Somos seis, seis eran seis las hijas de Elena, así se llama mi madre, y mi hermana la segunda y mi bisabuela materno-paterna( por ahí tengo el árbol genealógico para corroborarlo). Seis hijas, padre, madre y la “abuelita”, que vive a medio camino entre su casa y la nuestra, y que es viuda, como casi todas las señoras de su edad.
La abuelita Ramona, parece que siempre hubiese sido anciana, vestida de luto permanente o con la bata de franela negra.
Cuando no ayuda a mi madre con las niñas, o con la ropa o la comida, mira la tele sentada en la esquina del sofá, comiendo una magdalena sobre una servilleta colocada en las rodillas.
Ser la tercera hija puede no ser nada interesante, salvo que tengas un carácter endiablado como yo, ¡hubiera preferido ser chico!
– ¿Andaban buscando el varón?
¡Cuán jocosos comentarios!
-¿Todas niñas? ¿Ningún varón?
Preguntan las madres de mi amigas, siempre tan malintencionadas, cuando se enteran que somos seis hermanas.
En casa nunca se ha tocado ese tema, pero el hecho de ser tantas hijas, ¡da que pensar!
Uno a uno han ido cayendo los nombres familiares: primero el de la abuela paterna, para mi hermana mayor; luego el de la abuela materna, y al llegar la tercera…
– ¡Este sí! ¡Este sí que sale chico!…¡Pero salí yo!
Mi padre por si las moscas me calzó su nombre.
A mi cuarta hermana le tocó en femenino el nombre de mi abuelo materno, a mi quinta hermana el de la patrona de Úbeda, y a la sexta el nombre del hospital en que nació.
Convivimos en una cajita de zapatos, un piso de 45 m2. Es inevitable pelear por todo: por el sitio en la mesa de la cocina, por el de la mesa de estudio; por el único cuarto de aseo, por las galletas de chocolate que llegan a primeros de mes con el pedido del Economato; por un hueco junto a la estufa de butano, que se enciende solo si hace muchísimo frío, porque….»¿para que quieres la bata?»
Aunque con todos los que somos en casa sobra el calor humano, enseguida se caldea la casa, sobre todo si mi padre está enfadado, lo que es casi siempre.
Mi padre tiene alma de artista, le gusta dibujar, trabaja la madera maravillosamente, escribe poesía…; por eso mantener seis hijas, una esposa y convivir con la suegra, debe de ser poco estimulante. Levantarse a las cinco de la mañana para ir a la fábrica hasta las ocho de la noche, llegar a casa, cenar y acostarse, …deja poco tiempo para el arte.
Para dormir, todas las hermanas hemos pasado por todas las camas de la casa. Hay dos pares de literas y una cama grande, Yo he dormido, después de en la cuna: en la litera de arriba, en la de abajo y en la del medio; también en la habitación pequeña (¡cómo sería!) y por último en el comedor, que es mi último destino.
Todas las noches libro una lucha denodada por acostar a mis hermanas, para lograr quedarme sola en el comedor; desplegar el sofá cama y tumbarme cuan larga soy, apropiándome de la tele en soledad, con el volumen al mínimo.
Estoy habituada a dormir como una línea quebrada, adaptándome al perfil de cotas del somier del sofá-cama; si duermo de lado, la cadera sufre horrorosamente; si duermo boca arriba, sufre la espalda; ¿boca abajo?…¡impensable!…, y por supuesto si no duermo es peor que todo lo demás.
Los domingos, que es el único día que no tengo que madrugar para ir al trabajo, hay que levantarse pronto para que todas puedan desayunar en el comedor viendo la tele. Los domingos se desayunan porras, que trae mi padre, que sigue madrugando aunque no haga falta.
En casa nadie puede hablar más alto que mi padre, ni reírse demasiado, ni por supuesto ver el canal de TV que él no diga; llegar tarde de noche (¡sobra el comentario!), suspender, hablar en la mesa, salir con chicos, y un sin fin de restricciones.
Todo se perdona, al fin y al cabo es tu padre. Hay que ponerse en su lugar; su alma de artista apresada en eternas jornadas de trabajo, y no disponer ni un pequeño refugio de intimidad; querer a una mujer que no te hace caso porque…¡ bastante tengo con la comida, la ropa, coser, tender, limpiar, hacerles la ropa, cortarles el pelo…los deberes y ¡LA VIRGEN SANTA!!
La ley del silencio en el hogar a veces adquiere tintes dramáticos. Pasamos las tardes de domingos y festivos viendo la tele, no hay adónde ir, mis padres no nos pueden llevar a ningún lado, no tenemos coche, por otra parte tampoco cabríamos.
¡Qué eternos sobre todo los inviernos, cuando no se puede salir a la calle!
Mi padre se acuesta siempre el primero, es la única forma de quitarse de en medio; duerme en la habitación más alejada del comedor (poca cosa), y cuando se acuesta es el momento más feliz de la tarde, aunque siempre está el temor de que se levante y quite los «plomos»
Cuando no está delante, todas nos sentimos más relajadas, podemos ver la tele sin miedo; cuando él permanece en el comedor es como si tuviese un torniquete en el cuello que sólo me permite mirar hacia delante.
Los problemas de espacio, de convivencia, de trato, de medios y de dinero, han forjado el carácter territorial que todas poseemos.
Mi adolescencia, en fin, es tan complicada como todas en mi Barrio, aunque la edad sea siempre el principal obstáculo.
Mi salvaguarda es la lectura, eso siempre está permitido en casa. Leer para huir, para aislarse, para escapar, para imaginar; inventar historias en las que yo sea la protagonista.
Me pierde mi sensación de soledad rodeada de hermanas; yo quiero ser una isla en el océano, me niego a ser una hija más.
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