1 LA BANDA SONORA DE LA INTIMIDAD.
Quince minutos llevo ya esperándola debajo de la cama y hasta se me ha pasado por la cabeza desnudarme y asaltarla en bolas. Qué locura…. Sí, porque quieras que no la ropa actúa como primera línea de defensa, no solo por una elemental cuestión de profilaxis, sino simplemente porque es una barrera solida de protección contra mordiscos, arañazos, golpes, etcétera. A lo mejor Paquirri se habría salvado si hubiera llevado unos pantalones en condiciones y no los pantaloncitos esos de bailarina que llevan los toreros. ¿Quién sabe? El tejido ese fuerte de algodón de unos vaqueros, por ejemplo, es posible que hubiese contribuido a minimizar la profundidad de la cornada, o a desviarla unos pocos milímetros, que a la sazón podrían haber resultado cruciales…
Tiene que estar ya al caer, porque sale de trabajar a las cinco.
Es que estoy harto de tener que tirar ropa que me gusta, solo porque tenga algún salpiconcito de sangre. Se quita fatal y por mucho cuidado que tenga uno siempre le salta algo, es inevitable. Y anda que no le he dado vueltas a esto, pero ir desnudo, desde luego no es una opción. Una vez leí en la Internet que lo que venía muy bien era una mezcla de agua oxigenada y lavavajillas, y me pasaba la vida con un pulverizador en el bolsillo, por si acaso. Y es verdad, humedeces la mancha con la solución esta antes de que coagule, porque si coagula es casi imposible de eliminar, y sale más o menos bien. Pero vamos a ver, una cosa son las condiciones de laboratorio y otra muy distinta es el mundo real, si no tienes otra cosa que hacer puedes estarte frotando una mancha durante diez minutos y al final la quitas, ¿pero en el día a día? Uno tiene que estar a lo que está y en la mayoría de los casos no puede desatender la tarea que tenga entra manos para limpiar una motita de sangre. Precisamente, no hace mucho, me enzarcé con un dentista y su asistente, llevaba uno de mis trajes favoritos –y mira que yo no soy muy de llevar trajes, pero bueno–, me quité la americana, me arremangué, saqué mi pulverizadorcito y mi bayeta y oye, muy diligentemente me puse a restregar entre estocada y estocada, pero al final nada, conseguí salvar solo la camisa, los pantalones me los dejaron todo llenos de casquería y acabé teniendo que deshacerme del traje entero. Pero lo peor es que cada vez que he hecho eso, me he expuesto innecesariamente a que me hubieran dado un mal golpe por no estar atento. Así que no, he jubilado el pulverizador y lo que hago es, si tengo algo previamente planeado como ahora, vestirme para la ocasión y ponerme ropa de la que no me importe desprenderme, y si no, porque muchas veces te surgen cosillas así de repente, pues nada tiro por la calle de en medio y lo que se estropee lo tiro y punto, no hay más. De todas formas y para cubrir todas estas posibles eventualidades, siempre llevo ropa de quita y pon en el coche.
Lo que si hago siempre es llevar guantes. Esos guantes de látex de usar y tirar que se gastan los inspectores de aduana cuando tienen que hacer registros de cavidades corporales. Y no es solo por lo de las huellas y tal, es que resulta que entre octubre y abril se me seca la piel de los dedos tal manera, que se me abren unas grietas pequeñitas que van desde la yema hasta casi debajo de la uña y que exponen la carne viva a los elementos. Pueden llegar a ser muy dolorosas y a veces tardan mucho en cerrarse, incluso meses. No me pasaba de pequeño, supongo que la piel pierde elasticidad con la edad y se deshidrata y cuartea más fácilmente con los rigores invernales.
El mundo es un lugar muy distinto cuando se tienen heriditas en los dedos, hay que pensárselo dos veces antes de agarrar algún objeto, porque la más mínima presión sobre las pupas le hace a uno ver las estrellas. La cocina se convierte en una verdadera sala de torturas, simplemente mojarse las manos es ya un tormento, luego hacer un zumo de naranja o poner una pizquita de sal…, ni te cuento…, un puto calvario… Aunque también es verdad que, tal y como nos decían de pequeñitos, ‘todo lo que escuece cura’, ¿no es cierto? Y tanto el cloruro sódico como el acido cítrico, por mucho que duelan al contacto, tienen efectos beneficiosos sobre las lesiones de la piel que están sobradamente demostrados. Por un lado la sal acelera la cicatrización, por eso cuando castran animales les embadurnan de sal el tajo, para que se les cierre más rápido, y por otro el zumo de naranja es un desinfectante y astringente natural que mata a las bacterias oportunistas y que promueve la curación. Así que le queda a uno el consuelo de saber que aunque prepararse la cena sea un vía crucis, por lo menos está evitando que se le infecten las sajaduras de los dedos.
De todos modos cuando el problema es verdaderamente grande, y ya fuera de la cocina, es cuando exponemos esos cortecitos, por pequeños que parezcan, a la sangre y/o humores de otro ser humano, porque les estamos tendiendo una alfombra roja de bienvenida a los agentes infecciosos. Sabe dios las patologías que la gente puede albergar en la saliva, en el semen…, hasta en la mismísima leche materna. Sí señor, la leche que le sale de las tetas a la madre de uno, esa primigenia institución de la salud y del sustento, tan sagrada e inviolable que, con uno de los vilipendios más retorcidos que quepa encontrarse en lengua alguna, nos cagamos en ella cuando le cogemos ojeriza a alguien. Pues esa leche presenta unas concentraciones del virus del sida, en las mujeres que son VIH-positivas, tan altas como las de la sangre, así que fíjate tú. ¿Y la orina? El sida desde luego no lo transmite, porque aunque puede llevar el virus siempre es en muy pequeñas cantidades y creo que ni se conocen casos de contagios, ahora otras cositas…, ya no lo sé, así que por si acaso hay que andar con cuidado. De todos modos si no recuerdo mal en ‘El señor de las moscas’, a uno le meaban en una herida para desinfectársela, así que sospecho que en el fondo el pis no debe de ser tan malo, pero ya digo, no soy ningún facultativo. En cuanto a las lágrimas, pues más o menos igual que los meados, cierta cautela pero oye al fin y al cabo no son más que agua con sal, ¿no? Vamos, que todos hemos catado las lágrimas de alguien cuando les hemos besado para consolarles en pleno llanto y aquí estamos… Nada, para mí que lo único que transmiten las lágrimas son emociones… ¿Y los coños? Pues también son muy peligrosos. Las secreciones vaginales van bien cargaditas de VIH y pueden transmitirlo fácilmente, así como otros muchos arrechuchos, no tan nefastos pero ni mucho menos agradables. Hombre, es verdad que el sida ya no es la sentencia de muerte que un día fue y que hoy en día y con el tratamiento adecuado, los infectados viven su vida alegremente y como si no tuvieran más que un catarrito, –en el mundo occidental por supuesto, porque en los países en vías de desarrollo siguen cayendo como moscas– aunque aun así y puestos a elegir yo, qué quieres que te diga, sigo prefiriendo un catarrito. En cualquier caso, tampoco conviene quedarse con una idea negativa de los coños, que no son la cueva de Alí Babá de las enfermedades contagiosas, ni mucho menos; hombre, es verdad que la vagina está diseñada para ‘recibir’ y claro, el que se mete en casa ajena sin tomar precauciones pues se expone a lo que haya… Pero hay que romper una lanza en favor de los coños, porque aparte de lo que puedan transmitir, –que no lo transmiten ellos como entidad física sino los fluidos infectados que por allí discurran, como en cualquier otra parte del cuerpo– debemos considerar que son un sancta sanctorum de pulcritud y pureza, que un chumino normal y bien cuidado, tiene montada una barrera inmunológica de no te menees, con unos flujos vaginales que paran en seco a casi cualquier germen indocumentado que se acerque por allí con su patera. Vamos, es que… Es que casi…, hasta se podrían desinfectar quirófanos con los flujos vaginales de una tía fuerte y sanota oye…, fíjate lo que te digo…, pues anda que no le he metido yo los dedos con padrastros a unas cuantas…, y recuerdo haber sentido ese escozor característico de la acción desinfectante… Hombre, es claro que hoy en día con la cantidad de afecciones que hay por ahí, que nos obligan prácticamente a follar con gabardina, no es una práctica que le recomendaría yo a nadie. De todas las maneras, con esto y con todo, qué no quepa duda de que los coños son cojonudos, y mira que yo siempre lo he dicho… Hombre por dios, los coños son una maravilla, son un milagro de la naturaleza, un regalo de los dioses…, no solo por su hermosura o porque igual te sirvan para el gozo y la parranda que para fabricar churumbeles, es que a falta de mercromina, tiene uno un buen coño a mano –fiable, saludable y frondoso, sin virus, ni honguitos, ni leches de esas– y es como si tuviera uno una casa de socorro ambulante… Y es que al fin y al cabo, no hay más que pensarlo un poquito, ¿cuál es el lugar más seguro, más acogedor, más protegido del mundo? Pues claro, exactamente…: el coño de la madre de uno.
Lo cierto es que no tenemos certeza ninguna de con quién ha estado nadie en contacto previamente, a lo mejor esta chica está más sana que todas las cosas… Pinta de estar sana la tiene desde luego, porque está buenísima, pero oye… ¿Quién sabe? Ante la duda siempre hay que extremar las medidas profilácticas, porque igual te pega la hepatitis B una yonqui del oficio que coges la gripe aviar follándote una gallina.
Precisamente esta muchacha a la que ahora mismo espero, que es dependienta de la sección de cosméticos de Marks & Spencer, me habló de ‘Neutrogena’ y me contó que era el mejor producto para esto –y qué razón tenía–. Es una de las cremas más caras del mercado, pero vale la pena porque a diferencia de muchas otras, esta funciona de verdad. Además me dijo que había una oferta y me llevé tres tubos por el precio de dos. Vamos a ver, me da igual lo que valga, pero me salió todo por menos de nueve libras. Una chica muy puesta en lo suyo y sobre todo preciosísima… Es que las empleadas de la sección de cosméticos son mi perdición. Yo no sé qué tienen ¿Qué le voy a hacer? Con esos uniformes que llevan… Esas faldas tan apretadas, con su raja; esas blusas que perversamente sugieren la textura de los encajes del sostén; la atención al maquillaje, el pelo, las uñas…
Se oyen las llaves en la puerta… ¡ya está en casa!
