El despertar

(Marcus)

Me sentía extraño, como si sobre el pecho tuviera una pesada viga de hierro. Parecía estar tumbado encima de una superficie fría, dura y plana que tanteé con las manos. El olor a humedad, moho, y lo que deduje sería orina; invadió mis fosas nasales haciéndome arrugar la nariz. Escuchaba a lo lejos el incesante goteo de alguna fuga de agua y me obligué a abrir los ojos para poder ubicarme por fin.

Al despegar los párpados; entre la tenue luz de la luna que se colaba por la raída persiana de una ventana, contemplé las diminutas virutas de polvo suspendidas en el aire, con tal nitidez, que me resultó sorprendente no llevar puestas las gafas.

Por alguna razón, continué tumbado. Mirando aquel desconocido techo sucio, viejo y lleno de manchas de colores diversos. Hasta que noté algo raro en la boca. Me llevé una de las manos a los dientes y sin ninguna dificultad, me quité el aparato dental. Al mirarlo me di cuenta de que eran un amasijo de hierros destrozados. Ni le di importancia, porque sentí otra cosa aún más incómoda. Lancé lo que quedaba de mis viejos brackets a algún lugar y me llevé los dedos al fondo de la lengua, sentándome en el proceso. Creía que de un momento a otro vomitaría, pero conseguí agarrar aquel objeto ajeno y tirar de el.

Cuando lo tuve en la palma de mi mano, lo contemplé sorprendido: era una flor, de un blanco lechoso y forma alargada. Quise examinarla con mayor detenimiento, intentando descifrar por qué razón estaba en el interior de mi boca, pero el eco de unas pisadas me hicieron olvidarme por completo de la flor.

Me puse en pie instantáneamente; en estado de alerta, al darme cuenta de que los pasos parecían acercarse a mi, así que agudicé el oído todo lo que pude. Eran singulares. Inseguros y lentos a intervalos. Como alguien que estuviera perdido y no supiera donde se encontraba. O alguien que estuviera buscando algo. Algo así como yo.

Examiné mi alrededor. Aparte de la evidente suciedad y abandono, el sitio estaba vacío. Era una habitación sin muebles. La ventana estaba cerrada a cal y canto, y la persiana amarillenta parecía a punto de romperse al más leve contacto. No había nada que yo pudiera coger y usar como arma para defenderme. Sólo un cochambroso ventilador atornillado al techo.

Maldije la situación mentalmente una y otra vez sopesando mis posibilidades. No tenía sitio alguno en donde esconderme. Salir por el marco que en viejos tiempos seguro rodeó una puerta, implicaba encontrarme con el dueño de las pisadas. Y romper la ventana crearía demasiado escándalo. Estaba perdido. No me quedaba otra y me puse de espaldas a la pared, junto a la entrada, para pillar desprevenido a quien apareciese.

Pero me quedé paralizado. Una especie de animal cruzó el umbral ante mis pasmados ojos. Medía al menos dos metros de altura y andaba erguido, con las dos patas traseras. Era una mata de pelo de color plateado, sobretodo abundante por la zona de la nuca y se le extendía hacia el lomo. Sus ojos eran de un naranja vivo, similar a las llamas de una hoguera; y enormes colmillos le sobresalían a ambos lados del hocico que parecía otear el aire en busca de algo…o de alguien.

Contener la respiración no me supuso ningún problema, pero la criatura fijó sus ojos en mi a los pocos segundos de haber entrado. Soltó el pesado aliento por la nariz, que era tan oscura como la piel de una berenjena, e incluso parecía ser similar al tacto. Estiró el cuello en mi dirección, mientras continuaba aspirando y espirando el oxígeno con rapidez. Tenía unas garras impresionantes, con negras y afiladas uñas. Ambas suspendidas en el aire. El monstruo entero se me echaba encima.

Escuché un gruñido ronco salir del fondo de su garganta cuando ya estaba a escasos centímetros de mi. Yo permanecía aturdido. Seguía sin moverme, ni un ápice. No quería escandalizar a aquella cosa. Parecía peligrosa. Irreal. Se me pasaron por la cabeza teorías absurdas; quizás me había quedado dormido mientras jugaba a la consola. Seguramente era eso. Pronto Kyle me despertaría con su música a todo volumen o pidiéndome café. Pero todo se destruyó cual castillo de naipes, cuando el morro de aquel engendro rozó la piel de mi cuello. Noté la humedad de su saliva y no pude evitar una mueca de asco. No era una pesadilla. Su cálido aliento dio de lleno en mi clavícula y enterró la nariz en los cabellos de mi sien. No dejaba de olfatearme y reaccioné.

