Año 1946. Cristina y Gloria. La mamá de estas dos niñas, mi abuela, abre el álbum fotográfico y rasga la cara de su hija mayor, ya que al haber cumplido la edad «suficiente» para irse a vivir fuera de casa con su novio, cansada y a la vez inconforme con su situación por el ambiente estricto y poco conciliador de su casa; se escapa y se va a vivir fuera del círculo familiar. Sin embargo, la madre había cometido el mismo acto hace 17 años, yéndose con su novio muy lejos de casa, el cual se convertiría su esposo y el padre de estas dos niñas. Este acto de rebeldía no sería perdonado tanto por su madre, como por el padre de la madre, quien la des-heredó, convirtiéndose en un acto en cadena que se sigue viviendo por generaciones. No les basta con tanto sufrimiento, parar por un instante y perdonarse mutuamente en un acto se sensibilidad humana, de tolerancia mutua, de empatía, ya que les gana el orgullo y la arrogancia.
Año 2006. Un pequeño curioso, nieto de esa abuela, entre las cosas de la casa encuentra un álbum escondido, logra tomarlo y se da cuenta del valioso tesoro que había encontrado. Entre las fotos que observa y las constantes preguntas a la abuela, logra enterarse de que existe una hija que fue y que no fue y esa era Gloria, ¿que si sabía de ella en ese instante?, la respuesta era no.
Año 2014. Todavía hay partes de la familia que les es prohibido hablar del tema y que no aceptan ni perdonan todavía su circunstancia. Una rasgadura que duraría toda una vida, pero que ayudaría a reencontrarnos con esa tía perdida para que estuviera con su madre en los momentos finales, en el final del tunel, en el instante en el que todo se vuelve suave y sensible, en el momento en el que nos arrepentimos de lo que fue y no fue, en ese momento todo se va y llega el perdón. Una forma de descansar el alma, antes de dormir eternamente.
El ser humano es un sujeto imperfecto que hace de su contexto algo impredecible, complejo y posiblemente bello e interesante, pero, impulsado por su desesperación de no ser juzgado, tachado y rechazado en la misma colectividad, ha construido un ambiente lleno de utopías y perfecciones. Aun sabiendo de su esencia, la esconde, cubriendo una serie de situaciones que le denotan vergüenza, sin darse cuenta que son actos meramente humanos.
Somos una comunidad y generación cada vez más humana, empática y consciente de nuestra existencia y condición. Una opinión que contrasta con una cantidad considerable de personas, que tal vez por su edad, experiencia y por ende, por su pesada carga de momentos y recuerdos, en instantes intemporales, se exponen y ubican en una situación a la misma persona que se expresa de cierto modo diciendo: “aquellos tiempos fueron mejores” sin darse cuenta que son actos que no necesariamente están sometidos al tiempo, pero que debido a su condición pretérita, llegan hasta lo más profundo del alma. El pasado existe para darnos cuenta que sucedió algo y su causalidad, pero no como una excusa para no dar paso al futuro y estar consciente que somos un ser cambiante, transformador y progresista.
Muchas veces vemos las cosas como buenas y malas, desconectadas entre ellas, actuando sobre un sistema sin un hecho cooperativo e interactivo, sin ver que están supeditadas al contexto y la forma en la cual se vea la condición humana y natural. Es algo muy complejo y que en algunas situaciones no es conciliador, pero, no por este hecho, es una excusa para no seguir adelante y tomar decisiones como persona y ser humano en una comunidad social. ¿La vergüenza es la mala del paseo? Es un sentimiento que no quisiéramos soportar, pero que en algún instante debemos experimentar, ya que somos y seremos humanos por nuestros errores o situaciones que hemos pasado gracias a otras personas, y no sólo por nuestros actos buenos o supuestamente positivos.
Somos personas, es eso, no nos tenemos que avergonzar por nuestros errores y actos, sino generar empatía, perdonarnos entre nosotros y seguir avanzando como familia y comunidad.
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