Me quedo mirando el gran cartel colocado en la entrada que anuncia: “Gran Subasta de objetos de la tierra”. Entro en la sala con tiempo, miro alrededor, no me suena ninguno de los rostros que hay. Busco un sitio intermedio para sentarme, ni cerca ni lejos.
Sentado, recuerdo hace años, cuando tuvimos que abandonarla. Era urgente mudarnos a otro planeta. En esos días, la tierra se había convertido en un lugar lleno de desolación, de horror, de tristeza, de ruinas. Durante meses, la naturaleza nos había increpado. Estaba disconforme con nuestra forma de vivir. Nos echaba de allí. Los volcanes, los mares, hasta los ríos; todos habían gritado en contra de los humanos. En esos días, las erupciones se hicieron continuas, los mares habían vuelto a conquistar parte de esa tierra que era suya, sacaron su ejército de olas gigantescas. Los ríos dejaron de seguir las sendas marcadas por nosotros, los lagos no volvieron a ser un remanso de paz. Todos se rebelaron. El viento furioso en forma de tornados, acompañaba esta rebelión. La lluvia lloraba sin cesar por esta separación. Los animales protegidos por la antigua diosa Diana, encontraron lugares dónde esconderse, refugiarse. Mientras la ciencia avanzaba, la naturaleza se perdía.
Los últimos avances habían descubierto un planeta habitable. De manera urgente debíamos mudarnos allí. Tuvimos que recoger nuestras cosas, lo más preciado que tuviésemos. Íbamos a empezar de nuevo, intentaríamos más adelante que la naturaleza volviese. Nos equivocamos, sólo la dócil hierba, los escépticos árboles y algunas flores quisieron volver. También lo hicieron los despistados insectos, anunciando su llegada con un pregón de zumbidos, de vuelos orbitales, de colores.
Recuerdo millones de naves sobrevolando la tierra, diciéndole adiós. Ninguno de los animales quiso viajar con nosotros. Prefirieron quedarse allí. La tierra era su vida. Recuerdo mirar por la ventanilla, pensar que aquel punto lejano que se veía, era lo que quedaba de mi casa. Los niños lloraron durante casi todo el viaje. Los adultos fueron calmándoles, infundiendo tranquilidad lejos de lo que sentíamos por dentro.
Recuerdo llegar al nuevo planeta brillante, gris, casi perfecto… yo sólo tenía veinte años entonces. Han pasado más de cuarenta años. Soy a veces feliz en mi mundo nuevo pero me falta algo: el desorden, la sorpresa, lo inesperado, lo impredecible, la silueta de un animal cerca, el majestuoso vuelo de las grandes aves, también me faltas tú. ¡Cuántas veces he soñado contigo!
Al leer el anuncio de la subasta, entre las cosas que se ofertaban, vi tu dibujo. Pensé que debía de tenerte conmigo. Siempre formaste parte de mi vida.
Murmullos en el salón. Falta poco para que empiece. A mi derecha sentada hay una mujer mayor. Se vuelve hacia mí, me pregunta:
-¿Es la primera vez que viene usted a una subasta? Yo sí, estoy muy emocionada¿Qué le interesa de los objetos que han anunciado?
Le miro, qué puedo responderle, no me creería. Le contestó que es mi primera vez, que sólo me ha movido la curiosidad. Ella no debe sentirla por mí porque después de contestarle, vuelve su cara a su vecino del otro lado, imagino que para hacerle las mismas preguntas.
Leo en el frío catálogo de metal los objetos que se van a subastar. Hay entre ellos varios coches, un puente, algunas mesas y sillas de madera, fuentes, ventanas, barcos, camas… y hasta una grúa. Mis ojos se posan en el objeto que deseo. Es el último. Nervioso, mis manos sudan.
El martillo que antaño era de madera, ahora es de metal. Con su sonido anuncia el comienzo. El subastador pide silencio. Van entrando los objetos. Los que no pueden entrar físicamente lo hacen en forma de fotografías. Me pregunto quién querrá el puente, quien pujará por la antigua parlanchina fuente, ahora muda sin agua. Las manos se van levantando , hacen sus ofertas. Han pasado dos horas, el último objeto pujado hasta ahora es un espejo, su puja ha llegado a la cifra de veinte mil helios.Su mano compradora se encuentra a mi lado. Mi vecina de asiento. Sonríe feliz por su adquisición. Supongo que su compra, es el deseo de que ese espejo le devuelva parte de los recuerdos que ha perdido, puede que quizás se parezca al suyo abandonado allí. Quizás sea también el deseo de reafirmar su existencia aquí. Curioso cómo nos hablan los espejos.
Miro el listado brillante de las cosas que faltan por salir. Nada me interesa salvo tú.
Siguen nombrando los demás objetos, siguen las manos alzadas, sigue el sonido metálico del martillo que va anunciando su compra final, sigue la subasta…
Llega tu hora, en ese momento me doy cuenta que la sala se ha quedado algo vacía. Mi vecina dormida a mi derecha, unas filas más adelante una pareja habla en voz baja, se sonríen. Miro detrás de mí. Hay más personas al fondo. De todas formas, no quedamos muchas.
Suena la voz del martillero: “Dibujo a lápiz en buen estado de conservación, data de hace unos cincuenta años…
Mientras él te va describiendo, miro tu dibujo. Imagino que te conocí la primera vez, mirando cómo mi madre te daba de comer migas de pan, en algún parque de niños. Supongo que en ese momento, eras sólo para mí pájaro. Todavía no eras gorrión. Te encontré de nuevo muchas veces en mi vida. En los largos viajes familiares cuando hacíamos una parada para comer.Te he buscado en mis primeros paseos por aquel parque, entonces El Retiro, de la mano de alguna de mis novias. Eras el convidado silencioso en mis cafés con mis amigos, mi oyente fiel. En los últimos años de mi vida allí, has sido mi compañero de mis pensamientos, en alguna terraza. Sin mis padres, sin más hermanos,me sentía algo perdido. Tú me sacabas una sonrisa. Gorrión sencillo, sonriente, ingenuo, despreocupado, familiar…
Termina por decir el subastador : … autor anónimo, empieza la puja”
Levanto mi mano, mi voz tiembla : “ ¡ Quince mil helios!
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