Iba a matarme, eso estaba claro y yo no iba a permitirlo. Mi mano tanteó la madera que enmarcaba la inexistente puerta. La agarré y tiré de mi mismo con una inusitada fluidez. La criatura bufó por la sorpresa, pero mis piernas corrieron muy rápido. Nunca lo habían hecho tan deprisa. Las puertas cerradas o rotas pasaban a cada lado de mi cuerpo a una velocidad vertiginosa a través del largo pasillo. Era como si yo fuera montado en bicicleta, pero sin el cansancio que el ejercicio físico implicaba. Oía con claridad el ruido que hacían sus pezuñas contra el suelo. Se precipitaba hacia mi casi tan rápido como yo huía de él.

Encontré unas escaleras al final del corredor y fui consciente de que estaba dentro de un edificio en ruinas. Las paredes, adornadas de incontables grafitis y de algunos boquetes, parecían advertirme del peligro que suponía el simple hecho de estar allí.

Inexplicablemente, de un solo salto, sorteé todos los escalones del primer tramo y con la misma facilidad, me quité del medio el segundo. Aunque antes de llegar al tercero, el techo se desplomó frente a mi. Por fortuna, no me cayó encima.

Entre la polvareda que se levantó y los escombros que cayeron, atisbé a la criatura. Gruñó sonoramente, con furia, y supe que no podría escapar por más que lo intentase. Se puso en pie, regio, imponente y amenazador. Entonces, saltó hacia mi.

Me tiró al suelo, golpeándome de lleno en la espalda. En su arrebato, arañó mi camiseta, convirtiendo la tela que cubría mi pecho en jirones. Pero al contrario de lo que me esperaba…su áspera lengua barrió mi mentón hasta la ceja derecha. Llenándome de sus fluidos en el proceso.

Me olfateó durante lo que me parecieron interminables horas. Lamió mi cara, y mis manos cada vez que intentaba cubrirme con ellas. No pude levantarme y menos cuando se quedó dormido y su peso muerto cayó sobre mi. El paso del tiempo se convirtió en algo insoportable y no podía moverme por miedo a despertarle.

Pero curiosamente, ante mis ojos, la criatura se transformó en una persona. Poco a poco su forma animal dio paso a una humana y cuando quise darme cuenta, un tipo completamente desnudo estaba dormido sobre mi. No me cabía duda. Se trataba de un hombre lobo.

Eh, tío…¡despierta! – grité con rabia porque no me atrevía a tocarle. Sin embargo, obtuve el resultado que deseaba, porque se movió ligeramente. A los pocos segundos, alzó la cabeza y me miró. Había asombro en su cara. Aquellos ojos rasgados y grises como plata fundida me miraban interrogantes. Sin parpadear. Hasta que fue consciente de que no me conocía de nada y aún así, estaba desnudo sobre mi cuerpo.

Se levantó rápidamente, pero sin apartar la vista de mi.

Era alto, algo más que yo a simple vista. De piel clara. Cabello negro, pero abundante y con flequillo. Su oreja izquierda llamaba la atención porque estaba llena de piercings plateados de diferentes tamaños. Por sus rasgos, me dio la impresión de ser asiático.

Eres un vampiro–dijo con voz grave.

Tsk… – me puse en pie molesto, mientras me sacudía la polvareda de la ropa. Aunque el pestazo a animal no se me quitaba –. No digas gilipolleces. Si fuera un vampiro, lo sabría.

¿Entonces los colmillos son decorativos?

¿Qué…? – mis manos automáticamente viajaron a mi boca. Mis dedos acariciaron aquellos dientes puntiagudos y afilados. Quise hablar, pero no me salían las palabras. No me había dado cuenta cuando me quité el destrozado aparato dental. El desconocido se me acercó y posó sus dedos en el lado izquierdo de mi cuello.

Aquí están las marcas. Aún huelen al que te lo hizo. Eres reciente. ¿Me equivoco?

Yo…ni siquiera…

Extremadamente reciente. ¿No te habías dado cuenta todavía? – sus finos labios se curvaron en un ademán de sonrisa. Aunque por poco tiempo –. No comprendo cómo sigues vivo.

Reconozco que yo estaba en estado de shock. Las ideas viajaban a toda velocidad por mi mente. Las cosas que habían pasado en las últimas horas de mi vida por fin cobraban sentido. La falta de cansancio y la velocidad al correr. La innecesaria aspiración de aire aunque la mole de hombre lobo me estuvo aplastando por infinidad de minutos. Los brackets rotos que se encontraban en el suelo de alguna habitación del edificio. La existencia de aquel tipejo en pelotas y su álter ego peludo.

