– Hoy es el día más feliz de mi vida y me estoy muriendo, dijo mientras sostenía a la niña recién nacida en brazos y la miraba tratando de absorber cada uno de sus gestos.

Mario tenía 50 años y se había enterado nueve meses antes.

–Amor, estoy embarazada, ¡por fin!, ¡lo logramos!

Al tiempo que su corazón revoloteaba de alegría sintió la piedra en su hígado y la mentira; aún no le había dicho el diagnóstico médico, esperaba el momento indicado. Se sintió estúpido, no sólo ese momento nunca había existido sino que ahora todos eran el peor momento para decírselo. Respiró. Ella lo miraba inquieta, esperaba su respuesta, quería verlo feliz.

– ¿Estás bien?…¿no era lo que queríamos?

– Sí, amor mío, sí. Es sólo que… nada, debo ir a trabajar. Lo platicamos al rato.

Mario se fue dejando a su esposa sumida en la incertidumbre. No entendía por qué si llevaban tanto esperando él no se había puesto como loco a brincar de contento por la noticia. Les estaba yendo bien, él había sacado su primer disco, ella era gerente del lugar donde ambos trabajaban, estaban construyendo su casa, todo, todo estaba en orden, todo era ideal. Pensó que tal vez le daba miedo, el hijo de su primer matrimonio y su primera esposa no habían sido ninguna bendición y quizá pensaba que la historia podía repetirse. «¡Tonto!» pensó ella,»todo será diferente, ¡con lo mucho que nos amamos!».

Mario llegó esa noche tambaléandose y con el hígado a punto de reventar, a ella la despertaron los ruidos. Salió del cuarto con la bata puesta y con furia le gritó:

– ¡Prometiste no volver a hacerlo! ¡Lo prometiste!

Mario cayó al piso y se arrastró hasta sus pies desesperado.

– Lo sé, amor mío, lo sé, perdóname, déjame explicarte.

– No hay nada que explicar, eres un imbécil.

– Tranquilízate, por favor, escúchame. No había querido decírtelo, no quería que tuvieras que pasar por esto, esperaba dejarte o que me dejaras antes de que pasara, pero ahora vamos a tener un hijo. ¡Un hijo! de la mujer que más he amado y yo, como el imbécil que bien dices que soy, me estoy muriendo.

Resopló los mocos, las lágrimas y la borrachera. Ella lo miraba desconcertada, no entendía nada. Él suspiró tratando de calmarse, no podía estar así, no con ella, tenía que decírselo bien, tratar de apoyarla.

– María, Marie, chèrie, amor mío… yo…

Ella se agachó y se sentó en el piso frente a él, lo miró, con sincera preocupación y con aún más sincero amor.

– Tengo cáncer.

Ahora la piedra estaba del lado de ella, en su vientre y en su corazón.

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