Te coso los labios a tiempo

Te coso los labios a tiempo

-Te coso los labios a tiempo -me dijo.

Su ira siempre a flor de piel no conocía límites. El sonido de la llave en la cerradura le delataba. Sin pedir permiso entraba en nuestras vidas y se quedó, aunque entonces no lo supiéramos, para siempre. Ahora está lejos y sin embargo, aún puedo ver como nos guiña el ojo sentado en el sillón de nuestros miedos en cada decisión adulta que tenemos que tomar.

No podía salir, no me dejaba tener amigas. La soledad incondicional se volvió mi sombra. Una tristeza oscura me hacía buscar a tientas una salida en mis libros. Ellos estaban cerrados y mudos, sólo hablaban cuando los leía en silencio. Allí me refugiaba encontrando el secreto de las palabras dormidas.

Era una alumna modelo y me enamoré especialmente de la literatura honesta, ni ensayos, ni biografías aburridas.

Me gustaba la realidad mágica que me ofrecía un abanico de soluciones. Aprendí que el escapismo era posible y que colorear los sueños eran tanto o más importante que vivirlos. Así era mi mundo gris donde buscaba lápices de colores por estrenar.

De la materia de Literatura recuerdo con especial cariño el significado de las palabras descritas en el Diccionario Anaya de la Lengua Española, años ochenta. Encuadernación de tapas duras y verdes, que forré escéptica, en un primer momento, con plástico transparente. Éste era nuestro libro de texto en aquella época adolescente: antónimos, sinónimos, significados, etimologías, géneros…

Pronto la disección de la frase se convirtió en la obsesión del día. Me alimentaba de sustantivos, adjetivos, adverbios, pronombres, verbos, y no pensaba. Las veces que lo hacía agonizaba al encontrar el significado de la violencia gratuita que había justo en las afueras de mi realidad paralela. No alcanzaba a comprender ni la maldad ni las puertas cerradas a cal y canto. Me obcequé en darle el poder a la palabra. Intuía que si podía describir mis sentimientos y desgranarlos después, éstos acabarían diluyéndose en el mar y dejarían de acuchillarme sin tregua por las noches.

Me apoderé de un rol que no me pertenecía ni por edad, ni por justicia, y con él moldeé mi carácter.

Enterré mis sueños buscando la salida más rápida, el simple beneplácito de los mayores. Tarde me enteré de que al cuidar a los demás desatendía a esa niña que seguía teniendo frío en la noches de agosto. Tuve que darle un sentido a mi vida, así que mejor no pensaba en ello. ¿Para qué? Decidieron por mí.

Sin embargo, nunca dejé de escribir y sé que mientras sienta la brisa jugando en mi pelo lleno de nudos no dejaré de hacerlo.

Encorsetaron mis sentimientos mucho antes de nacer. Las humillaciones forjaron mi personalidad.

El falso de las apariencias arrastró mi vida dedicada a los demás.

Los reajustes a conveniencia de cinturillas y largos me convirtieron en un maniquí vestido dos tallas menos. Invisible en el escaparate de los años, donde el tiempo tampoco me consolaba demasiado, donde la palabra basta se pronunciaba cuando las mangas eran demasiado largas.

Me cosieron los labios a base de guantazos más grandes que mi propia piel.

Los sonidos no salían de mi boca, sino de una máquina de escribir portátil Olympia de color naranja. Cuando consideraban que debía bajar el volumen de sus teclas, seguía con mi Bic de tinta negra, el mismo hilo que cosía mis pensamientos siempre de luto. Mis palabras hacían todo el ruido que necesitaba mi alma. Se alzaban sin orden y bailaban alrededor de la pena. Expulsaba mis demonios.

Me dejé la piel en una historia que no me pertenecía, siendo lo que somos: vidas incompletas, frustraciones de nuestros mayores. Como dijo alguna vez Carl Jung, «Hijos de la vida no vivida de los padres».

La escritura me devuelve la fe perdida y me arropa. Destierra mis pesadillas. Me arrulla una nana inventada en el tiempo. Sin ella sólo queda el más absoluto de los silencios azules.

La soledad fue mi pareja de baile, con ella aprendí a bailar sin zapatos. El ritmo lo marcaban las palabras escondidas en un diccionario verde que consiguieron liberarme del silencio de mis labios cosidos.

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