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Sabadell 28 octubre 2019 – EL PAIS – José Maria Torras –:
Un nuevo episodio de hallazgo de un cadáver momificado de una mujer octogenaria fallecida en su casa hará unos 3 años, pone al descubierto, una vez más, el aislamiento social de ancianos y saca a relucir el desafecto y edadismo como estereotipificación de personas y colectivos en razón de su tarda edad, reabriendo un debate acerca de la civilidad y la eticidad. Nadie la echaba de menos. Pagaba puntualmente sus recibos domiciliados por los consumos domésticos y las cuotas comunitarias. No hubo atisbo de humanidad ni solidaridad ni resquicio de sensibilidad. Murió en la más absoluta soledad.
25 octubre 2019:
— No, no sé nada, acabo de aterrizar. Sí sí, pasaré con mi madre para que pueda firmar la fe de vida. ¡Le digo que pasaré! ¿Por quién tengo que preguntar? ¡El apoderado! OK, OK hasta mañana.
Guardó el celular para poder abrir con llave el portal. El ascensor. Tercera planta. Abrió la porta. Dio un paso en la entrada y un fuerte olor a amor caducado le atacó.
Llamó.
— ¡Mamá! ¡Mamá! Soy yo, Jose.
Pero nadie contestó.
Tres años antes, de madrugada:
«¿Quién sabe que hora es?».
«El dolor de cabeza no se ha ido y si no voy al baño me meo encima».
— ¡Uf!
«¿Donde está el interruptor de la abat-jour?».
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«¡Mi paquete de cigarrillos!».
«Fumaré un pitillo aquí en la cama».
«¡Si me viera mi hija!…»
— ¡Qué se joda!
«…¡y si dejo de fumar mis besos serán demasiado limpios!».
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«¡Mis hijos me odian porque fumo!…»
«…¡odio compasivo!».
«…¡un coñazo!».
— ¡Claro! ellos son los buenos, honestos y sanos.
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«¡Buenos chicos!, ¡coleccionistas de sueños rotos!…»
«…¡no son fuertes como yo!».
— ¡Qué pena!
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«¡Estos pitillos non duran nada!».
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«¡Estoy cansada de tanto careo!…»
«…y de tirar del carro de la vida, mientras el tiempo pasa y la vida también!».
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— ¡Queda un pitillo!
«¿Además por qué tendría que disculparme?».
«¡Yo!, yo me sacrifiqué».
— ¡Os odio!
«¡Toleré durante años, la presencia en mi cama del padre de las criaturas».
«¡Un matrimonio de ensueño!».
«¡Fue un capullo! Vaciaba su sesera entre mis piernas».
«Y con la faena rematada, se iba a buscar otro hornillo que lo calentara».
«¡Me lo quité de encima!»
«Lo amaba y me traicionó».
— ¡Y aquí, o sufrimos todos o no sufre nadie!
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«¡Mis dulces niños!, se me rompe el corazón por cada vez que habéis sufrido».
— ¡Coño! la ceniza.
«Me río de que el amor se transforma en una especie de amistad llena de responsabilidad para educar a los hijos y para hacer cosas juntos».
«¡Una mierda!».
«¡He acabado controlando mejor el adulterio que el alcohol!».
«¡No consigo sentarme!».
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«¡Y luego lo del fémur! Caerme aquí en la entrada y romperme el fémur».
— ¡Vieja, dicen que soy vieja!
«¡Una alcohólica! ¡Una mala persona!».
— ¡Ojalá hubiera podido evitarlo!
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«¡Y ahora me quieren meter una cuidadora!»
— ¡Una sudaca!
«¿Donde está el bastón?».
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«También hablan de una residencia».
— ¡Jamás!
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«Mi hijo que se vaya al Congo Belga con su puta ONG».
«Tampoco preciso de la otra, de mi hija, de su televisión o de su coño de periodismo».
«En mis tiempos las familias no se separaban».
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«¡Solo tengo que subsistir!».
«Y ahora ir a mear».
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«Si no hubiera ido a la reunión de los propietarios, no me abría caído».
«¡Toca cojones! ¡No iré más!».
«Pago puntualmente y encima tengo que escuchar cantidades de gilipolleces».
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— ¡Este pasillo no acaba nunca!
«Me parecen decenas de kilómetros, y miles de interruptores».
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«¡Un mes de hospital!».
«Pensaba que me iba a morir esta vez».
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«¡Espera!…»
«…¡espera!…»
«…¡las fotos encima de la mesa camilla en el salón!…»
«…tengo que ordenarlas…»
«…aquí la de la confirmación de mi nieta, mi hijo en Paquistán…»
«…la de la boda de mi hija, cuando fuimos todos de excursión…»
«…mi hijo a la mili, yo con el capullo…»
«….¿quien sabe por qué aun me quedo con estas fotos?».
«¡Me quedan solo fotos!…»
«…todos se han ido…»
«…querían ser otros…»
«…encontrarse a ellos mismos…»
«…escaparse del lugar que los oprimía».
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«¡Estos pitidos me machacan el oído!».
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«¡Vaya se me han caído todas!».
— ¡Uf!
«¡Venga!¡otra vez! la nieta, la boda, también la universidad de mi hija…»
«…la mili, el capullo y yo, en Paquistán, la excursión».
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«Todo volverá a su sitio, lo sé».
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«¡Oh dios!».
«¡Otra vez!».
«¡Mis manos!».
«¡Oh dios! ¡otra vez! ¡otra vez! ¡una detrás de otra!».
— ¡Qué te folle un pez, dios!
— ¡Ningún problema ¡dios!
— ¡No tengo problema….!
— ¡…a tomar por…!
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«…estoy cansada…»
«…¡y me meo!».
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«¡Este pasillo parece ir a ninguna parte!».
«¡Espero llegar a tiempo!»
«…¡venga!, un trozo de papel higiénico».
— ¡Por fin!
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«¡Cómo me duele la cabeza!».
«¡…y el cuello!».
«¡Me duele también detrás de los ojos!».
«¡Veo doble!».
«……………..»
«……………..».
Su infecta realidad estalló por el caer accidental de unas fotos. La muerte la salvó para condenarla. La coartada de mujer abandonada funcionó, salvando la bola de partido. Pero, sin embargo, la luz había cambiado y lo mismo ya no era lo de siempre. Lo suyo había terminado.
Finalmente, sentada en el retrete, meó.
Convocado por una alucinación somnolienta, se personificó un shock hipovolémico. Al poco rato, ella y el shock, salieron juntos del cuarto de baño. Se encaminaron hacía la habitación, serpentearon por el comedor y el salón donde, nuevamente y juntos, tumbaron definitivamente, como si fueran naipes, las fotos. La de la nieta, de la boda, también de la universidad de la hija, la de la mili del hijo, la del capullo con ella, de Paquistán, de la excursión. ¡Todas! Llegaron hasta la cocina y regresaron al cuarto de baño, donde ella volvió a sentarse, para quedarse definitivamente como unos de los tantos cadáveres didácticos.
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