Cada persona, tiene su propia forma de crecer, nacemos iguales pero el tiempo y los hechos nos hacen lo que hoy somos.

Aún puedo sentir su respiración entrecortada junto a la mía. Al cerrar los ojos logro revivir esas mañanas, donde me encuentro acostada frente a ella mientras dormía. Con el frunce entre sus cejas me hace saber que estábamos en un día difícil, así que espero a que se duerma y me acuesto cara a cara a observarla, permaneciendo allí durante horas.

Ya conocía todos sus gestos después de las quimios. Sus ojos brillosos que pedían desbordar tanta angustia de aquel mal estar, su sonrisa cómplice para que la deje a solas y poder vomitar, su ausencia en la casa que me daba responsabilidad de actuar y la oscuridad en su cuarto que inducía que la luz aún le hacía mal.
Cuántos de esos días tuvimos que pasar para que todo vuelva a la normalidad. Pero muchas veces las cosas no salen como las planeamos y lo que en un principio iban a ser sólo unos meses terminó siendo un año de esa cruel realidad que nos tocaba transitar.
Recuerdo su rostro en aquel momento que nos contó, su cara pedía a gritos perdón por lo que íbamos a empezar a vivir e intentando ser sutil dijo palabras que no entendí. Sabía que algo grave se venía por la manera en que lo decía pero sólo opte por abrazarla y correr.
Linfoma no Hodgkin , cáncer del tejido linfático.

Cáncer. Palabra que siempre nos asusta, nos da los peores panoramas y miedos, nos quita el sueño. El miedo paraliza y es justamente lo que no debemos tener en aquellos momentos en que la salud aparece como tornado y levanta todo lo que teníamos armado.

Estos hechos cambian la estructura de toda familia junto con la manera en que los integrantes de la misma transitan la pesadilla.
Mi hermano dormía largas horas para salir de nuestra realidad, e intentar que los días pasen con velocidad.
Mi hermanito sin saber el panorama total huía de mi casa para evitar verla débil a mamá.
Mi padre ayudaba con todos los trámites y medicamentos que se necesitaban, pero recurría a largas jornadas de trabajo para no ver a su amada tan cambiada.
Por mi parte y pues claro, por mi personalidad, tomé las riendas de la casa. Con tan sólo dieciocho tuve algunas responsabilidades de más. Las tareas del hogar, el seguimiento de mi hermano en el colegio. Reuniones con profesores, mi carrera, mi deporte, mi pareja. Todo seguía andando como si nada hubiese cambiado. Con el tiempo entendí que en verdad nada había cambiado, sino nosotros mismos y la prioridades con las que empezaríamos a manejarnos.

La misma agua hirviendo que ablanda una papa es la que endurece un huevo. Se trata entonces de qué estás hecho y no de las circunstancias, ¿verdad?

Aprendí que tenemos dos vidas, la segunda comienza cuando nos damos cuenta de que sólo tenemos una. Pero, ¿necesitamos pasar por situaciones difíciles para entenderlo? ¿Para tomar real consciencia?

Recuerdo que unos meses antes de ser diagnosticada con cáncer se quería realizar el alisado en el pelo para vivir el día a día más alineada. Su peluquero le decía que se lo iba a arruinar mucho a lo que mi madre comenzó a dudar si esperar y hacérselo más adelante. En ese más adelante nos encontrábamos en el baño de su dormitorio junto a mi tía quien le rasuraba la cabeza para evitar verse los huecos con falta de pelos debido a la quimioterapia. Toda su cabeza estaba pelada. La miro por el espejo sentada en aquel banquito con los ojos humedecidos y levanto la vista para verla a mi tía, su mejor amiga, que entre lágrimas anuncia mi partida.

El primer indicio que nos hacía saber que nuestra mamá estaba mal nos empezaba a despedazar. Pero ahí estábamos los tres, abrazados en la cama de mi hermano mayor, sabiendo que esto nos iba a doler. Ese silencio que hablaba por los sentimientos parecía eterno.

Cuando uno cree que ya es demasiado, que nada podría empeorar siempre existe la posibilidad que ocurra algo más.Veinticuatro días de aislamiento, con la idea de autotransplante medular, iba a tocar nuestra puerta y a entrar.
Cuatro paredes blancas con esa ventanita al exterior que la conectaba con la vida le hicieron de hogar todos esos días.

Aún puedo recordar el afloje de mis piernas. Después de atravesar varias puertas, algunas con claves y números crucé la última donde me esperaba mi padre. Vestido con bata blanca y barbijo me mira a los ojos y en silencio me guía. Me coloca a mi una bata y me entrega un barbijo asintiendo con su cabeza para que yo misma lo haga, mientras me lleva a una pileta donde me lavo las manos como última parada.
Al levantar mi mirada me veo en el espejo toda disfrazada delante de los ojos de mi padre que aún brillaban y siento como me toma de la mano para acompañarme a esa puerta blanca que nos separaba. Faltando apenas dos metros detiene su andar y apretándome más fuerte me dijo: -No podes llorar, ¿segura que querés entrar? Asentí con la cabeza y abrí la puerta.

Allí estaba ella. Acostada, con tres bombas que le pasaban distintas drogas y su mirada parecía algo cansada. Al verme comienza a llorar, creo que mi vestimenta le hacía mal. Esa visita duró poco, pero fue sólo la primera de veinticuatro más. Todos los días cerca del mediodía me aparecía, de a poco iban pasado los peores días.

En una de esas visitas, me suena el celular. Una cadena pidiendo donantes para mi mamá. Sí, para mi mamá. Cuantas veces creemos que lo que le ocurre a otros está tan lejos de pasarnos, pero en un abrir y cerrar de ojos somos nosotros quienes ahora lo transitamos.

Soñamos con vivir y olvidamos sonreír, soñamos con amar y olvidamos disfrutar.
Soñamos con tener y olvidamos entregar, soñamos con ser más y olvidamos lo que somos.

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