Recuerdo las fotos sepia que colgaban en las paredes de la casa de la abuela como un adorno más, en el que no se repara, porque siempre han estado ahí ocupando un espacio en la memoria de los que los conocieron y siendo ignorados por los demás, que no sentimos ningún afecto hacia personas que nunca estuvieron en nuestras vidas. Es extraño ese desapego. Sin su empeño en vivir nosotros hoy no tendríamos un presente. Su ADN recorre nuestras venas y determina el color de nuestros ojos, la estatura y el tipo de cabello. Somos parte de esos desconocidos cuyos restos descansan en el panteón familiar y de los que poco más o nada sabemos.
Hace años en un piso de estudiantes una tirada de cartas informal entre amigos (frente a un plato de macarrones con tomate), terminó en un no parar de reír cuando la chica, a todas luces aficionada, me habló de mi rancio abolengo, de incontables posesiones terrenales y dinero en circulación de mi familia paterna para más señas. Mis ascendientes según el tarot nadaron en la abundancia y ni la guerra, ni los años de miseria que siguieron a ésta consiguieron perturbar su estilo de vida ni un ápice. Manteniendo sus privilegios intactos hasta nuestros días. Siguió con su verborrea en lo que yo consideré desvaríos de tarotista con ínfulas, hasta que para terminar y molesta por los signos de incredulidad de su improvisado público sentenció con firmeza.
— Un hombre vestido de uniforme será muy importante en tu futuro.
Y se marchó cerrando tras de sí con fuerza la puerta.
Conociendo el origen humilde de mi familia que siempre vivió del trabajo en el campo ajeno, no me pareció que sus palabras tuviesen un mínimo de credibilidad. Con el paso del tiempo el resto de sus predicciones se fueron difuminando. No nos volvimos a ver, ni pensé en esa noche hasta mucho tiempo después, cuando los médicos se interesaron por mis antecedentes familiares.
Ahora los avances en estudios genéticos pueden ayudar en ciertas patologías. Indagar en mis orígenes para preservar mi propia vida, me permitió al fin descubrir que mi padre había dejado una carta manuscrita, con instrucciones de abrir solo en caso de extraordinaria e imperiosa necesidad. Nada como hurgar en el pasado para que éste reabra, no sin dolor, viejas heridas y salgan a la luz oscuros secretos.
Me dispuse a leerla con avidez.
Querido hijo, cuando leas esta carta espero que te encuentres bien y en caso contrario poder ayudarte a que así sea.
Yo que fui ajeno a esta historia familiar puedo decir que el desconocimiento de ciertos hechos, nos libera de preocupaciones innecesarias o al menos vivimos libres de ellas durante un tiempo, aunque al final debamos enfrentarlas.
Tal vez nunca debí privarte de esta información, pero fui postergando el momento. Uno siempre piensa que mañana será un buen día, pero a veces ese mañana no llega.
Tu abuela era una joven preciosa a punto de casarse con el abuelo cuando la guerra comenzó y la gente dejó de pensar con la cabeza y se impuso el poder y el terror. Fue victima de una violación por parte de un militar pudiente, que nunca supo que la había embarazado y que como resultado de ese acto nací yo, a todos los efectos hijo del abuelo que me quiso y protegió, hasta el final de sus días.
Para mi desgracia y la de los míos, descubrí además que nos había dejado una herencia fatal a sus descendientes. Una enfermedad sin muestras evidentes hasta una determinada edad y sin cura conocida como seguro habrás podido comprobar.
Siempre pensé que hay cosas que el dinero no puede comprar, pero ahora entiendo bien que otras muchas no se pueden comprar sin dinero.
Si es necesario puedes tener acceso al nombre de este sujeto. No dudes en ejercer tus derechos legales si puedes salvar la vida con ello.
Mi silencio, solo obedeció a mi deseo de protegerte a ti y preservar la memoria de un hombre bueno, el que fue y será siempre tu abuelo. Confío en tu criterio.
El nombre permanece en un sobre en la notaría.
Espero de todo corazón no haberte decepcionado.
Te quiere, papá.
No pude o no quise entrar a valorar sus decisiones. Tras el desconcierto inicial solo podía pensar en mi hijo y en mi nieto. Si el dinero de ese innombrable era la solución, tenía muy claro que abriría la caja de los truenos.
Así fue como muy a mi pesar, cumpliéndose la predicción de esa chica de ojos airados y negros, el hombre de uniforme entró a formar parte de mi vida y un sudor frío recorrió mi cuerpo.
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