Yo desperté aquí…yo… –De inmediato, todos los recuerdos de la noche anterior volvieron a mi cabeza –. Alguien me golpeó. Por la espalda – me toqué la zona afectada. Donde había sentido el golpe, justo en la coronilla, pero ni rastro de lesión alguna –. Perdí el conocimiento y desperté aquí.

¿Cuándo fue eso?

Ayer. Creo.

Imposible. Se tardan mínimo veinticuatro horas en despertar como vampiro.

Entonces llevo aquí más de lo que pensaba – admití contrariado.

El desconocido me miró de arriba abajo con cara de póker. Me ponía nervioso y desvié la vista. No era cuestión de observar toda su anatomía plenamente expuesta ante mi.

Quítate los pantalones – ordenó como si tal cosa. Aquello no me lo esperaba y di un involuntario respingo.

¡Y una mierda! – ‹‹¿Acaso era un depravado sexual?››

Estoy desnudo. Necesito algo con lo que poder salir a la calle.

Pero mis pantalones no te cabrán. Tu cuerpo no es igual que el mío – me negaba tajantemente. Aunque me arrepentí de lo dicho. No quería que pensara que yo me había fijado en su cuerpo.

Cierto…dame tus calzoncillos, suelen ser elásticos. ¿Llevas?

¡Pues claro! ¿Eres idiota o qué te pasa?

Yo nunca llevo – respondió.

Esa es más información de la que me interesaba saber – hice una mueca de repugnancia –. No voy a darte mi ropa interior. No te conozco de nada.

Es cierto – se acercó a mi un par de pasos y me tendió la mano derecha –. Soy Sean. Sean Láng.

Reticente, le devolví el saludo.

Yo soy Marcus.

Bueno, Marcus. Ya nos conocemos. Dame tus calzoncillos, y tu sudadera.

¿Así le pides las cosas a alguien que acabas de conocer? Un chucho tenías que ser.

A zancadas me alejé de él y salí del pasillo. Entrando en una de las habitaciones vacías y sucias.

¡Por favor! – le escuché gritar a lo lejos.

¡Ni se te ocurra venir!¡no voy a desnudarme delante de ti! – chillé yo enfadado. La situación era, como poco, humillante. Estaba orgulloso de mi ropa interior, pero apostaba que él se burlaría de ella por ser de superhéroes. Me parecía increíble estar obedeciendo las órdenes de aquel individuo, más, siendo yo un vampiro.

Mientras me subía los pantalones nuevamente, volví a escuchar su voz.

A mi también me golpearon. No es habitual para mi despertar en sitios desconocidos, ni encima de extraños. Aunque admito que me sorprendió ver que sigues vivo. Debería haberte destrozado – dijo en cuanto me vio aparecer de nuevo con la pequeña prenda en la mano –. Normalmente los de mi naturaleza y los de la tuya no se llevan bien.

Me lo suponía. Te acabo de conocer y ya te odio – dije mientras le pasaba mis calzoncillos tipo boxer.

Alzó las cejas al tenerlo en sus manos, pero no dijo nada. Se los puso y volvió a mirarme.

Ahora la sudadera, por favor – Sean era más musculoso, como esos tipos que sí usan las pesas que tienen por casa. Yo siempre había sido un tirillas. Pero, por suerte para él, me compraba los abrigos algunas tallas más grandes de las que usaba realmente para aparentar. Me enfadé al entregársela, porque mi camiseta estaba hecha un asco.

Al ponérsela y subir la cremallera, pareció satisfecho.

Salgamos de aquí – dijo y se aventuró a los escalones. No sé porqué le seguí. Quizás porque en este nuevo mundo que se abría ante mi, él era lo primero que me había encontrado y eso le otorgaba cierta confianza por mi parte.

La puerta del vestíbulo, tres plantas más abajo, estaba abierta de par en par. Allí el olor a orines era más penetrante. Había cartones sucios y restos de cristales, muestra de que alguien había forzado la entrada.

Me detuve a medio camino. Sean no se dio cuenta y salió a la calle, a pleno sol y mirando de un lado a otro como para ubicarse. Parecía no inmutarse por salir en calzoncillos.

¿Qué haces? – volvió sobre sus pasos al percatarse de mi inmovilidad y se me acercó.

No puedo salir. Es de día.

Chasqueó la lengua y me cogió de la muñeca, para después tirar de ella con fuerza. Llevándome a mi en el proceso y sacándome a la luz. Cerré los ojos automáticamente esperando lo inevitable. Pero no pasó nada.