Oigo su sensual taconeado por el piso de madera. Va directamente al baño, a mear. Escucho ese sonido característico de meada de mujer, porque el hombre y la mujer no mean igual, no señor: la mujer mea a inyección y con efecto atomizador o de espray, mientras que el hombre mea un vulgar chorro. Si se pone uno a pensarlo tiene su lógica, la meada femenina sale con mayor fuerza porque la vejiga de la mujer está mucho más próxima a la uretra que la del hombre, nosotros la tenemos más arriba y además el pene actúa como manguera, así que cuando un tío está meando, está obligando al pipí a pasar a través de un meandro de noventa grados que inevitablemente le resta potencia. Estoy pensando, qué infantilidad más tonta, que la palabra meandro siempre me ha recordado a la palabra meando y ahora, sin siquiera intentarlo, he utilizado las dos en la misma frase…
Me pone cachondo oírle mear y oír como se limpia con el papel, ni tira de la cadena ni se lava las manos…, guarra…, como a mí me gustan. Viene directa a la habitación a cambiarse, se debe estar quitando los pendientes o cosa por el estilo porque está dándose pequeños paseos entre la cómoda y la mesilla de noche y escucho una miríada de ruiditos como de pequeños objetos, manipulados y depositados por aquí y por allá. En su ir y venir reconozco perfectamente ese sonido tan insinuante, esa fricción, ese ‘ris-rás’ del tejido del panty rozándose en la cara interior de sus muslos. Son todos sonidos opacos, destinados a perderse sin ser escuchados, sonidos domésticos de quien se cree sola, sonidos que conforman la banda sonora de su intimidad… Pero hay un silencio atronador que está a punto de acallarlos…
Se sienta en la cama, está cansada, se quita los zapatos y se baja las medias cuidadosamente, pierna por pierna, se las saca y se pone de pie. En este momento y con cuidado para no hacerme daño al darme la vuelta, porque estoy empalmado, la cojo de las pantorrillas y la tiro al suelo.
Mucha depilación a la cera, mucho perfume francés y mucha ropa interior de marca pero luego tiene el frigorífico vacío. He tenido que cenarme unas sobras de comida china para llevar que me he encontrado en la nevera, una especie de guiso de cerdo que no estaba mal del todo y un arroz tres delicias con poquísimas gambas, una de dos, o los chinos escatiman los crustáceos o esta tía se las ha ido comiendo y dejándose el resto de ‘delicias’, lo cual, dicho sea de paso, es una práctica que me revienta, ¿por qué coño no se puede comer la gente la comida normalmente sin ir picando así? Hay que comérselo todo ¡Copón! Como decía mi abuelo: ¡Qué poquita hambre han pasado algunos!
Cuando me da por hacer estas cosas me gusta relajarme y pernoctar en casa de la gente si me es posible. Es curioso cómo se les puede llegar a conocer por cómo viven y qué tienen. Si lo piensa uno bien no son más víctimas de mi depredación que de sus vidas, gente encadenada a un trabajo, a una rutina, a una relación, a una hipoteca… A veces pienso si no le sería una liberación a más de uno, o de una, que de repente se acabase todo así por las buenas y no tuviera que preocuparse nunca más de nada.
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2 GEOGRAFIA DE MIS ADENTROS.
Llevo ya un rato medio despierto, mirando al techo y preguntándome si es posible no pensar en nada. De repente suena la alarma del móvil, son las seis y media, en este país ahora en junio, a eso de las cuatro y pico de la mañana ya es de día. No se puede no pensar en nada, siempre pienso en algo, aunque no me dé cuenta, o quizá pienso en que no pienso y eso ya es pensar. Me es imposible poner la mente completamente en blanco, al menos mientras estoy consciente y en plenitud de condiciones, siempre estoy dándole vueltas a algo, aunque sea involuntariamente y sea lo que sea lo que esté pensando, no tiene por qué estar relacionado con lo que esté haciendo, cuando conduzco, por ejemplo, nunca pienso en el hecho de que esté conduciendo… En fin, pongo la alarma del móvil en off para evitar que suene otra vez y me tiro un pedo, si no la apago sigue dale que te pego cada diez minutos como una ‘mosca cojonera’,hace poco en otra casa en la que también acabé pasando la noche, dejé el móvil en el dormitorio y me fui a la ducha y como yo no lo oía se puso a sonar y a sonar sin parar, qué temeridad, mira que si lo oye un vecino o algo…, pero no. También es verdad que yo soy muy discreto y muy cuidadoso y nunca me meto en un sitio si no tengo la completa seguridad de que voy a poder salir sin problemas, pero es inevitable encontrarse a veces algún imponderable… A menudo me quedo así como ahora, absorto en mis pensamientos, inmerso por completo en ellos y casi alelado, alguna vez incluso llego a articular vagamente embriones de palabras que se me quedan en la punta de la lengua, a falta tan solo de un soplito de voz para materializarse. En ocasiones tengo a alguien delante y estoy tan ensimismado en mis cosas, que no lo veo…, es como si pudiera atravesarlo con la mirada y ver el espacio que hay detrás…, los átomos…, el universo…
¿Dónde estoy? Me desconcierta esto de despertarme en una cama ajena… ¿Y quién es esa…? ¡Puf! Sí…, sí…, ahora recuerdo… Es curioso…, aunque me haya acostado con alguien, siempre termino despertándome yo solo… Pobrecilla, es una monería de chavala…, bueno, era. Se le vería un perfil muy bonito desde aquí si no tuviera el cuello roto y la cabeza colgando…
Después de sonar la alarma siempre me quedo en la cama un ratito más mientras me voy despertando, no me gusta levantarme inmediatamente, me gusta permanecer tumbado e inmóvil durante unos minutos, simplemente meditando o disfrutando de una última cabezada antes de espabilarme por completo. Me encantan esos sueños tan cortitos que tenemos a veces cuando andamos flotando por esa zona fronteriza entre la modorra y la vigilia, son micro sueños que no duran más que unos segundos pero que cuando los estás viviendo parecen mucho más largos y elaborados. Muchas veces estoy leyendo en la cama y me deslizo sin poder evitarlo hacia un micro sueño y a los pocos segundos me despierto confuso e intento reincorporarme al libro pero no encuentro por donde iba y vuelvo a caer una y otra vez hasta que termino por tirar la toalla, cierro el libro, apago la luz, me doy la vuelta y me duermo.
Desayuno de pie en una esquinita, porque esta chica tiene la cocina patas arriba y con una cantidad de suciedad que es increíble, ¿cómo puede vivir la gente de esta manera? Con lo pulcras que tienen las calles, y los jardines… Cuando se trata de mantener la casa ordenada y limpia, los ingleses son dejados–tirando a guarros. ¡Por dios!
Necesito desesperadamente un corte de pelo, pero me da mucha pereza, no me gusta sentarme durante tanto tiempo en una butaca, en manos de algún extraño, haciendo conversación intrascendente y teniendo que soportar ver mi cara en el espejo, con esos ojos mirándome fijamente durante minutos interminables. Odio los pelos, esos pelitos minúsculos que son como pequeños aguijones y que se quedan incrustados en el cuello de la ropa. Son tantos y se embeben de tal manera que es imposible deshacerse completamente de ellos. Es como llevar un trigal recién segado alrededor del cogote. Tanto es así que hace ya tiempo tomé la determinación de ir siempre a cortarme el pelo con una camiseta vieja y en cuanto llego a casa me la quito y la tiro sin contemplaciones. Siempre voy a una peluquería que está aquí al lado, a menos de cinco minutos andando y no es porque no me guste andar o porque me encante su servicio, es simplemente porque no soporto los picores. Vuelvo a casa a toda velocidad, con el cuello estirado como un gallo y sin osar girar la cabeza un solo grado, para evitar, en la medida de lo posible, que me rasquen o que se me esparzan por la nuca. Me meto en la ducha, donde permanezco no menos de quince minutos y froto y restriego hasta que elimino completamente la amenaza.
Detesto los jerséis, especialmente los de cuello vuelto, también conocidos como de ‘cuello de cisne’, aunque nosotros los llamábamos ‘niquis’. Qué diseño tan absurdo y tan invasivo, qué agobio de prenda… Y es que el cuello es mi talón de Aquiles, no puedo soportar cuellos ajustados o prendas que tan siquiera lo rocen, no soporto las corbatas, ni la sensación del cuello de la camisa cerrado alrededor del mío, necesito siempre llevar ropa amplia alrededor del cuello. El día que cayeron en desdicha los calzoncillos tradicionales, fue una liberación para mí y sobre todo para mis cojones y los de muchos otros hombres que se sentían embutidos en ellos. Los ‘braslips’ aquellos, los de la ‘y griega’ invertida al frente para sacársela, eran incomodísimos. ¡Qué emancipación de las gónadas cuando se popularizaron los bóxers!
Hay algunos días en los que he tenido pocas horas de sueño y mi cuerpo está especialmente intolerante, he notado que si duermo menos de cinco horas lo paso fatal al día siguiente, se me pone un sabor de boca repugnante y la lengua como que se entumece, me huele todo a caucho quemado y se me sensibiliza la piel de modo que no aguanto ni un pequeño roce. Además, cuando estoy mal dormido siento como si mi temperatura corporal subiera, nunca me he puesto un termómetro para comprobarlo, pero es lo que siento. ¿Podría ser que el cansancio acumulado y la falta de sueño incrementasen nuestra temperatura? No lo sé, quizá sean solamente percepciones mías. Lo que está claro, de todos modos, es que nuestra temperatura corporal es una cosa muy delicada y muy principal, hasta el punto de que una variación de unos pocos grados puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte, por eso nuestro organismo se preocupa de termo–regularnos tan eficazmente, por eso también llevamos los huevos colgando fuera del cuerpo, para mantenerlos frescos, porque los cojones trabajan mejor y más eficientemente a un par de grados menos que el resto del cuerpo.
