El Conde y los salamines: sonríe Abuela

El Conde y los salamines: sonríe Abuela

Colibri

25/02/2020

La abuela Julia fue un ser entrañable. Un 15 de mayo de 1887, el cielo puso un Ángel en la Tierra; fue traída para esparcir amor pero sin manual de instrucciones, sin advertencias. Católica practicante no ejercía la caridad como se le había inculcado si no la solidaridad, conceptos muy distintos que ni creo que los racionalizara, simplemente ser solidaria y no caritativa estaba en su esencia.

Compasiva, afectuosa en sus palabras, tierna y cálida. Hermosos ojos grises como su infinita cabellera que recogía en un meticuloso y trenzado moño. Su aroma a flores frescas competía con las fragancias de nuestro jardín. En ocasiones cuando cocinaba se entreveraba con aroma a albahaca recién arrancada. Piel fina y aporcelanada. Qué bella mujer!No tenía ni por asomo dotes de matriarca, su tono siempre en los mismos decibelios, respetuosa de las ideas de los demás, no confrontaba ¡jamás! asentía…hasta sus mudos pasos eran una forma de asentir. Parecía como si su finalidad fuera estar siempre presente pero de un modo casi imperceptible si no había una necesidad de que se hiciera notar.

Diez minutos pasadas las cinco de la tarde era mi hora de gloria…después de la jornada escolar llegar a casa traspasar la puerta, su sonrisa y mi merienda esperándome. La abuela ya había preparado el pan con manteca, en ocasiones con la sorpresa de un suave dulce de membrillo que ella misma hacía y ese tazón humeante de leche con un toque exquisitamente aromático de café, sólo lo suficientemente caliente como para que alcanzara a mantener su calor hasta que terminara mi ritual de tomar la merienda junto con un personaje televisivo llamado Pilán, que por la caja mágica en blanco y negro nos motivaba a saborear la leche, a hacer las tareas, ayudar y respetar a nuestros mayores. Nos involucraba en una escala de valores éticos mientras nos pasaba algún dibujo animado y 17.40 ya terminábamos, siempre con su «hasta mañana niños, pórtate bien pues te lo pide Pilán»

La abuela era mi compañera en ese mi ritual inocente, infantil, sólo con su mate dulce y aromático al que agregaba hojitas de cedrón y menta. Mágica media hora de ingenuidad y sonrisas compartidas. Su presencia, ese recibimiento y un acurrucarme en su regazo convertían mi casa en hogar. Mi abuela era mi hogar.

Algunos días, se sentía un suave aroma a limón y el golpe de cáscaras de huevo, ya sabíamos que la abuela Julia preparaba sus simétricas yemas de Avila. Nos anunciaba la visita de nuestras primas.

Confitera de oficio, llevada a la ruina por el amor hacia mi abuelo vividor, «tano» y Conde según él contaba y demostraba con un bastón de noble, nobleza de caros berretines y el arte de embaucar.

El cetro con incrustaciones de piedras preciosas terminó en una casa de empeño y se canjeó por salamines, garbanzos, galletas y melocotones. Nunca se pudo recuperar…ni falta que hacía!

La abuela asida de un crucifijo, como si tratara de espantar al demonio, rezaba hincada pidiendo perdón por tal sacrilegio.

El abuelo vividor ya había fallecido, si no obviamente ese canje tan necesario hubiera sido un imposible. Aunque el hambre hiciera ruido la nobleza estaba primero.

Dejó a la abuela con 2 pequeñas niñas y 3 niños que ya traía de un matrimonio anterior. Además del drama económico, fue lo único que dejó. No podía bajar ni el bigote estilo Dalí ni su estatus así que dijo antes muerto que sencillo. Y decidió partir al viaje sin retorno.

Las yemas esmeradamente envueltas en papel celofán era lo único que la abuela podía regalar a sus nietas y como parece que eso de la nobleza se hereda decidieron que no estábamos a la altura de semejante alcurnia. Vergonzoso y temerosamente contagioso para mis tíos eso de ser pobre.

Eso sí, la abuela Julia auxiliada por sus hermanos les dieron buena vida y educación a esos 3 tíos que venían en el paquete con el Conde Drácula, pero hay que entender que eran tan nobles como su padre y eso de juntarse con los plebeyos no corría por su sangre y obsequiar amor y yemas que era todo lo que se tenía nos mandó al ostracismo, al triste olvido y la cruel ingratitud.

Alguien en el Cielo se acordó del Ángel y para mitigar tanto sufrimiento la condujo por la enfermedad de la desmemoria, y sus recuerdos ingenuos como de algún modo había sido su pasaje por la vida, eran los de su niñez, allá en un Pueblo llamado Nico Pérez rememoraba la guerra civil de 1904 y repetidamente con orgullo nos contaba como su madre la protegía de la balacera envolviéndola en un colchón.

Con esa enfermedad había desaparecido el dolor del «amor» interesado, de sus enormes sacrificios, de la humillación de haber perdido todo en manos de un bandido y la mayor perdida que fue su autoestima, teñida de vergüenza. Ya no tenía conciencia de que unas yemas no eran suficientes para las nietas del noble.

Tanto amor ofreció y tan poco recibió. Y a pesar de que estuvimos siempre junto a ella, mis padres y yo, en sus peores momentos y en su aleteo final y que todo ese largo proceso fue muy duro, hago igual un “mea culpa” quizás porque no siempre pude asumir esas visiones de leones imaginarios que cruzaban por el portal…..pero sí! siempre, siempre, yo vi aquellas yemas como joyas.

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