No creas todo lo que has visto en las películas. No vas a estallar en llamas – dijo con un tono divertido.

Soy un vampiro.

Y lo de la luz del día, una leyenda urbana. Estás muerto; sí, pero aunque saques un cadáver de su tumba y te lo lleves a la playa en pleno agosto, éste no se convertirá en cenizas.

Entonces he vivido engañado toda mi vida –. A pesar de que no se habían cumplido mis expectativas, me vi obligado a entrecerrar los ojos. El sol me molestaba un poco. Como cuando enciendes la luz de golpe tras haber estado durmiendo.

Eso parece –soltó mi muñeca y volvió a concentrarse en los edificios de alrededor. A mi no me sonaba ninguno. Ni siquiera creía seguir en Nibbletown –. ¿Tienes hambre? No has mencionado nada al respecto. Conozco un par de sitios donde se alimentan los vampiros. En la sombra.

Cuando caí en ese detalle, sentí ganas de morirme otra vez. ¿De qué se alimentaban los vampiros? De sangre. ¿Qué era yo? Un vampiro. Sean me miraba a la espera de respuesta.

Pasé demasiado miedo como para preocuparme por eso –dije con franqueza.

Él sonrió.

Soy bastante impresionante—el orgullo se le notaba a kilómetros.

Eres un perro horrible y baboso –mis palabras parecían divertirle, lo cual me fastidió más –. Me voy a casa – pediría un taxi. Quien fuera el que me había atacado, no me robó el dinero que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón. Otra buena razón para no habérselo dado a Sean.

¿Vives cerca?

No…no lo sé. ¿Tú sabes dónde estamos?

En Sonstreet. ¿Ves la torre Godd? – señaló al aire y, efectivamente, en la distancia se veía la imponente torre. El más alto edificio de la ciudad y punto de referencia para cualquiera que la visitara. Estábamos en el centro entonces.

Vivo cerca – dije y comencé a alejarme de Sean –. Un placer – me despedí con la mano y seguí mi camino. Aunque a diferencia de lo que pensaba, no iba a hacerlo solo. Mi nuevo conocido me seguía los pasos. Me detuve –. ¿Qué haces?

Ir contigo.

¿Por qué?

Siento curiosidad.

¿Por dónde vivo?

No, porque no te maté. En mi forma de lobo no te hice ni un rasguño.

¿Has visto mi camiseta?

Quiero decir…debería haberte arrancado la cabeza y no lo hice.

Me babeaste.

Precisamente. Me intriga. Quiero saber por qué razón tu eres la excepción a la regla. Pareces un vampiro corriente.

Le tuve pisándome los talones hasta que llegamos a mi casa. Era realmente incómodo el estar con Sean, porque no dejaba de mirarme, como si me examinara. Como si intentase descubrir el motivo por el que yo seguía con vida, sólo con el barrido de sus pupilas sobre mi persona cual escáner.

Ver la fachada verde oliva de mi edificio de apartamentos me insufló ánimo. Puede que en aquellos momentos no supiera qué hacer con mi vida, pero en las cuatro paredes de mi hogar encontraría la seguridad que tanto necesitaba en aquellos momentos.

Yo no vivía en el barrio más tranquilo de la ciudad, ni tampoco en el más lujoso, pero todo lo que lo rodeaba, le hacía el más perfecto para mi. La panadería de la acera de enfrente, cuyo horneado de pan a primera hora de la mañana llenaba de exquisito aroma mi salón. La cafetería a rebosar de clientes habituales que llevaba años y años junto al portal. Y los pocos pasos que había que andar para llegar a la entrada subterránea de la línea de metro. Con todo, por unos instantes, me olvidé del hecho de ser un vampiro. Y también de Sean. Pero no duró demasiado.

Detuve mi mano en el pomo antes de empujar la puerta del vestíbulo al percatarme de algo. Ya lo de alrededor no era como antes. Los clientes habituales de la cafetería, olían mejor que las chapatas que había en el horno. Escuchaba con claridad el latido de los innumerables corazones y las incoherentes conversaciones que llegaban de golpe a mis oídos. Ya la fragancia del café no me atraía. Ni el de las mandarinas de la frutería que había al doblar la esquina. Todo lo que era importante, todo lo que era normal, ya no era relevante para mi. Era como ver una hermosa mujer en un lienzo. Por mucho que acariciase sus curvas, seguiría siendo simplemente un dibujo.

Sean pareció notar mi desasosiego, porque puso su mano sobre la mía y empujó la puerta por mi.

