Sólo la fiebre y la poesía provocan visiones.
Sólo el amor y la memoria.
(Roberto Bolaño)
Ramirito vino asustado a acostarse a mi lado. José se había ido embarcado y no volvería en dos meses más. Era común quedarnos solos durante mucho tiempo y él siempre tenía miedo las primeras noches en las que su papi no estaba. Siempre le leía un cuento o parte de algún libro o novela que tuviera que ver con el mar. Es por eso que no me pareció extraño que viniera en medio de la noche.
–Mami, tengo miedo, dijo sollozando Ramirito. Con lágrimas y mocos saliendo de su nariz.
–Ya mi amor, venga a acostarse con su mami. Al decir esto, y al limpiar su naricita, noté luces intermitentes que refulgían a través de la cortina de mi dormitorio.
–Espera aquí hijito, calentito en la camita de mami. Dije, con voz suave para calmar al niño y noté que temblaba. Se me apretó el corazón y quise llorar, pero eso lo habría asustado aún más y no habría servido de nada. Saqué valor de no sé donde y me levanté para acercarme a la ventana. Las luces intermitentes daban la impresión de estar de día y a la vez de noche una vez que se encendían y se apagaban.
Mientras caminaba hacia la ventana se me venían a la cabeza los momentos en los que pensé que este había sido un pésimo día, comenzando con el dolor de cabeza en la mañana que no se me iba a pesar del Paracetamol. Luego alguien tocaría a la puerta y yo saldría a ver quién era, dos o tres veces sin que hubiera nadie. Desconcertada me iría a la ducha donde vería una sombra detrás de las cortinas que desaparecería una vez abierta. Mientras Ramirito estaba en la escuela sentiría que alguien me hablaba y yo le respondería para darme cuenta de que estaba hablando sola, en medio de la cocina, viendo como llegaba el mediodía y se me enfriaba mi taza de café. Al almuerzo no tendría hambre, y decidiría no cocinar ya que Ramirito almorzaba en la escuela; pero sin embargo me sentiría satisfecha como si hubiese comido con contundencia antes de la hora de la siesta. No escuché llegar a Ramiro, pero entre sueños, sentía sus risas y correrías por el pasillo, aliviando mi corazón de madre preocupada y de esa forma poder continuar disfrutando de mi siesta que se interrumpió únicamente cuando ya se hizo de noche y Ramiro –pobrecito- se había ido a acostar solo.
No sentí los estruendos hasta ahora cuando la luz como de día iluminaba mi cortina para luego apagarse, como si el sol fuese una lámpara y alguien estuviera presionando el interruptor de encendido y apagado. Otro estruendo y una luz mucho más brillante me hizo saltar de pavor y a Ramiro lo dejó estático, paralizado por el terror. Luego vino lo peor: Un alarido, un aullido de dolor que no provenía de ningún animal.
–¡Ayuda!, ¡Por favor!, se escuchó a menos de cien metros de la ventana, cerca de donde se escuchaban balar y correr las ovejas, en tropel. Asustadas.
–¡Auxilio! , escuché por segunda vez, reconociendo la voz pastosa y juvenil de José, una voz que la habían forjado la sal de mar y el humo de la pipa que se fumaba religiosamente después de la cena.
Abrí la ventana y lo que vi me dejó paralizada, no caía en mi de lo dantesco.” Es el fin de los tiempos”. “El Señor nos va a llevar a todos juntos”, suspiré con un falso alivio que se disipó apenas vi caer la siguiente bola de fuego a escasos metros de donde se encontraba José. No tenía puestos mis lentes pero si se podía ver que estaba malherido.
-¡Papa! ¡Papá! Gritó Ramiro, y yo no alcancé a darme vuelta cuando el niño salió corriendo hacia la cocina para abrir la puerta del patio, al rescate de su padre.
Lo seguí y al salir ya no había destrucción ni bolas de fuego cayendo desde el cielo. Al contrario vi un jardín hermoso con flores de todo tipo y color y un prado muy bien cuidado. Ni siquiera era de noche, se podría decir que era la primera hora de la mañana. El aire cálido me traía a ratos el aroma de las flores que reinaban en el jardín. Sentí paz. Una mujer joven estaba frente a mí, sonriendo.
-¿Ha visto a Ramiro?, pregunté, sonriendo, o eso supuse.
–Fue a arreglar unas cosas y pronto viene a buscarla, respondió, amable.
– ¿Y José?, pregunté. Y la joven cambió su expresión de jovial alegría a una de preocupación, casi de lástima.
–Ra… Ramiro viene a buscarla para el funeral, abuelita. Debe estar por llegar, respondió y vi que de sus ojos caía una lágrima.
–Oh no llores mi niña, dije consolándola y la abracé. Su cabello tenía el mismo aroma de las flores del jardín, asi que supuse que era un ángel. Valía la pena esperar. Dios es bueno y nos había llevado juntos al paraíso. Ni la muerte pudo separarnos amor mío. Hijito de mi corazón.
Sobre el hombro de la joven pude ver que se detenía un automóvil, muy moderno. Conducido por José, que se veía muy joven. No entendí cuando me dijo hola mamá te amo demasiado, mientras me abrazaba, me daba besos en mis mejillas y mi frente. Se le notaba triste y cansado, como si no hubiera dormido en toda la noche.
OPINIONES Y COMENTARIOS