Pongo la tele, no hay nada más que bazofia, es cierto que aquí en Inglaterra la televisión es mucho mejor que en España, cien veces mejor, mil veces, cien mil veces, cien mil millones de veces… Dónde va a parar… Pero a estas horas no ponen más que mierda para jubilados, parados y amas de casa.
Me aburro, le pego fuego a las cortinas y me voy.
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3 DE MADRID AL CIELO.
Tengo detrás de mí a alguien que me está dando la comida, está haciendo un ruido insoportable al comer, ese ruido que hacen algunos al masticar con la boca abierta. Comer así es de cerdos, de hecho es el mismo sonido que producen los cerdos al mascar. Me levanto para ir al lavabo e identifico al malhadado. Es una vieja de por lo menos noventa años que mastica con la laboriosidad de un rumiante. Observo que lleva collar y pendientes de perlas como los de Doña Carmen Polo y se me nubla la vista con violentas visiones de lo que le haría. Vuelvo del baño y me tengo que sentar de inmediato porque pierdo el pie del asco que me da, no ya solamente oírla, sino ahora además verla. Oigo, con dolorosa claridad, todos y cada uno de los ruidos que conforman el horroroso orfeón de su boca: la mal adherida dentadura postiza, chasca que te chasca al levantarse de su lecho con cada mordida, el líquido maniobrar de la lengua, constantemente en busca de piltrafas elusivas y esa laboriosa respiración a través de la boca llena… Porque esa es otra, por si fuera poco, esa enorme nariz que luce sobre el labio, con todo lo desproporcionadamente grande que es, parece no servirle de nada, debe tenerla completamente bloqueada porque tiene las fauces trabajando a destajo, alternando trabajosamente, a través del mismo orificio, respiración con masticado. Esto me trae a la mente al ornitorrinco, por la curiosidad de que este animal también lleva a cabo dos de sus funciones vitales a través de un mismo agujero. Monotrema, que es el orden al que pertenece el bicho, viene del griego mono: uno y trema: orificio. Tiene una cloaca entre las patas traseras en la que desembocan tanto los órganos reproductores como los excretores, por lo que la usan igual para cagar y mear que para follar y luego poner huevos. Por consiguiente machos y hembras son absolutamente iguales en apariencia, eso sí, cuando al macho se le pone a tiro una hembra se saca un ‘cipotillo’ desde dentro de su cloaca y se lo inserta a ella en la suya, que evidentemente, como hembra, no tiene ‘cipotillo’. Ahora bien, esta morfología tan peculiar, digo yo que debe invitar a estos bichos a hacer mariconadas de una manera bárbara porque, ¿cómo sabe uno a quién se la está metiendo si por fuera son todos iguales? ¿O no?
Estos bares de menú de barrio se llenan siempre de viudas hartas de calentarse media lata de fabada para el almuerzo y la otra media para la cena. Con esas perlas que lleva seguro que tiene en casa un colchón lleno de billetes y yo no tengo planes para esta tarde, así que tengo unas cuantas horas que matar.
Trato en vano de continuar con la comida porque esa puerca me ha quitado el apetito, aparto el filete y pido un capuchino. El camarero me mira como si le hubiera pedido el brazo incorrupto de San Vicente mártir. Se me olvida que estoy en Madrid y aquí nadie sabe lo que es un capuchino, la mayoría de los camareros admiten la derrota y preguntan que qué es eso y si les explicas como se hace te lo hacen, –tampoco hay que ir a Salamanca para poner un capuchino – de vez en cuando te encuentras algún aventurado que tira ‘palante’ y lo intenta, aunque no tenga ni puta idea, pero le apetece innovar y, qué coño, a veces hasta les sale bien. Una vez, un tipo de estos me trajo un café en vaso con nata montada, le dije que muchas gracias, que estaba cojonudo su invento pero que aquello no era un capuchino, me dijo que sí y casi discutimos y es que hay una chulería y una bravuconería entre los madrileños que espanta, de ahí les vendrá lo de los chulos y las chulapas y toda la gilipollez esa del chotis y su puta madre. Los madrileños son cabezotas y orgullosos y no se equivocan nunca, no me gusta ese estilo… No me gusta Madrid ¡Qué leches! Está lleno de paletos destripaterrones. ¿Qué se habrán pensado estos patanes? Pero si hace cuatro días estaban todos en su pueblo cuidando ovejas. Ya decía Galdós, y con qué razón, que Madrid no era más que un ‘poblachón manchego’. En España no hay clases sociales, solo poderes adquisitivos, pero es en Madrid donde más se nota, la única diferencia entre una frutera de Moratalaz y una pija de La Moraleja es adónde van de vacaciones, por lo demás las dos consumen la misma mierda de televisión, las dos han leído no más de dos coma siete libros en su vida, las dos se afeitan el coño a la misma usanza, y las dos tienen como máxima aspiración ser famosas, casarse con un futbolista y salir en ‘Lecturas’.
Me bebo el café sin muchas ganas y salgo tras la vieja. Es tedioso seguir a alguien que anda con bastón y que encima no tiene prisa ninguna. ¿Y para qué va a tener prisa, si no tendrá nada que hacer? Probablemente este paseíto de vuelta, despacito, haciendo la digestión, sea su momento álgido del día. Arrastrando los pies, mirándose en los escaparates, cambiándose el bastón de mano cada dos pasos, parando para escuchar una voz imaginaria y volviendo torpemente la cabeza, buscando en vano el rostro de ese familiar perdido o de esa amiga de la infancia que ha creído oír… Pero detrás no hay nadie; solo yo. Finalmente llega a su casa, es un edificio de principios del siglo XX y no tiene ascensor. Al entrar en el portal, el olor a viudedad me da un bofetón que por poco me tumba, es una mezcla inconfundible de tufillo de bata de guata con trazas de repollo hervido y el aroma de Heno de Pravia… Cierro la boca y hago un esfuerzo consciente por respirar solo por la nariz. La veo negociando incapazmente los primeros escalones y decido ayudarla porque si no, veo que acabo haciendo noche aquí. Y se pone tan contenta, pobre mujer, si ella supiera… En el breve recorrido entre el portal y el descansillo de su segundo izquierda me cuenta su vida, la de su marido, la de su hija y hasta la de su nieto… Cuanta tragedia… En llegándonos a la puerta de su piso me siento como si la conociera ya de toda la vida. Me invita a pasar a tomar un café y la confianza con la que me abre la puerta de su casa me parte el corazón. Muy sola tiene que estar para invitar a entrar así a un perfecto desconocido. ¡Qué mundo este en el que vivimos…! Una gigantesca colmena donde millones de seres humanos intercambian, todos los días, millones de ideas, palabras y productos; donde el ciudadano medio cuenta sus amistades en Facebook por cientos…Y aun así, somos la sociedad que más soledad ha generado en toda la historia. Una vieja que vive sola, ¿cómo puede ser tan imprudente y dejarme entrar así por las buenas en su casa? Sin conocerme de nada, con todos los desaprensivos que hay por ahí. Es curioso ver que con lo desconfiados que son los españoles, luego a la vez resulten ser tan tontos en lo que se refiere a su propia vulnerabilidad. Tanta suspicacia, tantos barrotes en las ventanas y a la vez esa ingenuidad tan absurda. Se creen inmortales, se piensan que están a salvo de cualquier peligro y que ‘eso’ a ellos no les puede pasar nunca. Es inaudito. España es el país del ‘no pasa nada’. Estamos por encima de advertencia o precaución alguna que nos resulte inconveniente y no solo la tildamos de innecesaria, sino que además vamos y nos reímos de la candidez de los que se la toman en serio. En Inglaterra basta con anunciar la presencia de radares a lo largo de la carretera para que los conductores se moderen, en España si no vemos una autoridad uniformada al acecho y con el sable entre los dientes, nos ponemos todos a conducir borrachos y a doscientos… ¿Qué nos confiere esta extraña seguridad? ¿Será la cantidad de vírgenes, santos y ‘jesuses’ que campan por nuestra geografía? ¿Nos sentimos permanentemente asistidos desde arriba? ¿Por qué solemos tirar siempre por la calle de en medio sin más consideraciones? No lo sé, el caso es que no paro de oír la expresión ‘no pasa nada’ doquiera que voy por esta nuestra piel de toro. ‘No pasa nada’ por fumar en presencia de niños o mujeres embarazadas, de hecho ‘no pasa nada’ por fumar –siempre se cita el ejemplo del padre de alguien que murió a los noventa y tantos y se fumaba dos cajetillas diarias–. ‘No pasa nada’ por echar un polvo sin condón, ‘no pasa nada’ por tomar el sol sin protección, ‘no pasa nada’ por llevar al niño en el coche sin el asiento de seguridad correspondiente, ‘no pasa nada’ por tomarse un par de cervezas antes de conducir, ‘no pasa nada’ por no ponerse el cinturón de seguridad, ‘no pasa nada’, ‘no pasa nada’… Hasta que pasa. Y siempre pasa. Por supuesto que pasa… No habría pasado nada si el yerno de esta señora no se hubiese tomado tres botellines, un whisky y un sol y sombra, porque no habría intentado un adelantamiento tan innecesario y tan descabellado. No habría pasado nada si su nieto hubiese ido sentado en la correspondiente sillita, porque no habría salido despedido con el impacto y no le habría partido el cráneo a su padre con su cabecita. Habrían llegado ese domingo a visitarla, como tantos otros, y la criaturita habría corrido a darle un beso porque su cuerpecito no habría terminado descoyuntado en el asiento de atrás del coche con el que colisionaron. No habría pasado absolutamente nada. Pero vaya que pasó. Una tragedia griega. Su hija fue la única superviviente, ¿y para qué? Llegó a enterarse de la muerte de su marido y de su hijo y después de llevarse el disgusto entró en un coma en el que lleva ya más de veinte años.
