DO

Ramón fue un niño rico, educado en los vestigios afrancesados del porfiriato, sabía tocar el violín, el piano, hablaba francés y en cuanto tuviera la edad, lo mandarían a la capital a estudiar el bachillerato para después matricularlo en la facultad de medicina. Él mismo se jactaba de haber aprendido a atarse los zapatos a los 14 años, pues la nana que le cuidaba, le hacía todos esos menesteres.

RE

Ramón y su piano forjaron su destino juntos. Con el piano y su voz le pidió a Socorro que fuera su compañera de vida, con su piano y su voz consiguió todos los empleos, aumentos de sueldo y amistades que quiso. Ramón fue un hombre alegre, bueno y justo.

Incluso su piano y su voz fueron requeridos en los restaurantes y casinos más lujosos de la capital, le ofrecieron tocar en el glamouroso Acapulco para las estrellas de Hollywood. Pero él siempre dijo que no. Su piano era para hacer de la vida una fiesta, no un oficio.

MI

Ramón quería darle una sorpresa a Socorro por su aniversario de bodas, así que le pidió ayuda a sus amigos, alquiló un piano y lo subió a un camión de redilas, se estacionaron junto a su ventana y entonces comenzó la serenata más original de la que se tenga noticia…

FA

Corrección histórica: Los primeros en dar un concierto desde la azotea, no fueron los Beatles, sino Ramón y Socorro en 1965.

En Escuinapa, en Sinaloa, una tarde calurosa cualquiera, los hermanos y amigos de Ramón y de la Choco, ayudaron a subir el piano a la azotea de la casa familiar, en la calle 5 de mayo. Allá arriba, entre árboles de mango, comenzó el concierto.

Empezaron a sonar: «Luz de luna», «Historia de un amor», «La Malagueña» o «El mar, el cielo y tú»…

El pueblo entero empezó a juntarse en el portal, contemplando la inusual escena. La gente coreaba las canciones, las bailaban levantando el polvo del empedrado, mientras chorreaban en sudor y aplaudían a la Choco y al José Ramón. Todo era fiesta y comenzaban a circular las cervezas, esas a las que llaman ampolletas y que se beben de un trago largo, y el rón, y los cigarros, y el cura del pueblo santiguando entre trago y trago.

Así fue y así terminó.

SOL

Por la tarde Ramón se sentaba al piano y comenzaba a tocar las piezas que salían de su memoria. Contaba anécdotas donde mezclaba al compositor o compositora, con su propia vida, con aquellos tiempos, con aquel peregrinar por la república mexicana.

Todo parecía salir del mismo sitio: Canciones, letras, sabores, calores, lluvias, familiares, historias de revolucionarios, de dioses y santos, de fantasmas, alacranes y ricachones. Historias de cantinas, de cantantes, de acordeón, de boleros y danzones.

Decían que Ramón cantaba como Agustín Lara, decían que Ramón tocaba el piano «A lo cubano». Socorro o la Choco (como le dicen con cariño) canta como las divas del cine mexicano. Y cuando cantaban juntos todo se impregnaba de aroma de flores, a sabor de mango y guayaba.

LA

Ya era viejo cuando cayó de la azotea y se rompió los brazos y las piernas. La misma terquedad que le hizo caer, también le hizo volver a tocar su piano. Con los dedos tiesos y desobedientes, con sus brazos lentos y torpes, con lo compases atropellados, aún así consiguió tocar las “Mañanitas” cuantas veces hiciera falta.

SI

Se levantaba bruscamente, confundido, adolorido, sedado, gritando que llegaría tarde a la facultad de Medicina, y que tenía examen.

Siempre cantaron a la vida, incluso cuando Ramón, mi abuelo, murió, se le cantó a la vida, «Gracias a la vida» de Violeta Parra.

Ahora, su piano, es un mueble más.

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