Lo siento, pero no me va eso de estar en ropa interior en la calle si no hay necesidad – comentó.

Es que… – titubeé –. Acabo de darme cuenta de que no soy el mismo de antes. Me golpeó como un balonazo en la cara.

Cuesta al principio –admitió Sean comprensivo –. ¿En qué piso vives?

Tercero – dije y entré en el ascensor con él. La incomodidad crecía en espacios tan reducidos como aquel. Fue Sean el que pulsó el desgastado botón y subimos.

El número 8 de la puerta de un antiguo color dorado, me hizo sonreír un poco. Saqué la llave del bolsillo trasero del pantalón, tirando de paso al suelo una moneda que rodó por el pasillo y acabó chocando contra el zócalo de madera. La ignoré y giré la llave en la cerradura, haciendo un leve chirrido cuando abrí la puerta del todo.

Tal y como esperaba, Gokû vino a recibirme, rozando su mullida cabeza blanca contra el bajo de mi pantalón. Le cogí en brazos y le hice carantoñas.

Probablemente tendría mucha hambre, así que fui directo a la cocina. Sean entró detrás de mi y cerró la puerta de la entrada.

¿De verdad vives aquí? Parece una tienda –apreció. Podía imaginármelo a la perfección paseándose por mi sala de estar y mirando todas y cada una de mis figuras de colección.

¡No toques nada!-advertí mientras abría una lata de comida para gatos que por fuera ponía que era de pollo, pero que me olía más a huevo que a otra cosa.

¿Cuántos años tienes?

Veinticuatro, ¿por?-puse la tarrina de comida en el suelo y dejé que Gokû comiera a gusto.

Debí imaginar que te iban estas cosas. Después de llevar puestos tus calzoncillos–me dijo cuando fui con él al salón. Su tono de voz era divertido, con algo de burla hacia mi.

Soy un friki. ¿Y qué?, estoy orgulloso de ello.

Ya veo.

Trabajo para comprar todo esto ¿vale? Déjame en paz.

¿Trabajas?¿en qué?

Eso no te incumbe –respondí molesto.

Yo soy veterinario –dijo y se dejó caer en mi sofá, frente al televisor.

La verdad es que me sorprendió. Un hombre lobo veterinario. Aunque en cierta forma tenía mucho sentido, no sé porqué.

Diseño páginas web.

Ahora lo entiendo. Todo parece girar alrededor de las tecnologías –apreció –. ¿Eres uno de esos que no sale de casa porque se queda jugando videojuegos? –Mientras hablaba, observaba de arriba abajo mis estantes llenos de juegos, además de las consolas y accesorios varios que rodeaban mi televisión de plasma y plagaban mi mesita de centro.

Te repito que no es asunto tuyo.

Está bien –levantó las manos, como si se rindiera –. ¿Puedo pedirte un favor? ¿Me prestas unos pantalones?

Buscaré algún chándal que te quepa –. Le dejé solo y fui a mi dormitorio. No sin antes pasar por delante de la puerta abierta del cuarto de baño. Tuve que volver sobre mis pasos por si se trataba de una ilusión óptica. Encendí la luz y caminé despacio hacia mi reflejo. Sobre el lavabo, en el espejo, podía verme.

¡Me veo! –grité de la impresión.

Otra leyenda urbana –comentó Sean, que acto seguido, encendió la televisión.

Allí estaba yo. Tocándome la cara. Pálido, pero no más que siempre, porque no era muy dado a ir a la playa o salir demasiado a la calle. Mis ojos dispares, uno verde y otro azul por la heterocromía que me afectaba desde mi nacimiento, apenas se distinguían por las pupilas en extremo dilatadas. Como los ojos de un muerto. Por algún motivo, que tampoco llegaba a comprender, mi rostro parecía incluso más atractivo que antes; a pesar de la suciedad que tuve que sacudir de mi rebelde cabellera negra azabache. Quizás fuera por no llevar mis gafas de pasta azules; que por cierto, daba por perdidas. O quizás porque mi dentadura ahora era perfecta, aún con aquellos colmillos. O porque cualquier atisbo del molesto acné, producto de la comida basura de la que me atiborraba, también había desaparecido.

Mi cuerpo inclusive, se mostraba cambiado. Continuaba siendo flaco, alto y desgarbado. Pero a través de los desgarros de mi camiseta, pude ver un torso bien delineado. Al menos, como el de alguien que se cuidase el cuerpo, como Sean. Tuve que quitarme la prenda de todos modos para contemplarme bien y reí inevitablemente al sentirme como un superhéroe afectado por la radiación. Era genial.

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