Mirando esta vieja foto, mis ojos se humedecieron al recordar, el supuesto final de una historia de dolor y traición. Tal vez, mi santa madre, que juzgaba a la gente por su condición pensando que eran todos como ella; sincera y buena hasta la médula, estaba más sensible que de costumbre porque ayer fue navidad. Corría la tarde del caluroso diciembre cuando Elisa; una mujer joven de baja estatura, con cara de compungida y aspecto desalineado, golpeó las manos en nuestra humilde casa pidiendo por favor, qué digo pidiendo, suplicando que la dejen quedarse a pasar la noche porque venía huyendo del maltrato de su padre alcohólico que la golpeaba ferozmente y estaba cansada de tanto andar soportando que todos le cierren la puerta en la cara. Mi madre, dirigió su mirada hacia mí; su pequeña hija de tan solo seis años y pensó que si alguna vez la vida me ponía en una situación de desamparo, pudiera contar con alguien que me tienda una mano. Se sintió vulnerable y le dijo que podía quedarse hasta el día siguiente, en ese momento, Elisa esbozó una falsa sonrisa bajando su huidiza mirada y apenas balbuceó un “gracias”. El tiempo fue pasando y se convirtió en una integrante más de nuestra familia. Mi casa era modesta pero estaba llena de un inmenso amor. Todo lo que había se dividía en partes iguales para que la intrusa se sintiera contenida y querida. Mi madre no podía entender por qué mis dos hermanos y yo no lográbamos tomarle cariño, por el contrario, la rechazábamos. Los días lunes se iba para encontrarse, según sus dichos, con su hermano que era médico, al principio no tenía nadie y de pronto había aparecido un hermano. Los años fueron pasando, hasta que un día no regresó del encuentro. Todos nos preocupamos mucho hasta que a los dos días apareció sucia y golpeada, con las ropas rasgadas,diciendo que una patota de inescrupulosos muchachones había abusado de ella. Se negó a ir al hospital o a la policía. El tiempo pasó hasta que fruto de ese fatídico día nació una bella niña. Cada día llamaba más la atención nuestro rechazo constante hacia ella y ahora también hacia su pequeña hija, será porque los niños poseen un sexto sentido que les hace sentir la energía buena o mala de la gente. Pasaron algunos meses hasta que una triste tarde, todos habíamos ido a dormir la siesta; el clima estaba caluroso y pesado como si el aire estuviera detenido, un sospechoso silencio abrumador envolvía el lugar, por alguna extraña razón mi madre no pudo seguir durmiendo y se levantó antes de lo habitual. Muy despacito y tratando de no hacer ruido para no interrumpir el descanso de nadie, empezó a recorrer la casa y al ir al galpón que quedaba en el fondo; sus piernas empezaron a temblar, el corazón golpeaba fuertemente su pecho, quiso pensar por un momento que sus mojados ojos le estaban mostrando una imagen errónea de la sucia y traicionera realidad que no podía, o mejor dicho, no quería acreditar… se encontró con la desagradable sorpresa de que “la desamparada muchacha” se estaba besando apasionadamente con mi padre. De repente, el mundo parecía derrumbarse bajo sus pies que apenas la sostuvieron parada porque faltó poco para desvanecerse. Enseguida pensó en proteger a sus hijos, no sabía de qué forma pero el miedo la invadió, tenía el enemigo en su casa y no lo sabía. Todo era gritos, confusión, la siesta se había cortado de repente y no entendíamos qué estaba sucediendo. -¿Qué hubiera pasado si mi madre no los descubría con esos delatores besos? ¿Cómo hubiera continuado esta historia?- Al día siguiente que era lunes, fuimos todos al colegio, al regresar, Elisa y su pequeña hija no estaban y ya no regresaron, nadie nos decía nada sobre lo sucedido. El tiempo fue pasando y el dolor de aquel día quedó reflejado en el fino rostro de mi bella madre. Mi padre, juró por todos los santos que no había vuelto a ver a aquella mujer. Un día un amigo de la familia lo vio con ella, dos niñas y un niño. Otra vez los gritos, decepciones y mentiras invadieron nuestro hogar. Desde siempre estuvieron juntos, esa primera hija era de mi padre y los otros dos también. Habían formado una familia paralela, clandestina. La patota, el padre alcohólico y el hermano médico nunca habían existido; Elisa, que resultó ser Alicia, provenía de una acomodada familia de clase media alta y era desde siempre, la amante de mi padre, sería por eso que mis hermanos y yo nunca la quisimos. Esta historia falsa de enredos y calumnias siguió porque mi padre siempre negó los hechos que lo acusaban, hasta que cuando fuimos grandes nos enteramos que teníamos tres medio hermanos. En un primer momento, los rechazamos, no queríamos saber de ellos, luego el tiempo fue pasando y de a poco entablamos una relación integrándolos a nuestra familia hasta que surgieron traiciones y rencores por parte de ellos y no pudimos seguir viéndolos. Nunca borraron el resentimiento de haber sido los hijos clandestinos y terminó siendo como empezó… una triste historia de familia oculta y paralela. Ahora sigo con los ojos húmedos, mirando la fotografía que me hizo recordar el supuesto final de una historia que dejó sus huellas de dolor. Éramos más de tres hermanos y no lo sabíamos; tal vez hubiera sido mejor no haberlo sabido nunca…

Roxana

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