Su vida había pasado tan rápido, de pronto se detuvo a pensar, lo que nunca hizo; pues el tiempo apremia y era mejor estar trabajando que pensando. Su padre le había enseñado que a Dios solo se acudía par dar las gracias y que uno mismo se hacía los milagros con trabajo, para Teodoro era un milagro tener familia, y era su mejor logro. Pero esta vez; por primera vez, decidió ir a misa en jueves, para pedir y no agradecer. Se acercó con culpa, como cuando los pecadores buscan consuelo, pero este no era su caso. Él solo buscaba respuestas, se sentía cansado, la bolsa de fruta cada día pesaba más y los caminos se hacían más largos, no comprendía que la vejez había llegado.
Él en vez de acudir a Teresa (su esposa) como siempre lo hacía, pues a veces olvidaba que llevaba el caldo de cordero, otras veces no sabía cuanto costaba un tarro de leche. Esta vez tenía preguntas que no sabía ni como formular. Decidió sentarse ahí en medio de una de las largas y frías bancas que están en las iglesias, al frente del santuario, rodeadas de tantos cuadros tétricos y estatuas que muestran dolor. Ahí se sentó a pensar, ¿por qué el cansancio había llegado a él?
Así como si nada, se le hizo costumbre ir a misa los jueves y los domingos, pero prefería los jueves pues pensaba mejor, sin la bulla de los niños y los llantos de las señoras. Católico siempre fue, pero nunca ocioso. Él ahora se veía ahí, en esa situación, sintiéndose lo que tanto temía, ocioso. Por más esfuerzos que hacía, parecía que el mundo se le iba en contra, los zapatos ya no le funcionaban, por alguna razón se arrastraban, el sol se sentía más fuerte, las personas hablaban más suave y todo iba más rápido, al parecer los aparatos que sus nietos utilizaban reemplazaban sus consejos. La tristeza empezó a llegarle, pues su familia ya no lo necesitaba.
Caminando de regreso a la casa, desde la iglesia de la Compañía de Jesús, recordaba cuando llevaba a sus nietos los domingos. Sus nietos nunca tontos y siempre golosos, exigían su pago por tremenda y aburrida charla del padre Modesto, pero el abuelo Teodoro tampoco es sonso, solo tenía un billete de 100 soles, así que le tocaba pagar la cuenta a cualquiera de sus hijos, con sencillo. Vaya enseñanza que nos deja Don Teodoro, nunca cargues sencillo, es un plan de ahorro.
Caminando por las calles los recuerdos cambiaban y se veía con sus 4 hijos camino a la escuela primaria. Estaban los 2 sacras (así se llaman a los demonios en quechua, haciendo referencia a los varones) Vito y Pelucho y dos mujercitas, o bueno a veces dudaba si eran dos mujercitas, pues la dulce Eliana era una patiperro (jerga Arequipeña hace referencia a las personas que les gusta estar en la calle) y no existía temor a Dios en ella, por más que sabía que Doña Teresa la iba a rajar a correazos por escaparse a jugar voley hasta tarde, ella seguía. Bueno pero estaba la Nena, no era la menor, pero siempre será “la Nena”, ella sí era una mujercita, nunca se soltaba las trenzas como su hermana, ni perdía los moños, siempre limpia y bien arreglada, ¡toda una mujercita!
Bajando más por el centro de Arequipa, estaba el Glorioso Barrio del Solar, así siempre lo llamaba Teodoro, que ahora lucía esplendoroso, claro ahora es Patrimonio Cultural de la Humanidad, uno de los barrios mas tradicionales de la Ciudad Blanca. A su condecoración vinieron los reyes de España.
Los pasos seguían y más recuerdos pasaban, como su niñez jugando entre las angostas calles, con los pantalones sucios y los zapatos gastados, jalando los cueros defectuosos de los botales que estaban a la vuelta. Los mas valiosos se vendían, con el resto jugaban los niños del barrio. Y así empezó a correr su vida, recordando el pasado, añorando vivencias mientras daba sus pasos cortos, lentos y cansados, uno a uno.
Como buen maestro, profesión noble digna de él, siempre contaba cuanto le costó ingresar a la universidad y también como logró solventarla, pues tuvo que viajar a la capital. Entre uno de los tantos relatos de la Universidad La Cantuta, la bisnieta de Don Teodoro tan ligera de sonrisas y sin esfuerzos para dar cariño, se acercó y abrazó al dulce papá Lolo (como lo llamaban sus nietos), se dio cuenta entonces que todos en la familia, hasta la pequeña, ya estaban cansados de sus historias.
En un jueves de meditación, escuchando la homilía, se percató que estaba participando de una misa de honras. Era el único de todos los presentes; es decir, la familia del difunto, que escuchaba las plegarias. Todos indiferentes, como si no quisieran estar presentes, murmurando o revisando el teléfono portable. Entonces Teodoro empezó a cuestionarse, quizá no había mucho que recordar en esa persona, por eso tanta indiferencia, ¿era necesaria la misa para recordar? ¿recordar significa que aún te aman? ¿cómo recuerdas mejor a una persona? ¿es que acaso se puede enseñar a amar?
Teodoro salió raudo de la iglesia, los pasos ya no se sentían tan cansados, de pronto podía correr. Entusiasmado asistió al cumpleaños de su hijo mayor Vito. Ese día luego del brindis y la rica e infaltable comida, la tertulia trató de como Don Teodoro se casó con Doña Teresa. Aquel gran amor que siempre ha vivido en él y del cual casi nunca había hablado. Entre tanta ocupación olvidó cual era su motor. Cuando alzó la vista, pudo observar la mirada atenta de toda su familia, como si estuvieran viendo la novela de las 3. Después de tantas lecciones de ¿cómo afrontar la vida?, dio la mejor y última lección “¿Cómo vivir la vida?” Pues todo, absolutamente todo se trata de amor. Esa enseñanza y sus cuentos de amor los repitió constantemente hasta el último día de su vida, nunca faltó un aprendiz.
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