Era la primavera del año 1992. Sentado delante de mi oficina cerca a la estación del metro de Sabana Grande, se podía apreciar claramente el hermoso paisaje del Ávila que se ofrecía en una bella tarde de Caracas. Las montañas de varios tonos verdes con un cielo azul limpio de nubes. Tan diferente de la visión que a veces sentía sobre mi pasado y pesaba sobre mi futuro. Yo, que nunca pude anticipar tantas cosas sobre las decisiones más importantes de mi vida, me sentía ahora incapaz de traspasar los temores que se extendían delante de mis pensamientos.
¡Qué bueno sería ser adolescente de nuevo con toda la energía para poder cambiar algunas de las decisiones que tome algún día! Pero ahora, sentía mi vida abandonada.
¿Por qué al apagar las luces de mi cuarto tenían que llegar tantos tristes recuerdos a mi mente? ¿No había alcanzado acaso todas las metas que había soñado?
Solía ver como un relámpago a cada noche todo lo que había logrado en mi vida y, siendo imparcial, sabía que tenía muchos vacíos por llenar. Siempre recordaba que no podía hacer más de lo que ya había hecho por los demás para poder asegurar un destino sin deudas y sin sentimientos de culpa. Pero esta sensación no me dejaba descansar, menos ahora que mis vientos cambiaban de dirección tan súbitamente, y con poca experiencia para mis veintidós años, sentía que perdía el control de las cosas a medida que perdía mis ideales, caía a cada noche en la amarga tristeza que ya no era dueño de mi destino y que la vida me ofrecía oportunidades difíciles de no aceptar.
La secretaria entró y salió unas cuantas veces de mi oficina. El doctor Bernardi quería hablar con usted, el Señor Tiberi lo quería ver, la señora de tal precisaba hablar con usted con urgencia, el gerente y tantas personas, Hoy no quería ver a nadie.
Otra vez mi mente volvió al pasado, sentí lentamente saborear todos mis momentos de gloria. Eran como pequeñas gotas de vida. Sentí en mi rostro el gesto de una media sonrisa que se contrapuso al brillo triste de mis ojos.
Recordé mi llegada a Venezuela, tan sorpresiva y fuera de plano alguno solo para borrar algunas pesadillas, encontrar más de ellas al principio para poder vivir buenas experiencias luego de un tiempo.
Recordé aquellos viajes con mi gran amigo José Sciacca cuando trabajábamos juntos como vendedores de Industrias Nexxus y Atuey, “buenos tiempos”. Recordé también a toda la familia Sciacca, a Tony su hermano, sus padres y primos, que me acogieron con gran cariño y siempre me hicieron sentir parte de la familia al igual quelas hermanas Torres Lanuza, a quienes conocí cuando trabajaba vendiendo cuadros en mis primeros días en Caracas en un puesto de la señora Viviana cerca de la Torre la Previsora. Recordé a mi gran amiga Malena, y María del pilar, y por supuesto a su madre, La señora María Lanuza, que siempre me aconsejaba con gran cariño y sabiduría. Como poder olvidar a mi gran amiga Adriana de Amicis. Personas buenas que me dieron el gran regalo de su amistad y que nunca me defraudaron. En especial Doña María, que fue como un Ángel de la guarda para mí y prácticamente me exigió que saliese de esa pensión y de aquel barrio para alcanzar un mejor nivel de vida. También recordé a mis jefes, Piero Tiberi y Fernando Bernardi, de quienes aprendí muchas cosas en el ámbito profesional y me brindaron su confianza acreditando en mí, abriéndome asi grandes oportunidades de trabajo.
Ya el sol se ponía cuando de repente volví al presente y a la realidad. Mire mis manos que parecían sudorosas y cansadas como yo, y decidí que al final las cosas no estaban tan mal en mi vida como para sentirme así, que mi vida a lo mejor era más afortunada que la de muchos y que tal vez todo esto que había pasado, pasó por que Dios tenía algún plano para mí, y pensé que al día siguiente debería escribir algunas memorias sobre mi vida, así solo tuvieran algún sentido para mí mismo.
Ya era casi de noche, cuando mirando hacia las primeras estrellas, volví a reflexionar nuevamente sobre el hecho de tener que mudarme para Norteamérica.
La secretaria entró una vez más preocupada porque yo no había almorzado y porque ella ya se quería retirar. Hoy no quería nada. Hoy solo quería traspasar la neblina delante de mi mirada con la hermosa luna que se asomaba desde el Ávila.
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