordenarle? Se me olvidaba que los golems tienen una fuerza sobrehumana, son asesinos letales. ¿De cuánta fuerza estábamos hablando?

─Levanta el sofá.

Cogió el sofá con una sola mano y lo levantó hasta la altura de mi cabeza sin ningún esfuerzo.

─ ¡Suéltalo! –Dije de repente asustada ante tal demostración.

Ella lo soltó de golpe y sonó como si hubiera estallado una bomba en mi casa. A los pocos segundos llamaron a la puerta. ¿Quién sería? No sabía qué decir, ¿Qué excusa podría dar? El timbre seguía sonando.

─Siéntate en el sofá y no digas nada, bueno, tú ya me entiendes.

Fui a abrir la puerta y a través de la mirilla vi a Celia, la vecina de en frente, la que ayer no me abrió la puerta, si lo hubiera hecho no me habría emborrachado, y quizá nada de esto hubiera pasado. Inspiré aire profundamente y entreabrí la puerta solo un poco.

─He oído un ruido muy fuerte, solo venía a ver si estabas bien ─dijo Celia con una sonrisa ensayada en su cara. Sí claro, solo quería cotillear.

─Estoy bien es que…es que…estaba cambiando los muebles de sitio y se me ha caído uno. ¡Qué torpe soy! Perdona si te he asustado Celia ─le dije mientras empujaba la puerta para cerrarla y su cara pegada a ella, pero insistía alimentada por su insana curiosidad.

─ ¿Y por qué estás cambiando los muebles de sitio a estas horas de la mañana?

─Feng Shui

─ ¿Feng Shui?

─Sí, sí, me acabo de dar cuenta de que toda mi casa tiene malas vibraciones, y es que no está bien orientada. Lo he leído en un libro.

─ Amanda, ¿no estarás drogada, no? Deja que te ayude…

Esa era su consigna para entrar a inmiscuirse en mi vida. No iba a dejar que eso pasase y menos con la golem aquí.

─No, gracias ─dije intentando disimular la enajenación mental que me causaba su falsa amabilidad.

─Tienes muy mala cara ─dijo sin el menor indicio de preocupación, a ella solo la movía una insaciable necesidad de meterse en las vidas ajenas.

Celia empujó la puerta y entonces vio a aquella mujer sentada en silencio, con la mirada perdida.

─Ah, no sabía que tenías compañía.

─Pues ya ves, no necesito tu ayuda. Hasta luego Celia y gracias.

Celia entró en casa sin ser invitada y se acercó a ella para escanearla a conciencia.

─Hola, soy Celia, la vecina de Amanda.

La golem ni se inmutó claro, los golems no pueden hablar ni actuar por si mismos sin su creador les ordene algo.

─Es …Emet ─dije sin pensar.

─ ¿Una amiga? ─dijo Celia intentando que le explicase quién era, pero yo no caí en la trampa, e inventarme una historia sobre la marcha hubiera sido peor.

─Sí, una vieja amiga ─dije intentando a que sonara como una ironía graciosa.

─Ah…No es muy habladora ¿no?

─No, no ahora mismo…no.

─Otro día te lo cuento Celia, ahora estamos ocupadas.

Cogí a Celia del brazo y prácticamente la eché al pasillo dándole con la puerta en las narices.

Me quedé mirando a la golem fijamente, procesando lo que me había pasado.

─Emet, te llamaré Emet.

  3.  Emet

Emet ya llevaba horas sentada en aquel sofá en silencio, mientras yo intentaba buscar una explicación racional para todo esto, leyendo artículos, repasando mis apuntes, buscando indicios en mi apartamento.

Decidí ponerle la tele, no porque pareciera necesitarlo, sino porque su silencio me daba escalofríos, y aquel ruido me tranquilizaba, me recordaba a todas las noches en casa de mis padres, cuando yo me acostaba y ellos veían la tele hasta muy tarde. Era el sonido de la normalidad. Intentaba pensar con claridad,

Abrí el armario donde guardaba el barro que compré meses atrás para la documentación fotográfica del golem. No quedaba nada, lo había usado todo, todavía me quedaban restos en el cuerpo. Si no recuerdo mal solo un rabino o una persona cercana a Dios puede conseguir crear un golem, al menos eso dice la mitología hebrea. ¿No se supone que la mitología no es real? Yo solo era una estudiante de doctorado, ni siquiera creía en Dios. Me esforzaba en recordar y solo lograba ver retazos de lo que parecían mis manos modelando algo.