Al final en lugar de matarla le desatranco la pila y le lavo los platos, ¿qué derecho tengo yo a matarla si no le han matado ya todas estas vicisitudes? Que siga muchos años mascando cómo le dé la gana, que bastante ha sufrido para ganárselo.
Se sienta en la mecedora y continúa contándome batallitas y batallitas, al rato se calla y me pienso que se ha quedado dormida, pero es que la pobre se ha muerto. A ver si es que a pesar de su destreza para respirar y comer a la vez, le ha costado más trabajo compaginar la respiración con el habla y se ha asfixiado. Su día era hoy, estaba escrito, parece ser que fuera como fuese, estaba destinada a morirse hoy.
Se ve que aunque no mate a nadie, traigo la muerte conmigo, soy un poco como el tío de la guadaña que jugaba al ajedrez con Max Von Sydow.
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4 HOY NO SE FIA, MANANA SI.
En España en todas las ventanas hay barrotes y en todas las tiendas cierres metálicos, en muchos comercios incluso tienen una hilera de mojones de hierro incrustados en el suelo para impedir que les roben metiéndoles una furgoneta por el escaparate. La gente es muy desconfiada en nuestro país, nadie se fía de nadie, los tiempos del timo de la estampita quedan ya muy atrás, la gente anda hoy en día tan alerta que es muy difícil ser delincuente en España. Uno de los sitios en los que mejor se percibe esto es en los supermercados, aquí en el Reino Unido tienen cámaras y algún vigilante que otro, pero no hay ese agobio de campo de concentración que se percibe en España. Los supermercados españoles están llenos de vigilantes que se pegan como lapas a cualquiera que tenga el pelo largo o la tez un poco oscura y en ninguno de ellos permiten entrar a la gente con bolsas por temor a que salgan con ellas llenas de artículos robados. En Carrefour y en el Hipercor llevan esta obsesión al paroxismo, si uno quiere entrar a comprar algo y lleva una bolsa o mochila tiene dos opciones: o la deja guardada en la consigna o la plastifica. ¡Sí, la plastifica! Para esto tienen unas máquinas a la entrada, con dos o tres operarios, que someten a las mochilas a un absurdo proceso de embutido. A mí me resulta de todo punto insultante que me traten así cuando voy a un sitio a dejarme mis dineros, es más, no lo encuentro únicamente ofensivo y humillante, sino que además considero que vulnera uno de nuestros derechos más básicos: la presunción de inocencia. En un estado de derecho, y España desde hace algunos añitos parece que lo es, todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario. La culpabilidad de una persona ha de demostrarse con hechos, con pruebas, con evidencia palpable e incontestable, –que para eso hemos visto cientos de películas y telefilmes de policías y de juicios–, hasta que un juez no la da por probada y dicta sentencia condenatoria, todo acusado es inocente. Solamente después se puede eliminar el trato de ‘presunto’ y pasar a llamar al individuo ladrón con todas las letras, asesino, prevaricador, chantajista o lo que sea. Cualquier otra cosa no es más que un asalto flagrante a nuestros derechos y libertades, por lo tanto, lo que hacen todos estos supermercados puede que sea anticonstitucional o puede que incluso vaya contra la Declaración Universal de los Derechos Humanos…
En Inglaterra parece tenerse un concepto más benévolo de la humanidad, o a lo mejor es que la gente es más tonta y se fía de cualquiera… No, yo creo que no, quizá haya una mayor madurez social, quizá se haya avanzado más en urbanidad. Hablo de Inglaterra simplemente porque es un país que conozco, allí la revolución industrial empieza a finales del siglo XVIII y es entonces cuando comienzan los éxodos en masa a la gran ciudad, de este modo la sociedad inglesa se hace mayoritariamente urbana bastante antes que la española, que hasta la segunda mitad del siglo XX es eminentemente rural. Yo creo que ahí es dónde le duele, por eso somos tan desconfiados, porque, comparativamente hablando, seguimos siendo aun unos paletos incapaces de adaptarnos a las complejas exigencias sociales de la vida en la gran urbe, porque sufrimos un grave conflicto de valores que nace del contraste entre la visión cosmogónica del campo y la de la ciudad. La galopante industrialización del tardo-franquismo hace que, a partir de los sesenta, las hasta entonces pequeñas capitales españolas crezcan de forma exponencial y se llenen de emigrantes del campo: andaluces, gallegos, extremeños, manchegos…, gente buena, sencilla; gente de la tierra, del arado y de la siega; gente que sabía leer el cielo, que conocía las nubes y las estrellas y que entendía a las vacas; gente que festejaba las cosechas al final del verano y que sabía cómo cocinar con lo que daba la tierra cada temporada…; gente en suma, de otra galaxia. ¿Y qué ocurre? Pues que una mente rural no está preparada para sobrevivir en un entorno urbano, se siente aislada y amenazada, atrapada en territorio hostil y, como es natural, lucha por su supervivencia. En el pueblo todos se conocen y muchos son familia y la vida es sencilla y predecible, con unas rutinas preestablecidas que les proporcionan armonía y seguridad. Ahora que, en cuanto aparece algún extraño…, mal asunto. A los forasteros siempre se les mira con recelo, no se sabe de quién son, ni qué hacen, ni a qué vienen. En la ciudad, sin embargo, estamos rodeados de desconocidos desde el mismo momento en que salimos de casa por la mañana hasta que llegamos por la noche y lo aceptamos perfectamente, tenemos un gran umbral de tolerancia hacia los desconocidos; es más, nos encanta el anonimato, el placer de ser completamente irreconocibles entre una multitud de extraños que no vamos a volver a ver jamás y ante los cuales, por lo tanto, podemos comportarnos como nos salga del culo. Es muy difícil para un alma rural integrarse en la dinámica de una ciudad y lo mismo es cierto cuando el fenómeno ocurre a la inversa. Esta yuxtaposición de formas de ver la vida es lo que generó en gran medida, y a mi modesto entender, gran parte de las desconfianzas y marrullerías a las que me refiero.
Probablemente hasta dentro de dos o tres generaciones no terminará de cocinarse en las ciudades españolas ese tipo de mentalidad urbana que caracteriza a las ciudades de la Europa ‘civilizada’. Hay una primera hornada de ‘Pacos-Martínez-Soria’ que vino a la metrópoli con la boina y la gallina debajo del brazo, venían del pueblo en ‘modo de supervivencia’, eran hijos de la posguerra y sabían que había que ser ‘despierto’ para sobrevivir; estamos hartos de verlos a nuestro alrededor, es el típico viejo que se cuela en las colas, que corre y empuja para coger asiento en el transporte público y que se guarda corriendo y con disimulo cualquier cosa que se encuentre. Un ejemplo: va uno andando por la calle y coge y se encuentra, pues yo qué sé…, un guante perdido o un patuco de un bebé…, no sé, cosas así. Bueno, pues lo que se hace normalmente en Inglaterra es poner el artículo a salvo, depositándolo sobre una valla o un arbusto, o colgándolo de una verja, para que cuando lo eche en falta la persona que lo ha perdido, pueda retroceder sobre sus pasos y encontrarlo fácilmente. En España no, si uno se encuentra algo en la calle –de nuevo permítaseme generalizar–, se lo queda, independientemente de su valor o utilidad porque esa es la conducta socialmente aceptada en nuestro país. Es la cultura del ‘algo es algo dijo un calvo al encontrarse un peine’. Es lo propio de una cultura de privación y carestía.
Si alguien pudiera escucharme a lo mejor pensaría que soy un antiespañol declarado, un cínico, un renegado de su propia madre patria, pero no… ¡Mucho ojo!… No nos confundamos, que por mucho que yo vaya diciendo sobre España, yo soy más español que nadie. Precisamente porque vivo en tierra extraña, cada día de mi vida, con cualquier intercambio, se me recuerda mi españolidad y sin embargo, ¿con qué frecuencia se acuerda un español de la suya cuando vive en Murcia, Utrera o Valdecañas del Tajo? Nunca. Porque no es algo en lo que normalmente se piense, uno vive en su mundo sin cuestionarse su origen, aceptando los parámetros que ha heredado y moviéndose en su pequeña realidad bidimensional, como si el resto del mundo no existiera; como si no hubiera más forma de hacer las cosas que la que a uno le han inculcado. Y es que somos un producto del entorno en el que nacemos. Todas nuestras ideas y creencias están condicionados por él; no podemos evitarlo. La única forma en la que podemos trascender de algún modo esas anteojeras que nos impone la vida es yéndonos a vivir a otro sitio; solo trasplantando nuestra existencia a un entorno distinto, podremos adquirir la perspectiva adecuada para revisar imparcialmente cuanto damos por cierto acerca del nuestro, y solo si logramos distanciarnos de esa pasión que supone la implicación, podremos comprendernos a nosotros mismos.
Yo dejé hace mucho, muchísimo tiempo mi patria chica, por eso, porque se me quedaba chica, y me fui a vivir allende los mares, gracias a ello ahora os puedo ver a unos y a otros, tanto a españoles como a ingleses, sin las gafas de culo de botella que mi propia educación me había impuesto y puedo flotar por encima de vuestro bien y de vuestro mal y observaros desde lo alto de mi atalaya sin ser parte interesada, veros a todos yendo y viniendo, tan convencidos de vuestra transcendencia, tan preocupados con vuestras importantísimas tareas, tan falsamente seguros dentro de esa pequeña y frágil realidad que habéis creado a vuestro alrededor…
Pero también es cierto que cuanto más te alejas de tu tierra, más cerca la sientes. Esto lo decía mucho Picasso, y qué razón tenía… Yo jamás he estado tan interesado por nuestra historia, nuestro idioma, nuestra cultura, nuestros problemas…. Estoy convencido de que por mucha soflama política y mucha retórica futbolera o historicista que tenga, ningún español que viva en España, podrá nunca alcanzar a comprender con tanta nitidez como un emigrante, lo que significa realmente ser español… De todos modos yo estoy muy a gusto donde estoy, así que no os preocupéis los que estáis ahora mismo ‘usando España’ –mal usándola debería decir, a juzgar por los desastres sociales, económicos y naturales que estáis generando–, pero tampoco os hagáis ilusiones porque aunque de momento os la haya dejado en usufructo, eso no la hace más vuestra que mía; ni hablar del peluquín. Yo soy, en cualquier caso, una especie de Orzowei; en realidad ya no pertenezco ni a un sitio ni a otro y por muy español que me sienta, no me veo ahora mismo viviendo en ‘esa unidad con destino en lo universal’, aunque del mismo modo tampoco me veo plenamente incorporado a ‘la pérfida Albión’, o a cualquier otra realidad político nacional que me echen. Asumo racionalmente la cultura de la que provengo y la cultivo y la disfruto, pero de ahí a tener que soportar la vida entre vosotros… Y aguantar vuestra intolerancia, vuestra burocracia y vuestra vulgaridad… No, de eso nada, ahí os quedáis con vuestras estrecheces mentales, ‘españolitos’.
