– Buenos días, ¿está Antonio? Soy Alicia.

– Hola, soy Juan, Antonio se jubiló hace un par de meses, he sido yo el que os ha llamado. Antes de irse me dijo que si hoy notaba algo “especial” que os llamara. No me dijo mucho más, que si llegaba a suceder me daría cuenta, cuando lo vi supe a que se refería.

– Bueno, al menos estabas sobre aviso, sino imagino que te habrías llevado un buen susto.

– Así y todo, me he sorprendido, durante el tiempo que estuve con Antonio me acostumbré a seguir su misma rutina y todas las mañanas al entrar me doy una vuelta para comprobar que no hay incidencias. Fue entonces cuando lo vi y me acerqué para ver si estaba bien, al verme sonrió y me hizo una señal para que no hiciera ruido, parecía contento, pero como la mañana está fría le cubrí con una manta que tenía por aquí y os llamé.

– Ya imagino, cada año lo mismo, ya llevamos siete. Y aun sabiéndolo siempre se nos acaba escapando, pero nos negamos a atarle por mucho que nos lo manden desde dirección, sería inhumano, no hace mal a nadie más que a sí mismo, además siempre sabemos donde encontrarlo, no se que llegaría a pasarle si un año no puede hacerlo, prefiero ni pensarlo.

– Ha salido el sol y parece que está calentando un poco el día, le he echado un vistazo hace un ratito y estaba tranquilo, acurrucado y le daba un rayo de sol, no parecía incómodo. Si te parece nos tomamos un café y le dejamos un rato más, me da lástima. Desde el despacho podemos vigilarlo.

– Pues no sé. He venido yo porque me ha cogido cariño, dice que me parezco a ella cuando era joven. Lo cierto es que se le iluminan los ojos cuando me ve. Es extraño, solo es hoy, cada 12 de mayo, el resto del año no da ningún problema. Bueno, supongo que por diez o quince minutos no va a pasar nada.

Juan sirve un par de cafés y le pasa una taza a Alicia, desde la ventana observan. Es curioso, ambos en la misma postura, uno al lado del otro, la mirada fija hacia el otro lado del cristal, con las manos alrededor de la taza intentando que el calor que emana de la cerámica llegue y de calor a su pecho, helado por lo que están viendo. No dicen nada, solo beben en silencio y miran. Incluso después de terminar la bebida siguen con la taza en sus manos, con miedo inconsciente a que el leve chasquido de la porcelana contra la mesa rompa la imagen que están viendo. Sus pensamientos vuelan intentando entender, tratando de adivinar si ellos serían capaces de hacer lo mismo, o si alguien llegaría a amarlos tanto como para hacerlo. Decididamente no, ya nadie ama así, pero sería tan bonito…

Un ring suena en el bolso de Alicia, ambos se sobresaltan, Juan mira el reloj.

– Vaya, nos hemos despistado un poco, ha pasado casi una hora.

Alicia pone cara de sorpresa y, tomándose un minuto, responde al teléfono.

– Es mi jefa, que si ha pasado algo, que llevo mucho tiempo fuera.

Vuelve a dejar el teléfono en el bolso y saca un viejo trozo de periódico doblado, se lo enseña a Juan.

– Mira, esta es la esquela que mandó publicar cuando falleció su mujer.

Vuelve a acercarse a la ventana mientras Juan lee la esquela, el silencio es atronador. Se la devuelve y ella la mete en el bolsillo de su bata, esperando, quizás, que ese trozo de papel amortigüe el frio que ahora mismo siente en el pecho. Ambos miran de nuevo hacia fuera, ambos con los brazos cruzados, como si crearan con ellos una absurda coraza que protegiese su centro de todo lo que se les está removiendo por dentro al observar el bulto bajo la manta, ninguno sabe que decir, sobran las palabras.

Soledad, no lo saben, pero los dos han pensado lo mismo, lo solos que están, lo solos que se sienten, y por primera vez la envidia sustituye a la lastima al mirar, desde su privilegiada posición, a la persona que tienen frente a ellos.

Alicia sacude la cabeza y se encoge de hombros, un suspiro se le escapa mientras seca una lágrima que empieza a asomar por sus ojos y se encamina a la puerta.

– Es la hora, no puedo estar aquí más tiempo, voy a buscarlo. Como tarde más va a venir a buscarme la policía.

Ríe, como si un chascarrillo fuera suficiente para volver a la realidad.

– Espera que te acompaño, por si necesitas ayuda.

No lo dicen, pero ninguno de los dos quiere quedarse solo de repente.

Y así, ambos, el vigilante del cementerio y la cuidadora del asilo se acercan a la tumba sobre la que está acurrucado, cubierto por una vieja manta y bajo un clemente rayo de sol, el anciano que les mira llegar mientras los ojos se le llenan de lágrimas y que dando un último beso a la fría lapida donde descansa su esposa se despide de ella.

– Amor mío, tengo que irme, ya vienen a buscarme. Te echo mucho de menos, pronto nos reuniremos, mientras tanto, hasta el año que viene, feliz aniversario. Te quiero. Siempre serás la chica de mi vida.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS