—¡Grabando!
—Me llamo Barack Hussein Obama II. Nací una mañana soleada en Honolulu, Hawái. Horas antes, el huracán Iniki arrasaba la casa de mis padres. Esta es mi familia y también la vida antes de convertirme en el cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos, el hombre más poderoso del mundo. El primero de color. A mi derecha —la izquierda para ustedes— y con collar de perlas, Michelle, mi mujer; acurrucada sobre mi pierna mala y formando un ovillo de azabache, Natasha. Malia Ann, la mayor, nació por cesárea en 1998 y me rodea con sus brazos mustios, concentrada en un punto aleatorio entre el zapato de Pete Souza y el césped recién cortado de nuestra antigua residencia en Hyde Park, Chicago. Perdón, es normal que ustedes no sepan quien es Pete, fotógrafo oficial de la Casa Blanca durante los ocho años que duró mi mandato al frente de esa fábrica de sueños llamada América. Tal y como se establece en las bases fundacionales de la democracia más avanzada del siglo XXI si no se fotografía no existe, y por esa razón me acompañaba en las victorias, mítines y salvas, a los partidos de los Bears…, ¡incluso al cuarto de baño! De él fue la idea de combinar el blanco y el negro de nuestras camisas, un guiño al rojo y azul de la bandera oficial, privada para la ocasión de sus cincuenta estrellas y la hemoglobina derramada por nuestras tropas en el extranjero. Porque, ¿quién no se ha preguntado alguna vez por el aspecto de la persona que apunta desde el otro lado?
Pues ahora ya le conocen. A él y a su Canon EOS 4000D. Por cierto, el negro de este mulato se llama Javier Vidal y es blanco, caucásico, de ojos tristes y oriundo de paso en Segovia, Segovia. Y sí, como se pueden imaginar no ha cobrado nada por escribir estas líneas. Pero centrémonos en el retrato de una familia americana convertida, gracias al poder de los votos, en el único fenómeno global con la capacidad de devolver la esperanza a millones de ciudadanos. Porque si ustedes están dispuestos a trabajar duro y cumplir con sus responsabilidades podrán salir adelante. No importa de dónde vengan, cómo luzcan o a quién amen, podemos. ¡La esperanza no es sinónimo de optimismo ciego ni supone ignorar la enorme tarea que tenemos por delante! Y desde luego, la grandeza tampoco es un regalo, debe ganarse y…
—Barack, te estás viniendo arriba. Rebaja el tono, por favor, que no es un mitin en Des Moins…
—Perdón, Javier, tienes razón. Deformación profesional. Retomo la línea del concurso que nos ocupa. La cuestión es que, tras establecer medidas para recuperar la economía, poner fin a la guerra de Irak, sacar adelante el ‘Obamacare’, no aplicar las líneas rojas previstas en lo relativo a las armas químicas en Siria —las amenazas no funcionan con ese testarudo de Bashar al-Ásad— y reconstruir la imagen del Partido Demócrata, envejecí veinte años en menos de una década. Creo, y esto es algo que preferiría que no saliera de aquí, que soy el presidente que ha recurrido más veces a la legislación en materia de espionaje en la historia de Estados Unidos y, desde que el Senado aprobó los ataques selectivos con drones en Somalia y Pakistán, he asistido a multitud de intervenciones militares en el mundo islámico sentado en la «Sala de Emergencias». Tanto la CIA como la NSA y la DIA han realizado una tarea encomiable en lo relativo a las bajas, pero ¡los números son lo de menos cuando se trata de garantizar la libertad y la seguridad de nuestra nación! Dios bendiga a América.
—Se calcula que entre 2.372 y 2.581 «combatientes» murieron en los 473 ataques conducidos por la CIA en países donde los Estados Unidos no están en guerra, la mayor parte de ellos civiles…
—Me acojo a la quinta enmienda, Javier. Como les iba diciendo, y por culpa del estrés, tengo el aspecto de un anciano con apenas cincuenta y ocho años. Si no me creen aquí les dejo una foto más reciente, tomada el verano pasado en Marbella y en la que se aprecia mejor este deterioro físico prematuro. Mi piel ha perdido el brillo de antaño, estoy cansado a pesar de los complementos vitamínicos y tengo la mirada de un niño arrepentido. De la flacidez relativa al tríceps braquial de Michelle, mi estrella en cada escena, no me extenderé demasiado, pero es evidente. Y de nuevo la policromía elegida por Pete nos convierte en una nueva temporada de la familia perfecta «Made in Tommy Hilfiger». ¡Cheese!
En cuanto a mis hijas, ¡qué puedo decir sobre ellas! He invertido una fortuna en ortodoncias y universidades —la mayor estudia en Harvard— sin embargo, debo reconocer que no llevo bien el hecho de que ya no sean mis pequeñas. En pleno 2020 es difícil determinar cual de las dos es la mayor, pero Malia, aquella niña de aspecto un tanto ausente de la primera foto, se ha convertido en una ‘Instagramer’ consumada, publica desayunos con tostadas de salmón y aguacate en su cuenta de Facebook, se muestra más ligera de ropa de lo que debería —a veces olvida la importancia de su apellido— y sale con Rory Farquharson, un blanquito inglés con el que está todo el día besuqueándose en público. El caso es que salieron unas fotografías de ella liándose un porro en un festival y Michelle tiene un disgusto… ¡es la única fumadora de la casa!
—Tenemos que ir acabando. Llegamos a las mil palabras y todavía no has respondido a la pregunta que el lector tiene en mente.
—Javier, vicepresidente Biden, Hillary, equipo de Seguridad Nacional, Michelle, lectores y miembros del jurado Fuentetaja: la guerra alivia las tensiones; el amor y la familia las causan.
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