La Gran Bretaña, que en honor a la verdad tampoco lo es tanto, no está en ningún caso exenta de problemas. ¡Ojo! Hay muchos y muy graves, y a la vez en España, tenemos muchísimas cosas por las que deberíamos estar muy orgullosos, quizá más de las que creamos, pero yo no podría llevar en España la vida de lujo y desenfreno que llevo aquí. El mundo del crimen aquí en las islas británicas paga muy bien y hay tantas ventajas e incentivos, que tener un trabajo en lugar de una vida de hampón es que es de tontos… A mí me va de perlas y jamás he dado un palo al agua. Esta gente, por ejemplo, no tiene carnet de identidad y es relativamente fácil no solo hacerse pasar por otra persona, sino directamente asumir su identidad de por vida. Tampoco existe una base de datos con las huellas dactilares de toda la población mayor de edad, como en el estado policial español, tomarle a alguien las huellas dactilares es un asunto muy serio que vulnera demasiados derechos del individuo como para hacerlo alegremente, así que solo se las toman a los criminales. El cuerpo policial está igual de burocratizado que el español y si compitiesen en incompetencia habría probablemente un clamoroso empate. Dadas estas condiciones y con un estado del bienestar que es la gallina de los huevos de oro, no es de extrañar que extranjeros provenientes de lugares mucho menos generosos y con un instinto delictivo agudizado por generaciones de lucha por la supervivencia, se hayan apalancado aquí y estén exprimiendo el sistema a dos manos. Anda que no hay personas inexistentes cobrando beneficios y ayudas estatales, familias numerosas fantasmas y jubilados que nunca llegaron a nacer… Para una mente criminalmente inclinada esto es Jauja. Aquí el que sea un poco vivo es el rey.
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5 EL CIRCO GITANO.
Me he parado en mitad de los páramos del norte de Yorkshire. Son las doce y pico de la noche y estoy meando detrás de un arbusto, guarecido de las miradas de otros automovilistas, aunque a estas horas no hay por aquí un alma. Llevaba doscientas millas meándome y no me he podido aguantar hasta llegar a una gasolinera.
¡Cómo es la gente! Vayas donde vayas, todos los sitios así medio escondidos como este están llenos de cagajos secos, de papeles inmundos y hasta de condones usados. Entiendo que algún camionero despistado se venga aquí a ciscarse si le da un apretón, lo que no entiendo es que venga aquí nadie a follar entre los matojos. ¿No se folleteará mejor quedándose uno dentro del coche, por estrecho que se esté, que aquí entre cagarros-mil? ¡Válgame dios!
Me la sacudo enérgicamente porque no hay cosa que más odie que la gotita rebelde que, agazapada, espera traicioneramente a que te la guardes, para emerger con nocturnidad y alevosía y mojarte la entrepierna. Levanto la mirada, con el miembro aún en la mano, y veo a un gitano a tres palmos de mí. Mi primera impresión es que viene a mear él también y que no me ha visto, así que raudo me la guardo y me echo a un lado para no estorbar. De repente de entre las tinieblas veo salir a otro gitano y a otro y a otro y a otro. Están muy sonrientes todos, pero no me gusta ese tipo de sonrisa. Van apareciendo en torno a mí de un modo inquietante, como si hubiesen estado ocultos bajo un manto de niebla que de repente hubiera empezado a levantarse descubriéndolos.
¡Humm…! Quizá no debería haber parado aquí a estas horas.
No son gitanos de peineta, son zíngaros centroeuropeos, rumanos o de por aquella zona, poco tienen que ver con nuestros alegres gitanos de toda la vida, esos gitanos que hemos aprendido a amar y a odiar en igual medida; los gitanos que igual nos compraban un somier viejo que nos leían el futuro o nos robaban el coche, los gitanos de guitarra y pandereta… No. Estos son mucho más siniestros.
En tiempos de Tony Blair se abrió muy generosamente la frontera a toda la gente que huía de las matanzas y limpiezas étnicas de la antigua Yugoslavia, y se nos colaron aquí muchos elementos indeseables de por aquellas zonas, de hecho hemos llegado a un punto en el que las mafias balcánicas se han hecho con el control del crimen organizado por todas partes y están acabando con el pequeño criminal del mismo modo que El Corte Inglés lo está haciendo con el pequeño comerciante.
Uno creía que ya no volvería a ver jamás aquellos horribles jerséis tricotados que tan populares se hicieron entre los setenta y los ochenta. Fabricados con una pizca de lana de oveja y un muchísimo por ciento de fibras acrílicas. Esos jerséis eran tan derivados del petróleo como la súper de noventa octanos, de tal modo era así que si cometías la imprudencia de ponerlos a secar en un radiador se quedaban pegados igual que una bolsa de plástico. Llevarlos era como ir envuelto en celofán, yo no sé si es que encogían fácilmente o es que la moda era ir bien embutidito en ellos, pero eran muy agobiantes porque además aquello no transpiraba y uno se cocía dentro (la ventaja, la única, es que esto los hacía completamente impermeables). Finalmente y para rematar la obra eran además feísimos, venían adornados con unos horrendos diseños geométricos y utilizaban una paleta de colores que dañaba la vista. Bueno, pues estos jerséis están de vuelta (ya sabemos que las modas se revuelven en sus tumbas y resucitan cada veinte años) aunque no vuelven como la minifalda o las hombreras, que reconquistan de cuando en cuando las pasarelas, no, estos jerséis vuelven con los gitanos estos que los llevan puestos. Llevan todos unas pintas que parecen sacados de una película de Pajares y Esteso. ¿Cómo es posible? ¿Es que acaso ha sido la gitanería transbalcánica la receptora de toda la ropa usada que desinteresadamente le dábamos a Cáritas? ¿En qué quedamos? ¿Pues no era para los negritos de África? No sería la primera vez que la iglesia nos vende la moto. ¿Y cómo es posible que aquellos tejidos de tan vil factura hayan resistido así de honrosamente el paso del tiempo? Hombre…, si lo piensa uno…, dicen que el plástico tarda millones de años en degradarse, ¿no? En fin…
Me inquietan esas sonrisas melladas, esos bigotes grasientos –todos llevan bigote, esa es otra–. Si fueran un poco más oscuros, con esos jerséis, parecerían sacados de la portada de un disco de los Jackson 5… Aunque aquí ya no hay cinco sino seis gitanos ya, han venido acercándose como polillas a una farola. El que se me arrima, ofreciéndome un cigarro, parece ser el patriarca, es un hombre con cierto porte para su edad, de cara ajada y marinera, yo no sé cómo funcionará el escalafón jerárquico gitano este, pero luce una americana sobre el jersey, lo que con toda seguridad le sitúa unos cuantos rangos por encima del resto. Lleva además sombrero, uno de esos que aún se gastaba Mijaíl Gorbachov, pero lo luce con mucha más gracia que él, lo lleva ladeado a lo Spencer Tracy. Se me acerca sonriendo y diciéndome algo, le distingo algún que otro diente de oro, me habla en un idioma incomprensible, viene con los brazos abiertos y gesticulando con las manos como los italianos, unas manazas deformadas de jornalero, anchas y apergaminadas. Tiene una panza gestante que cubre a duras penas con un jersey tres o cuatro tallas pequeño. Es un jersey beige con líneas zigzagueantes en un naranja rabioso que circunvalan su perímetro y que se cruzan a su vez con unas bandas verticales de azul chicle para crear unas figuras romboides preciosas entre comillas. Es un diseño de psiquiátrico, suficiente para inducirle a uno un estado catatónico. Es un jersey con solera que a lo mejor algún día, hace muchos, muchos años, fue incluso mío. Menudo cromo, tiene unos bigotes tan largos que se los masca al hablar. No sé qué coño me estará diciendo, pero me ofrece un cigarro y lo cojo por no hacerle un desaire. El resto se acerca despacio y yo trato de mantener la entereza y ocultarles mi creciente angustia. A lo mejor son una gente amistosa y les hago un feo si les descubro mi desconfianza. Tengo que mostrarme casual y seguro de mí mismo, y poco a poco, así como el que no quiere la cosa, me voy yendo hacia el coche o por lo menos salgo a campo abierto, que el arbusto este está muy bien localizado para echar una meada, pero es un lugar turbador para toparse con unos individuos de esta guisa; ahora que lo pienso, este es el típico sitio donde se encuentra uno un cadáver cuando sale un domingo por la mañana a pasear al perro.
El patriarca me cuenta algo muy gracioso, porque sus acompañantes se ríen mucho y él se pone hasta a toser de la risa, yo sonrío afablemente, aunque mucho me temo que el objeto de estas chanzas, aparentemente tan jocosas, soy yo.
