Siete hermanos componen mí familia; a todos nos criaron a la usanza antigua. Pero tuve que emprender camino por mí mismo a muy corta edad, y para cuando regresé, ya eran todos hombres y mujeres.
Agregamos a la ya nombrada familia, otros integrantes no humanos, pero eso no los hace menos importantes. Estaba Roberta la chancha; Torcuato el tordo; Casimiro el burro; Roque, Luca y Milo los perros; y además está, Minino el gato.
¡Olvidé al pato Florencio!, criado por la Angelina, que se trenzaba con cualquiera que se acercara a ella. Al final resultó ser pata, lo supimos cuando murió en el hocico de Roque por error… creo.
Era una casa de campo rodeada por cerros y una gran explanada donde sembrábamos maíz, porotos, lentejas y otras tantas hortalizas que ayudaban a la familia en su alimentación, agregamos a eso la gran cantidad de gallinas que picoteaban en el patio.
El tordo Torcuato, un día llegó herido. El abuelo lo cuidó hasta que se curó. Se acostumbró de tal manera que nunca se fue, se hizo un espacio en la familia. Cada mañana amanecía peleando con su reflejo en el vidrio de la ventana, hasta que el abuelo salía alimentarlo, ahí cambiaba de posición arreglaba sus plumas y volaba en busca de la aventura diaria. Volvía por la tarde a la hora del crepúsculo buscando su rincón donde acurrucarse a dormir, no sin antes haber conversado con el abuelo de lo que había vivido y recorrido.
Roberta aparte de ser gorda y remolona, comía todo lo que era desperdicio de hojas y cascaras que recogía mientras la abuela cocinaba, se permitía el lujo de estar en la cocina atenta a cualquier objeto que cayera de la mesa donde la abuela preparaba los alimentos. Regalona de la abuela ayudaba a mantener la limpieza del lugar cual especial aspiradora. Sufría trastornos de personalidad, se creía perro y jugaba imitándolos. Nunca pudo mover la cola como ellos.
Casimiro, era burro de verdad, salía con mis hermanos a buscar leña al río o iba al pueblo como vehículo para la familia. Era callado y muy educado. Siempre tenía la última palabra en cualquier tipo de discusión familiar. Solía rebuznar cuando había rencillas, entre nosotros o entre los animales. Era respetado por todos. Casimiro también era el toque de queda por la tarde, la hora del almuerzo o el aviso de levantarse incluso antes que el gallo cantara.
Roque, Milo y Luca son los perros, ellos tienen un lugar especial en la familia. El trío dinámico hacía de las suyas dándole problemas al abuelo que a veces debía separarlos a golpes de palo para que dejaran comer a la pequeña Luca. Milo tiene predilección por una de las catas y la mira hasta el cansancio a través de los delgados alambres de la jaula, imaginando quizás, cómo comerla… con plumas o sin plumas.
Roque el mayor del grupo; no encaja con la sagacidad de sus desplazamientos, al momento de buscar una presa. Tiene sus años el sabueso, aún así, impone respeto donde esté, es prenda de garantía cuando se trata de cuidar la casa. Sigue al abuelo cuando va a hidratarse donde Don Mario, él dice que tiene la mejor agua ardiente del pueblo, y lo cuida de los posibles malandrines que pudieran aparecer en el retorno a casa.
Luca, ella es la más pequeña del trío, juguetona con mis hermanas, les tira la falda o les roba el tejido dejando un rastro de lana hasta su escondite.
Minino, con sus uñas defiende el cariño de mi hermana, con ellas regala caricias a los perros y a cuanto animal se acerque a ella, incluyendo pretendientes y amigas, quizás él sea el causante de su soltería.
Las gallinas, cuando la abuela sale con su jarra con maíz, e inicia su típico y desabrido “tiqui tiqui,” nadie puede traspasar la barrera entre ellas, el maíz y la abuela.
En jaula gigante estaban las catas haciendo de las suyas, buscaban pareja mostrando su hermoso plumaje y cuidando los huevos que robábamos para comerlos sin que la abuela se diera cuenta.
La abuela, sentada frente al fogón, prepara los guisos que van a la mesa cada día. Es la única persona que puede soportar el humo que se produce al interior de la cocina, solo ella… y la chancha.
El abuelo, hombre de campo se levanta con la madrugada para cocer el pan en el horno de barro mientras el burro y los perros hacen conciencia y miran absortos como él va y viene preparando el fuego en el horno, mientras la abuela ceba el mate para el desayuno de los dos que antes que salga el sol ya están laborando, uno en el hogar el otro en medio del campo.
Los importantes personajes de esta historia hicieron que la vida fuera diferente mientras crecíamos al lado de ellos.
Con cariño para mis abuelos que desde el cielo deben estar sonriendo con este recuerdo.
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