Hubo alguien que consiguió descifrar el nombre de Dios y consiguió crear un golem, el rabino Judá León. Según varias fuentes lo creó en el siglo XVI para proteger a los judíos de Praga. Si es historia o ficción nadie lo sabe con certeza. Creo que yo la he creado, no hay otra explicación. El barro, mi letra grabada en su cuello, las imágenes que me vienen a la cabeza… ¿Pero cómo? ¿Cómo había hecho algo que escapaba a mi comprensión? ¿Qué podría tener yo en común con ese rabino? ¿Cómo pude descifrar el nombre de Dios? Todo esto parece sacado de una novela de ciencia-ficción, y aun así, cuando la miraba ella me parecía tan real, tan viva e inerte al mismo tiempo.

Ya era hora de comer, y ni siquiera sabía si me quedaba algo en el frigo. ¿Emet necesitaba comer? ¿El qué? No hablaba, así que ¿cómo podía preguntárselo? Se dice que los golems no pueden hablar porque no tienen alma, pero los niños no saben hablar en los primeros años de vida y sin embargo estoy segura de que tienen alma. Quizá debería empezar a replantear todo lo que se ha escrito y dicho de estas criaturas. Al fin y al cabo, hasta hace unas horas no creía que uno de ellos pudiera existir y mucho menos que yo lo hubiera creado.

Me acerqué a Emet y la observé detenidamente. En la tele estaban echando una peli en blanco y negro, una gran diva con trajes de época seducía a un galán estirado y con bigote. Cuando la actriz le sonrío y se ocultó tras su abanico, creí ver una mueca en la cara de Emet. ¿Estaría intentando imitarla? ¿Estaba aprendiendo?

Entonces, antes de que dijera nada, Emet se levantó y empezó a gemir. No sabía que estaba pasando, yo no le había ordenado nada. Cada vez gemía con más fuerza, con la respiración entrecortada. Se fue a la cocina y abrió los armarios buscando algo.

─ ¿Tienes hambre? ¿Sed?

Seguro que era eso, me recordaba a un cachorro de perro que tuve de pequeña. Aún no sabía dónde le habíamos puesto la comida y gemía justo como Emet cuando tenía hambre. También se meaba por todas partes, dios, espero no tener que limpiar su meada.

Le ofrecí un vaso de agua, se lo bebió tan rápido que casi se atraganta. Había pan del día anterior en la panera, algo duro, pero ella no le hizo ascos y lo engulló como si llevara siglos sin comer, aunque pensándolo bien, no había comido nunca.

─Vuelve al sofá, voy a hacerte una comida de verdad.

Ella me obedeció, aunque parecía seguir angustiada, probablemente aún tenía mucha hambre.

Saqué unos huevos y salchichas. Mientras cocinaba no podía dejar de pensar en lo que había pasado. En cierta manera, se había comunicado conmigo, de una forma muy rudimentaria, sí, pero su cuerpo parecía tener las mismas necesidades que las de cualquier humano. Quizá pudiera usarlo para enseñarle cosas, como a los perros de Paulov, al fin y al cabo muchos de los padres que conocía usaban el mismo método con sus hijos, el famoso premio-castigo.

Es posible que la información sobre golems no sea del todo cierta. Los judíos tenían que hacer propaganda del miedo para disuadir a sus enemigos. Si alguien consiguió enseñarles a hablar y a comportarse como nosotros seguro que lo mantuvo en secreto, ya que eso hubiera empañado su halo de misterio y el terror que infundían por no tener alma.

Puse los huevos revueltos con salchichas y un bote de kétchup en la mesa. Apagué la tele y Emet me miró, en sus ojos podía ver la angustia que sentía, su inmenso cuerpo debía estar al límite de sus fuerzas.

─Siéntate aquí y come lo que quieras, Emet ─dije con un tono cariñoso que hacía tiempo no le ponía a nadie.

Ella se sentó y se llevó la comida a la boca con las manos, como un animal.

─¡Para! ¡Así no! ─dije como una madre desesperada enseñando a un bebé de un metro ochenta.

Emet me miró desconcertada y paró.

─Coge el tenedor, esto es un tenedor. Mira como lo hago yo. Pincho la comida y me la meto en la boca. Ahora tú.

Emet me miraba atentamente cuando le hablaba. Enseguida imitó mis movimientos a la perfección.

─Muy bien, perfecto de hecho.

No podía creerlo, había aprendido con solo mostrárselo una vez. ¿Qué más podría aprender? ¿Cuál era su verdadero potencial?

Emet parecía casi feliz mientras comía. Eso me recordó que tendría que hacer la compra, no creo que Emet pudiera vivir a base de ensalada y yogur de plátano con galletas. Aunque tendría que dejarla aquí sola, todavía no me podía arriesgar a sacarla a la calle, no sabía cómo podía reaccionar. También tenía que comprarle ropa y zapatos de su talla.