Suma y sigue, aquí hay ya ocho gitanazos, más los que quiera ocultar la oscuridad. Para llegar al coche tengo que andar unos metros hasta salir del arbusto y después bajar un pequeño terraplén que da a la carretera, en esta oscuridad sería una temeridad hacerlo corriendo, especialmente con ocho gitanos detrás; aunque pudiese llegar hasta el coche sin abrirme la cabeza de un resbalón en la cuestecilla, tendría aún que encontrar las llaves, meterme dentro, cerrar el cierre centralizado y salir echando leches, y menos mal que para abrir solo tengo que darle al botoncito, que si tuviese que insertar la llave en la cerradura… Pero espera un momento, no sé qué es lo que he hecho con las llaves, no sé en qué bolsillo las he puesto. En el abrigo tengo cuatro bolsillos exteriores y dos interiores, en los pantalones tengo cuatro bolsillos. No recuerdo en cuál las he metido. Siempre me pasa lo mismo, a veces incluso me creo que las he perdido porque hago una ronda de búsqueda rápida por todos los bolsillos sin éxito y tengo entonces que comenzar con una segunda batida en la que, ya nervioso, empiezo a vaciar contenidos con la esperanza de hallarlas entre todos los cachivaches que llevo. Y es que mis bolsillos siempre están llenos, ando acumulando recibos y pequeños objetos constantemente y nunca encuentro el momento de vaciarlos.
Viene un gitanillo corriendo con un muslo de pollo en la mano, esto me tranquiliza, son padres de familia y están por aquí acampados, quizá estén de viaje como yo, a lo mejor vienen directamente de Folkestone o de Dover, puede que acaben de cruzar el Canal. El niño tiene la misma pinta de guarrete que sus mayores, aunque en lugar de llevar un jersey hortera lleva una camiseta del Fútbol Club Barcelona. Debe ser que no tiene edad aún de lucir uno de esos magníficos jerséis que uniforman a sus mayores. A lo mejor es que en esta tribu o clan o lo que quiera que sea esto, hay que esperar a que le salgan a uno los bigotes para gozar de tal estatus. Es una camiseta de Stoichkov, así que tiene ya sus añitos, no tantos como los jerséis pero no anda lejos.
El patriarca me pasa la manaza por la mejilla. No me gusta. Es un gesto amable, pero demasiado cercano a la caricia como para tomárselo uno a la ligera. Es una mano áspera, con unos dedos como morcillas. La gitanería se excita con su acercamiento y empiezan a jalearle. Crecido con la respuesta de su público, se me acerca de un modo incómodo y se pone a soplarme besitos. Me es difícil saber cómo interpretar todo esto. ¿Qué quiere decir? ¿Me está llamando maricón? Los otros lloran de risa, aparecen más gitanos con botellas en la mano y todo esto empieza a adquirir un aire festivo que no acabo de comprender. El círculo se estrecha en torno a mí y al patriarca. Momento a momento la situación pierde su ambigüedad y comienzo a temerme lo peor. A pesar de que me rodean y no veo clara la salida, está claro que si no me escabullo ahora mismo, cuando aún no los tengo encima, es posible que ya no se me vuelva a presentar la ocasión de hacerlo. ¿Qué puedo hacer, qué puedo hacer…? Algunos de ellos parecen estar borrachos, he de mirar cuidadosamente a mí alrededor, he de identificar el punto más débil en el círculo para intentar romperlo. ¡Sí, eso es! Tienen que tener un punto débil. Hay uno con una botella de vino que parece bastante cocido, además es chiquitajo y esmirriado, es uno de esos sujetos cuyo crecimiento parece haberse resentido de una pobre nutrición y una temprana adicción al alcohol y al tabaco. Sí, creo que este tío tiene que ser el punto más vulnerable, el talón de Aquiles de esta muralla de gitanos. Si ataco por este flanco, con un poco de suerte y con los pocos segundos de ventaja que me dé el efecto sorpresa, quizá tenga alguna posibilidad. Si por el contrario me quedo aquí, van a hacer conmigo lo que les dé la gana.
Me asalta el pensamiento, o más que un pensamiento una suerte de conciencia, de que ahora mismo podría muy bien estar al borde de la muerte. Nunca hasta ahora había tenido esta sensación. Aún no tengo confirmación fehaciente de que esta chusma me vaya a despojar de todo lo que llevo encima y me vaya a despedazar aquí en medio del páramo, no obstante me vienen a la mente imágenes de esos documentales sobre la vida animal que estamos hartos de ver, esos en los que una jauría de bestias acecha a la presa pacientemente, sin arriesgar nada, hasta que se presenta un momento propicio para atacar. Había un documental cojonudo sobre los Dragones de Komodo en el que las cámaras seguían a un grupo de estos bichos para ver como cazaban a un búfalo. Durante días los dragones los persiguen, intentan acercarse y morder a alguno, pero no es fácil, los búfalos son más rápidos y cocean. El único punto donde, con un poco de suerte, les pueden llegar a morder es en una pata. La tarea es complicada y no exenta de peligro para los dragones, que pueden ser fácilmente pisoteados. Finalmente, en un momento fatal de distracción de uno de los bóvidos, un dragón consigue acercársele lo suficiente para morderle en el tobillo, justo encima de la pezuña. Es un mordisquito de nada y el búfalo se deshace fácilmente del lagarto con una coz, pero el veneno ha sido ya inoculado. Es todo lo que hacía falta. Poco a poco, al cabo de unos días, entre el veneno que va paralizando progresivamente a la víctima y las patologías provocadas por el cóctel de bacterias aplicado a la herida, el pobre búfalo va perdiendo facultades, no come, apenas se mueve y finalmente se viene al suelo. Una vez caído, quizá una semana o a lo sumo dos después del mordisquito, los dragones, que habían esperado pacientemente a que la naturaleza hiciera el resto, se acercan al búfalo y empiezan a comérselo vivo. Al final la muerte no la causa ni el veneno ni las infecciones, sino la pérdida de sangre y la desaparición progresiva, bocado a bocado, de tejidos y órganos vitales. Si repasásemos cuidadosamente la hagiografía católica, estoy seguro de que no encontraríamos demasiados santos que pudiesen fardar de haberse ganado el halo con un martirio tan doloroso.
Yo todavía no he recibido el primer mordisco. ¿O sí? Porque mucho me temo que esa caricia del patriarca puede haber sido tan venenosa como un mordisco del mismísimo Dragón de Komodo. Tengo que actuar antes de que salten todos sobre mí… Esta es la mía. Me encojo de hombros, tenso los músculos y salgo corriendo hacia el esmirriado de la botella. No se lo esperaban. Antes de que ninguno pueda echarme el guante le derribo, paso por encima y atravieso un mar de brazos y piernas que tratan de bloquear mi huida. He salido del círculo, lo más difícil está hecho, corro desesperadamente en una oscuridad casi total. ¿Dónde están las llaves del coche? ¿Aquí en los pantalones? ¡No! ¿En el abrigo? ¡No! Qué difícil es buscarse algo en los bolsillos en plena carrera y encima casi a ciegas; pero no es imposible, todo es posible cuando la necesidad acucia y es la vida lo que está en juego. El sentido común me dice que no vaya tan deprisa, porque es que no veo dónde estoy pisando y me voy a desnucar, pero mi instinto de supervivencia puede más en estos momentos y todos los recursos disponibles se han movilizado al servicio de un único objetivo: la huida. Estoy acojonado, y nunca mejor dicho, cuando los mecanismos corporales de emergencia se ponen en marcha los testículos dejan sus saquitos escrotales y se esconden en el abdomen. La sabiduría popular insiste mucho en lo de tener cojones o echarle cojones o cualquier otra de las mil y una majaderías que equiparan valor, fuerza, etcétera, al tamaño de los testículos. Lo cierto es que la batalla por la supervivencia no precisa de cojones grandes, más bien al contrario. Los cojones son un estorbo y cuanto más compactos mejor para que sea más fácil esconderlos. La disponibilidad de las funciones reproductivas es un lujo innecesario que en momentos de crisis nuestro sistema no se puede permitir, toda la sangre disponible debe abandonar órganos y funciones no vitales para concentrarse en los músculos, que son las fuerzas armadas de nuestro cuerpo. Mientras tanto los testículos se ocultan cobardemente lo más arriba que pueden, de ahí lo de los cojones de corbata, y no reaparecen hasta que se apaciguan las aguas.
Las endorfinas tienen que estar rebosándome por las orejas porque me he dado un golpe en la frente contra una rama, me he arañado toda la cara y casi ni lo he sentido. Cuando se normalice la situación de emergencia, mis sentidos abandonarán el estado de excepción, volverán a retomar sus tareas habituales y es cuando me empezará a doler. ¿Dónde están las llaves? ¡Hostias! He negociado con éxito el desnivel y estoy llegando al coche pero si no encuentro las llaves a tiempo me van a coger, porque me vienen pisando los talones. Estoy perdiendo segundos vitales… ¡Aquí están! En el bolsillo interior del abrigo, no me había dado cuenta al tacto porque en este bolsillo llevo también el monedero y dos servilletas de papel a medio moquear, y su bulto había ocultado la presencia de las llaves. ¡Vamos! Me agarran por detrás. Les pego una coz. Tengo que sacar las llaves. Puede hacerse, puede hacerse, puede hacerse…
— ¡Fuera de aquí…! ¡Ahhhhhhh…!!! Go away leave me alone! ¡Hijoputaaaaas…! ¡¡Grrr…!!!! ¡Desperta ferro!
…hace mucho calor, ¿es eso un colegio o un supermercado? No estoy seguro…, pero parece que están haciendo una obra, eso son andamios y ladrillos y carretillas… ¿Y esa niña? ¿Qué hace ahí? ¿Qué tiene…, cinco años o seis? Esas ropas de color negro, tan viejas…, tan anticuadas y esa piel…, tan pálida… No es una niña normal… Está de pie, recortada frente al edificio blanco, como un escarabajo en la nieve. La veo desde aquí arriba mientras vuelo alrededor, dando vueltas sobre el edificio. Me está mirando y me señala y yo vuelo y doy muchas pasadas sobre ella y sigue mirándome y se ríe y… ¿Qué hace? Se está arrugando, y su cara se marchita y se cruza de surcos, y se desnuda frente a mí y sus tetas, resecas y fruncidas me dan miedo, mucho miedo, hay algo maligno en ella, algo negativo, siniestro y ella me sonríe y su cara se transforma en…, en… ¿La cara de mi madre…?
