Lo pagarás y por el pie izquierdo comenzarás

Lo pagarás y por el pie izquierdo comenzarás

Fernando Mugo

01/02/2020

Mirarlo a los ojos inspiraba temor y respeto, dicen que parecía un roble con el corazón helado, para nada era un buen tipo y se asemejaba a un forajido del viejo oeste. Conocido en su pueblo y en los aledaños, más por cabrón que por buen peregrino, todos saludaban con vehemencia a «Don Pancho Murillo».

Hizo vivir un infierno a su esposa Romana, moliéndola a golpes cada vez que podía, obligándola a vivir en la miseria casi absoluta con sus dos hijos; tristemente su familia no era impedimento para seguir teniendo amoríos efímeros y decenas de hijos abandonados por cada tierra que pisaba. Lo que más perturba, es que varias muertes se le atribuyen en el tiempo en que la ley, la hacían los hombres y sus revólveres.

Los rayos de sol bailaban con los paisajes áridos, los comerciantes transportaban mercancías en sus relinchantes, las mujeres lavaban en las grandes piedras del río y Don Pancho Murillo se embriagaba con pulque a lado de su «compadre», quien en realidad era su cuñado. Todo cuadraba para figurarse como un perfecto domingo por la tarde. Se cantaba, se reía, se bebía como si el mundo fuese a acabar, ahí en «Rosarito», la única pulcata en el pueblo de San Gregorio. Tomás se llamaba el compadre, su compañero de travesías, como el fiel escudero Sancho Panza al Quijote.

Ya fuera que esa tarde la bebida tuviese algo o fuese el calor que alborotaba los malos humores, pero terminaron en disputa los inseparables compadres. Tomás debía algunas monedas a Pancho y le correspondía pagar la cuenta de esa parranda, pero entre la embriaguez y la mala memoria se negó a pagar, tanto que insultó a su viejo amigo con las peores barbaridades; pero hay que tener cerca a los amigos cuando se convierten en enemigos, como solía decir aquél hombre.
– Tranquilo mi buen, conserve esas monedas que yo invito esta y las que vienen – dijo sonriendo Don Pancho, tranquilizado a Tomás, quien se tambaleaba de lado a lado intentando mirarlo a los ojos.
Embriagarse era algo que se le dificultaba al don, era común ver a sus amigos caer sin conocimiento cuando él apenas sentía leves mareos.

Salieron del emblemático recinto y caminaron a casa, bueno… Tomás intentaba mantenerse de pie mientras caminaba a casa, entre veredas de tierra y estiércol, junto a casas de adobe.
– No sabe que ganas tengo de ir allá – dijo Pancho apuntando a la punta de los cerros -. Y dispararles a unos Coyotes.
– Pues vamos a darles mi viejo – respondió Tomás antes de soltar una risa frenética y volver el estómago entre los maizales.
Después de ir a casa, por la vieja carabina de retrocarga y caminar por largos minutos, lograron llegar a la cúspide de los cerros, justo cuando comenzaba a anochecer y los aullidos de los coyotes ponían la piel de gallina.
– Ya sabe compadre, hay que buscar las huellas en el suelo para rastrearlos y darles un buen tiro – dijo Pancho a su amigo, quien sin pensarlo dos veces se echó al suelo a buscar algún rastro de los aulladores.
Alcoholizado y concentrado inspeccionó unas pisadas calcadas en la tierra, de rodillas y con la cabeza agachada, Pancho estaba cerca, llevaba el arma cargada, solo apuntó a la cabeza y jalo el gatillo, en seguida estaba tirado en el suelo el cuerpo sin vida de su compadre, justo encima de un lago escarlata con trozos viscosos de sesos que volaron por todos lados, había quedado hecho añicos el cráneo del pobre hombre y los pedazos se repartían en la tierra húmeda, los coyotes acudirían al llamado y se encargarían del resto.

«Lo pagarás… y por el pie izquierdo comenzarás» decía un refrán antiguo que terminaría siendo real. Cuando Don Pancho Murillo envejeció, enfermó de gravedad, el karma se las cobró y lo hizo pudrirse, literalmente; el pie izquierdo se le gangrenó y la medicina de la época ignoraba la causa, mucho menos tenía remedio. Terminó por pudrírsele la pierna entera, hasta que cayó en cama con otros cien problemas más de salud, y al final… pereció. Pagó cada una de sus deudas y las sufrió, el odio lo envenenó y luego lo pudrió, así le sucedió a mi abuelo y así lo cuenta mi padre.

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