Estaba agotada, me arrastré hasta el baño, me miré en el espejo y tenía los ojos hinchados y el pelo grasiento, me picaba todo el cuerpo por los restos de barro. Necesitaba una ducha. No es que Emet fuera a ir a ninguna parte si yo no se lo ordenaba, al menos hasta ahora no había hecho nada por voluntad propia.

Me metí en la ducha y el agua en la cara me hizo sentir mejor. Un cosquilleo en el estómago me hacía pensar que esta situación me emocionaba, me hacía sentir un poco más viva que ayer. Emet sería mi proyecto, mi tesis cobraría vida.

Todo esto me daba vértigo, pero por primera vez en años sentía emoción por algo. Salí de la ducha, me puse la toalla y abrí la puerta para coger ropa de mi dormitorio. Emet seguía en la mesa, con todos los platos vacíos claro.

Le dije que se sentase en el sofá y le puse un enorme bol de helado de vainilla bourbon, mi favorito, yo me puse otro más pequeño.

─Coge la cuchara y haz como yo.

Emet se tomó el helado con destreza y absoluto deleite. Al mirarla detenidamente me pregunté por qué la había creado tan bella. Sus facciones canónicas, sus ojos rasgados y verdes, eran irresistiblemente magnéticos, y todo a pesar de su tosquedad equiparable a la de una cavernícola.

Quizá mi mente se comportó como en un sueño, donde vemos lo que nos asusta o deseamos. ¿Es ella la mujer que temo o deseo ser?

─ Emet, te voy a enseñar a ser humana, a hablar y a pensar por ti misma, si lo consigues, tendrás alma ¿Te gustaría?

Emet se quedó perpleja, sus ojos daban vueltas como si hubiera dicho algo que no pudiera procesar, su programa de origen estaba bloqueado por algo que no era una orden concreta.

Aquel reto me hacía sentir especial, necesitaba conseguir por una vez algo extraordinario en mi vida. Me entraron ganas de ir al servicio y pensé que era una buena oportunidad para enseñarle a Emet. Me la llevé para que viera como hacía pipí.

─Ahora tú Emet.

Ella estuvo un buen rato, claro, me alegré mucho de haber pensado en esto antes de que le explotase la vejiga. Podría ser una buena idea que me siguiera a todas partes para que aprendiera lo básico.

Llegó la noche y estaba exhausta, parecía que me hubiera atropellado un camión emocional. Emet tenía los ojos cansados, pero su cuerpo seguía erguido en el sofá, como si no hubiera otra postura posible. ¿Dónde va a dormir? Solo tengo un dormitorio. El sofá estará bien. Le traje una almohada y mantas y le dije que se echase en el sofá. Ella obedeció, pero sus ojos seguían abiertos como platos y sus músculos en constante tensión, como si nunca dejase de estar alerta.

─Duérmete Emet.

Emet cerraba los ojos y después como si de un muelle se tratase los volvía a abrir. Quizá conciliar el sueño no es tan fácil para ella, al fin y al cabo no lo había hecho nunca. Le cogí la mano y le tarareé una canción de cuna que me cantaba mi madre cuando era pequeña.

Duérmete niño,

duérmete ya,

que si no vendrá el coco

y te comerá.

 

Sus ojos se fueron cerrando lentamente y por fin se quedó profundamente dormida. Me quedé pensando que la letra de la nana no era nada tranquilizadora, pero cuando era niña me encantaba. A veces con los años solo ganamos más miedo y Emet aún no conocía esa sensación.

Sentí el impulso de acariciarla y lo hice sin ningún pudor. Recorrí sus pequeñas orejas, su mentón anguloso, su pelo ensortijado, su nariz, sus labios carnosos…Había creado una mujer casi perfecta y al tocarla sentía que participaba de su exuberante belleza.

Ella era un ser sobrenatural que había conocido esa misma mañana, y sin embargo ya formara parte de mí. Me sentía serena, y eso era nuevo y en cierta manera me inquietaba, estaba segura de que no era normal sentirse así en esas circunstancias.

La penumbra homogeneiza objetos y personas, y a Emet la hacía más humana.

─Buenas noches Emet ─le dije susurrando mientras la arropaba.

► How can I live. (Ill Niño)

Me levanté sobresaltada, algo estaba pasando, podía sentirlo. Fui al salón y el sofá estaba vacío.

─ ¡Emet!

¡La puerta estaba abierta! No puedo perderla, ahora no. Salí corriendo al pasillo. Emet sujetaba a Abel por el cuello a varios centímetros del suelo.