No puedo respirar. Siento una presión tremenda sobre los pulmones. Se me están clavando las costillas. Dios mío qué dolor de cabeza. No me puedo mover. El suelo está mojado. ¿Qué tengo en la boca? ¿Es esto barro?… El dolor es insoportable. Me zumban los oídos, no oigo nada más que un silbido agudo que me taladra los tímpanos. Creo que tengo la cara contra el suelo. Esto es hierba. No puedo abrir más que un ojo…, y torpemente…, pero no me sirve de nada, porque tampoco veo nada. Tengo todo el cuerpo dolorido…
…me llama y viene hacia mí… No quiero verla.
— ¡Vete! ¡No te acerques a mí!
Ya no vuelo, ¿qué me pasa? ¡Ya no me puedo mover, tengo las piernas pegadas al suelo! ¿Qué me dice?
— ¡Vete! ¡Te digo que te vayas!
¡No! Me está diciendo que ella es yo, que es el demonio que yo he creado… No puede ser.
— ¡Qué te vayas!
Me dice que soy su dueño y señor, que solo obedece mis órdenes… y me grita y continúa gritándome…
—.Te juro que haré lo que quieras. Voy a ser bueno. Siempre. Voy a ser bueno. Te lo juro. ¡Mamá, no me pegues, no me pegues más mamá!
…Los gitanos. ¡Sí! Deben ser los gitanos… No siento las piernas… El peso… Me duele, me duele… ¿Estoy vivo…? Es un dolor punzante, viene y va. Necesito beber agua, ¿qué tengo en la boca? Sí, es barro. ¿Pero ese ruido…? ¡Oh no! Son los gitanos. Me han cogido los gitanos. ¿Qué ha pasado? ¿Qué es lo que está pasando? Puedo mover los dedos de la mano derecha. Empiezo a sentir mi cuerpo. Se están restableciendo, aunque con problemas, las comunicaciones con los centros vitales. Mi sistema nervioso no para de recibir partes de guerra desde todas las capitanías generales con confusos informes sobre los daños sufridos, poco a poco se va construyendo una imagen de lo que está pasando en el frente.
Siento los dedos de los pies, por lo tanto infiero que sigo teniendo piernas.
El dolor es inaguantable, lo siento en la columna, siento como las vértebras se me estremecen violenta y acompasadamente, es difícil de describir, es una fuerza que machaca y machaca repetidamente, es un tira y afloja, es…, es un mete saca, es… ¡Es que me están dando por culo! ¡Ahora lo entiendo! ¡Ahora lo siento…! De todos modos, conocer la naturaleza del dolor no lo hace en absoluto más llevadero. Por lo menos sigo vivo y aún tengo la entereza para comprender qué es lo que me está pasando.
Estoy pegado al suelo, un suelo de barro y de hierbajos. Veo ahora algo de luz, lo justo para distinguir el barullo de gitanos a mí alrededor. Creo que me han traído al lugar del que me escabullí. Con toda seguridad estoy fuera del arcén. La tierra mojada y la hierba y hasta la basura se amoldan a mi cuerpo y de algún modo actúan como colchón. Debo tener encima a tres o cuatro sujetándome mientras que uno me la clava. Nunca me habían dado por culo, pero tengo suficiente experiencia en estas lides como para saber que lo mejor es tratar de desconectar y esperar a que se satisfagan. Lo importante es que, contra todo pronóstico, sigo vivo. Y quiero continuar estándolo. Me aguanto mis dolores y me callo. Ellos a lo mejor ni siquiera saben que estoy aún en este mundo. Mejor así. Que terminen y luego ya tendré tiempo de recomponerme. Me duele todo tanto que me cuesta aislar unos dolores de otros. Soy consciente de que tengo un pene de gitano alojado en el recto, pero no es eso lo que más me incomoda sino sus embestidas, porque dificultan mi respiración. Por otro lado no creo que este sea el primero, seguro que he tenido ya otros ‘amantes’ anteriormente, porque tengo el ojete que me entraría un trolebús ahora mismo. El ano es un músculo muy fuerte, pero también muy flexible y parece que se ha adaptado bien a la agresión, espero que no terminen descomponiéndomelo del todo cuando hayan acabado, porque yo tengo previsto seguir usándolo. Voy a seguir viviendo. Estos cabrones, hijos de maricones me podrán dar por el culo todo lo que quieran, pero no me van a matar y yo voy a volver… Voy a volver, aunque tenga que ir cargando en una carretilla los intestinos que se me descuelguen por el recto, y los voy a exterminar de la faz de la tierra. ¡A toda su puta extirpe!
Me quedo sin palabras para expresar la infinita variedad de matices e intensidades de dolor a los que estoy siendo sometido. No existen vocablos adecuados para identificarlo en todos sus grados. ¿Cómo describir las sutiles diferencias de padecimiento entre una rotura de costilla y un desgarramiento de esfínter? ¿Entre una quemadura de cigarro en la nuca, y una laceración en el costado…? No son simplemente dolores, son unos dolores muy particulares y muy variados. Hay una palabra inglesa que me gusta cómo define el dolor, aunque también se me queda corta: excruciating. Significa algo así como: extremadamente doloroso, un dolor agudísimo, atroz, brutal… El caso es que no se me ocurre una equivalencia exacta de la tal palabra en español y es tan buena y tan sonora que yo creo que deberíamos incorporarla, no hay más que adaptarla un pelín. Hete aquí: Excruciante.- Dícese de un dolor intensísimo, insoportable, etc. Pues eso es lo que siento, un dolor excruciante… Por todas partes.
Por el incremento en el ritmo de las embestidas creo entender que este está a punto de terminar, gracias a dios, parecía que esto no se iba a acabar nunca. Parece mentira que con la cantidad de eyaculadores precoces que hay por ahí, este cabrón esté tardando tanto en correrse… ¡Acaba ya mamón! Debe de estar recitando el Ave María para contenerse, o a lo mejor es que yo no acabo de ser su tipo… O quizá, ¿quién sabe? Vete tú a saber si no será este su segundo polvo.
Trato de desconectar. Necesito distanciarme del dolor, del peso, de la humillación, del asco…, y me asalta el pensamiento de que quizá podría merecerme esto. Lo que me está pasando. Castigo de dios… ¿Qué tonterías digo?…
Ya está, ha terminado. Está desalojándome el recto. No me muevo, no me quejo, no quiero que sientan la necesidad de matarme. Se levanta por fin y noto el frescor de la noche en el culo, mojado de sangre, sudor…, y esperma de zíngaro.
Quiero que se vayan, que me dejen… ¡Qué suplicio!
¡Oh no! ¡Dios mío! Otro sibarita del amor se me pone encima. Empezamos otra vez. Comienza a taladrarme de nuevo, y esos breves instantes de respiro que había tenido se esfuman y me trago un grito de dolor… Yo no sé qué atractivo puede tener todavía para estos animales este culo mío tan roto y horadado. Y aprieto los dientes con la boca llena de tierra y por un instante pienso que me quiero morir; no obstante esta polla gitana que me está matando, está a la vez dándome la vida. Sí, porque aunque por un lado quisiera dejarme morir, por el otro quiero antes matar a su dueño y al otro y a todos ellos y a la madre que los parió y a sus hijos y a sus mujeres e incluso a sus burros si los tienen.
El jaleo parece haberse calmado bastante, deben estar yendo a dormirse la mona. Yo creo que la fiesta se ha terminado. Nos han dejado solos a mi príncipe azul y a mí. Espero y espero que acabe pero se le pone blanda y no consigue continuar porque está borracho. Me vomita encima y se duerme sobre mí. Nuestra luna de miel ha tocado a su fin.
Los pájaros ya están cantando, va a empezar un nuevo día y milagrosamente sigo vivo. Estoy convencido de que nos han dejado solos. Tengo que incorporarme. Me da miedo moverme por si le despierto, pero tengo que quitármelo de encima. El miembro se le ha desinflado por completo y se ha deslizado fuera por su cuenta. Así…, despacito…, no tenemos prisa ninguna…, lo importante es que no se me despierte. Me deslizo de debajo de él con el sigilo de una serpiente y gracias a dios ni se da cuenta. Estamos solos, definitivamente. Ahora que puedo levantar la cabeza compruebo que se han marchado todos. ¡Dios! Me duele el cuerpo entero. Tengo que ponerme de pie. No sé si voy a poder andar… A ver… ¡Ay! ¡Qué mareo! Casi me caigo. Al levantarme me ha dado una especie de vahído, como cuando era pequeño y jugaba a las canicas en cuclillas, al levantarme me daba a veces este tipo de mareos, es como si no me hubiera llegado suficiente sangre al cerebro, quizá con la postura… no lo sé, el caso es que durante unos segundos he tenido un hormigueo en la cabeza muy raro, me he tambaleado y lo he visto todo muy oscuro.
Voy a tener que aprender a andar otra vez. Joder, cómo me duele el culo. ¡Me cago en su puta madre! Y eso ahora, que está todavía en caliente, verás cuando pasen un par de horas. Ando como un zombi, pero ando. Tengo todo el tórax resentido de los golpes y los forcejeos y girar la cintura se me hace un martirio. Estiro la espalda y muevo el cuello, le doy un giro de casi ciento ochenta grados, no lo tengo roto, no lo parece. Me miro todo el cuerpo, extiendo las extremidades, no veo ningún muñón sanguinolento, aún tengo mis dos brazos y mis dos piernas; muevo los dedos… Con la vista aún borrosa y ayudándome de ambas manos, me los cuento… Compruebo la pervivencia de las articulaciones, parece que no falta nada. Creo que, aparte del culo y de alguna costilla, no tengo nada roto. Estoy arañado y agujereado, todo ensangrentado…, pero estoy vivo. No sé cómo no me han matado, lo cierto es que aquí sigo. Me siento el ojete, está permanentemente abierto, como la boquilla de un globo desinflado. Han estado taladrándomelo toda la noche, pero no parece que haya ningún intestino colgando como me temía. Me cago toda la lefa que me han dejado dentro y, como puedo, me subo el pantalón.
Con los cascotes de una botella de vino, seguramente una de las que ha puesto a mi afectuoso amigo en este trance, le corto el cuello sin más contemplaciones. Va tan cocido que casi ni se inmuta. Se le va la vida en un suspiro. No es justo que le mate sin hacerle padecer, pero es que todavía ni siquiera me he abrochado los pantalones, en este instante es la solución más adecuada.
¡Aaay…! Qué dolor, me siento el estómago encajado en los pulmones… Yo no sé qué es lo que me habrán hecho… –bueno realmente sí que lo sé–, pero me han descabalado el recto completamente… Espero que no me hayan perforado los intestinos y se me viertan ahora sus contenidos en el flujo sanguíneo y me envenene con mi propia excreta…
Veo su campamento, hay unos coches aparcados en círculo entorno a una hoguera apagada. Descubro con sorpresa que todavía tengo las llaves y la cartera en el bolsillo. No me lo puedo creer. Después de todo este vía crucis no me han quitado nada. No, está claro que no era dinero lo que buscaban, no. Se han ido a la cama. No me han matado, me han dejado por muerto, o simplemente les ha vencido el cansancio y el alcohol, o les han llamado sus mujeres para cenar… ¿Qué sé yo? Como los niños que dejan sus juguetes tirados por el suelo cuando se cansan de jugar y se van a ver la tele, igual me han dejado a mí.
Hace unas horas estaba aquí rodeado de hienas, pensando que nunca más podría ver un amanecer y ahora me dispongo a meterme en el coche e irme a toda prisa a darme un baño… Mientras tanto ellos duermen calentitos en su campamento… Me da no sé qué irme así… ¡Qué cojones! Dicen que el asesino siempre vuelve al lugar del crimen, ¿y la víctima? Podría haberme metido en el coche y haberme largado, pero no. Estoy contemplando su campamento y pensando que no voy a ser capaz de pegar ojo hasta que estos salvajes paguen por lo que han hecho… Y jamás voy a encontrarme con un momento tan bueno como este. Cae una fina lluvia, casi imperceptible. Estoy mucho más entero de lo que pensaba. El culo me sigue segregando líquidos y cosas, no sé si es una hemorragia o una manera natural del cuerpo de desembarazarse del cargamento de ácido desoxirribonucleico que me han estado inyectando durante toda la noche. Me cuesta andar, pero ando. No paro de tirarme pesados pedos líquidos, como tengo todo el culo abierto, salen sordos y apenas sin ceremonia alguna. Con lo que me han metido entre pecho y espalda han tenido que haber plantado en mis entrañas el más completo y actualizado catálogo de enfermedades e infecciones de transmisión sexual que quepa imaginarse. Esto ha debido de ser como los updates de Windows pero a la inversa: en lugar de bajarme una actualización de antivirales me han actualizado con lo último en virus; todo lo peorcito que ande ahora mismo por ahí seguro que me lo han implantado a mí… En fin, tiene uno el consuelo de que, en el peor de los casos, hoy en día se puede vivir con el sida, ¿qué me puedan pegar una hepatitis? Pues también. ¿Piojos y chinches? Igual, todos los que quieran.
Tengo todavía algo metido en el ojo y estoy desesperado por frotármelo, pero sé que corro el riesgo de arañarme el cristalino, así que no me lo toco. Creo que pegarme no me han pegado demasiado, no me siento como después de una paliza. Creo que simplemente me han debido golpear en la cabeza, que habrá sido cuando he perdido el sentido. Luego me han arrastrado desde la carretera hasta los arbustos y se me han echado encima para inmovilizarme. Eso sí, gracias al bendito estado de inconsciencia en el que he estado casi toda la noche, nunca podré saber exactamente cuántos novios me han salido.
Una furgoneta blanca, vieja, destartalada y recomida por el óxido. Con matrícula extranjera y con un rótulo incomprensible en alguna lengua de esas del este de Europa. Una frase larga y extraña, quizá una marca o el nombre de un negocio. Recuerda a los rótulos que se ven en las ventanas de los bares, anunciando sepias a la plancha y gambas al ajillo. Fue rotulada a pulso, con mucho esmero, y decorada con multitud de diéresis, cedillas y acentos extraños. El tiempo ha hecho en ella sus estragos, pero aún se puede leer claramente. Me cuesta creer que este vehículo esté en condiciones de circular legalmente por las carreteras británicas. También hay un camión que parece recién sacado de una película francesa de los cincuenta y que donde debería estar es en un museo. Tienen una roulotte enganchada a un Mercedes antediluviano, de los que todavía usan los taxistas de Ceuta. Hay un coche americano inmenso de los sesenta, parece un Dodge como aquel en el que voló Carrero Blanco, de hecho, a juzgar por el aspecto que presenta, podría incluso pensarse que fuera este el mismísimo vehículo en el que el bueno del almirante se subió a la azotea.
Están todos aparcados en círculo alrededor de las ascuas de una hoguera. Por la cantidad de botellas y basura, infiero que anoche tuvieron aquí algo parecido a una fiesta. Hay platos sucios por todas partes y huesos y envoltorios… Un perro esquelético atado a la caravana se disputa con unos cuervos y una gaviota los restos de lo que bien parece un vomito. La gitanería duerme la mona sin una sola preocupación en el mundo, con la barriga llena y sus más bajos instintos satisfechos, a cuenta, eso sí, de mis pobres posaderas. Parece que tuve la mala fortuna de convertirme en la atracción sorpresa de la fiesta.
No se oye un alma. Hay un improvisado tendedero colgado entre los espejos retrovisores del camión y de la furgoneta, está hecho a base de cuerda de bramante, de él cuelgan una camisetita roja de Mickey Mouse, unos calcetines de La bella y la bestia y uno de esos horrendos jerséis del ‘uniforme de gitano’. Hay también un par de bragas inmensas que le dan a uno qué pensar, si todas sus esposas son de este tamaño, no es de extrañar que anden locos por follarse un culo que tenga una talla más normal, ¡aunque le pertenezca a un maromo!
A esta hora los niños deberían ya estar despiertos y molestando a los padres, pero no me sorprendería que estuviesen tan borrachos como ellos. Sería difícil estimar cuanta gente hay aquí, anoche vi bastantes hombres, había también dos niños, no vi a ninguna mujer, pero es lógico, debieron haberse quedado guisando mientras ellos echaban su canita al aire. Pocos coches me parecen para la cantidad de energúmenos que se me aparecieron anoche, de todos formas ya se sabe como viaja esta gente, en un coche se meten lo menos diez. Debe ser un clan familiar con el patriarca y su consorte a la cabeza.
Enganchado a la parte de atrás de la furgoneta hay un contenedor de gasolina, de esos de plástico, que está llenito a rebosar, lleva lo menos veinte litros, me acerco a olerlo, porque igual lo tienen lleno de agua, pero no, es definitivamente gasolina. Se me abre el cielo. Ya sé lo que voy a hacer. Bloqueo y atranco las puertas de la furgoneta y la roulotte –que es donde deben estar durmiendo– con bidones y somieres y todo tipo de basura que me encuentro por aquí. Con alambre ato bien las cerraduras para asegurarme de que nadie pueda salir a tomar el aire y me pongo a rociar concienzudamente los vehículos-vivienda con gasolina. Riego las paredes y el techo, he de asegurarme una buena cobertura, pero tengo que dosificarla cuidadosamente, la extiendo bien con una escoba por debajo de los dos vehículos habitados y después trazo un buen círculo alrededor de cada uno de ellos, por si alguno consiguiera salir, que lo dudo. Ya puestos, rocío también el camión y los coches, e incluso al perro, para convertir todo el campamento en una hermosa Cremá. Va a ser una Nit del Foc en toda regla, aunque va a haber más Foc que Nit, porque son ya casi las ocho de la mañana y despunta el día. Mucho me temo además, que en esta ocasión… No habrá Ninot Indultat alguno.
Me rompe el corazón pensar en esos niños, despertando de su sueño con el sabor acre en la garganta del nylon de sus pijamitas fundido con su propia piel. Cociéndose vivos aún antes de haber entrado en contacto con las llamas… No voy a tratar de justificarme. Matar a familias enteras, incluyendo a sus animales de compañía, tiene difícil justificación. Los niños no son responsables de los actos de sus padres, pobrecitos, son criaturitas inocentes… Sin embargo…, hay que tener en cuenta que esas criaturitas son el pasaporte biológico de unos genes malditos y diabólicos, y por lo tanto tienen que ser igualmente exterminadas. Y punto.
Lo queramos o no, sus vidas valen infinitamente menos que las de una respetable familia que pague sus impuestos religiosamente, y la verdad es que no es justo, la vida debería ser una divisa universal, una vida debería tener tanto valor como cualquier otra, no ya solo entre seres humanos sino entre todo tipo de seres vivos. ¿Por qué matamos una mosca sin pensárnoslo dos veces y sin embargo matar a otra persona es pecado capital? ¿Por qué simpatizamos con animales que consideramos cercanos a nosotros: chimpancés, delfines…? ¿Y mientras tanto, no tenemos contemplaciones con otros a los que creemos inferiores, como las ratas o las cucarachas? En realidad no tenemos ningún derecho a creernos mejores o más necesarios que cualquier otro ser vivo, de hecho, una inteligencia universal que pusiera todas las vidas del planeta en una balanza, hallaría razones más que sobradas para declararnos, al Homo Sapiens Sapiens, como especie más non grata de todas las que pueblan el planeta. Pensémoslo racionalmente. ¿Quién tiene más merecido su puesto en el planeta?:
A. La mosca, que cumple al pie de la letra con su papel dentro del ecosistema para el que evolucionó.
B. El gordo del quinto derecha, cuyo modo de vida produce más CO2 en un mes del que puede absorber un bosque de mediano tamaño en doce.
¿Quién? ¿Eh?
Con el corazón en la mano.
Somos la única variedad en el reino animal (o vegetal) que ha sacado los pies del tiesto y que ha destrozado el delicado balance natural de las cosas, somos un accidente lamentable, un cáncer en plena metástasis que crece descontroladamente y que muy posiblemente acabará con toda la vida en la tierra.
En fin…, ya no se oyen más gritos. Me voy antes de que vengan los bomberos.
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