─ ¡Basta Emet! ¡Déjalo! ¡Lo vas a matar! ─grité fuera de mí.

Emet me obedeció y soltó bruscamente a Abel, que se desplomó inconsciente en el suelo.

─ ¡Abel! ¿Estás bien? ¡Abel!

Abel apenas podía respirar y yo no entendía qué estaba pasando. La caja con sus cosas estaba tirada en el pasillo. Seguramente había venido a cogerla de madrugada para no verme y Emet había pensado que era un intruso. Pero ¿qué voy a hacer ahora? Si se muere meterán a Emet en la cárcel.

─ ¿Por qué has hecho eso Emet? ¡Contéstame! ─grité con un ataque de pánico. Llévalo dentro antes de que nadie nos vea.

Ella llevó a Abel al sofá sin hacer el menor esfuerzo y me miró con los ojos entornados, como si quisiera decirme algo, pero eso no era suficiente, había demostrado ser muy peligrosa. Quizá me olvidaba de que esa era su naturaleza. Abel empezó a despertarse.

─Métete en mi cuarto y no salgas hasta que yo te lo diga.

Ella obedeció y Abel me miró aturdido.

─Amanda ¿qué me ha pasado?

─ ¿Estás bien Abel?

─Me duele el cuello. Esa mujer por poco no me mata, ¿por qué estaba en tu casa? Se va a enterar…

─Para, quédate aquí ─le dije poniendo una mano sobre su pecho con total determinación a que no se levantase. En realidad sentí un instinto de protección irracional hacia Emet. Él me miró sorprendido, no era algo que yo solía hacer.

─ ¿Quién es? ¿Qué hace aquí?

─No pensé que fueras a venir a mi casa ─dije con una decepción que me pareció de lo más paradójica. Hice una pausa para procesar ese nuevo sentimiento. Vi en los ojos de Abel que él también se dio cuenta de que algo había cambiado. Cuando salíamos yo siempre me quejaba de que no viniera a casa y me hacía sentir como si no fuéramos realmente en serio. Llevaba tantos años teniendo esa horrible sensación de ser yo la que se entregaba y él solo se dejaba querer, que ahora me había convertido en esa persona cínica y amargada que había detestado toda mi vida.

Ya había escuchado eso de que un día te puede cambiar la vida para siempre, y sinceramente no creía que me fuera a pasar a mí. Si tenía un accidente y moría, qué más me daba si no me iba a enterar, pero de repente sentí que el mundo era distinto con Emet aquí, tan cerca de mí. Hasta entonces mi vida había sido básicamente… insustancial.

─ ¿Esa es tu respuesta? ¡Mira lo que me ha hecho esa loca! ¿No me vas a dar una explicación Amanda?

─Lo siento, ahora no puedo.

─ ¿Qué? Sí que has cambiado en un año, ¿no? Ahora mismo me lo vas a explicar o… ─dijo Abel en tono amenazante, como si aún tuviera ese poder sobre mí.

─ ¿O qué Abel? ¿O qué? Ni se te ocurra amenazarme, estoy harta de tus amenazas.

─ Vale, nada de amenazas. Me voy directo a denunciar a tu amiga.

─Lo siento Abel, eso no es posible. No voy a dejar que le hagas eso a Emet ─dije con absoluta determinación.

─Ah, se llama Emet. Pues me importa una mierda.

Abel se levantó y se dirigió hacia la puerta. Fui detrás de él, mi mente se desconectó de repente y el instinto tomó el control. Le derribé, caímos al suelo, él me empujó contra la pared y sentí mi cabeza a punto de romperse. En el suelo vi el rodillo de cocina que había cogido esa mañana para defenderme de Emet, pero esta vez lo usé para protegerla a ella. Golpeé a Abel con todas mis fuerzas, una y otra vez, sintiendo que por fin le devolvía todo el dolor y sufrimiento que él me había causado. De repente me di cuenta de lo que había hecho, las paredes estaban salpicadas de sangre y la cara de Abel era irreconocible…

Tiré el rodillo y grité como no había gritado nunca, con una inquietante mezcla de pánico y euforia.

Emet entró corriendo en mi habitación. Yo estaba empapada de sudor y temblaba. Había sido una pesadilla demasiado real.

─Todo está bien Emet, no pasa nada, solo era un sueño, no quería asustarte.

Es la primera vez en mucho tiempo que alguien estaba allí cuando me despertaba aterrorizada. Me emocionó de forma ridícula sentirme protegida y abracé a Emet. Ella me estrechó entre sus brazos con fuerza, como su supiera exactamente lo que necesitaba.

Antes de hacer el desayuno, bajé la caja de Abel a la calle y se la di a un mendigo.

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