Un golpe de suerte

Un golpe de suerte

TABOLATUM SOUTO

03/12/2018

En la Galicia rural de los años cuarenta, ser un labrador sin más recursos de los que te daba la tierra significaba pasar hambre. Mis abuelos eran labradores, hijos de labradores y nietos de labradores. Mi abuelo no había tenido la suerte de aprender un oficio. Ninguno de los dos tenía parientes en América que les enviasen algún tipo de ayuda. En aquellos años de miseria tenían todas las papeletas para pasarlo mal.

Pero mi abuelo tuvo un golpe de suerte. Un día lo cogieron para trabajar en la cuadrilla de peones de mantenimiento de las vías del ferrocarril. Recibir un sueldo fijo todos los meses significaba la diferencia entre tener una vaca o tener dos o tres, y poder vender de vez en cuando un ternero en la feria. Significaba que podrías criar más de un cerdo al año, y no comer únicamente sopas de caldo con unto para desayunar, comer y cenar.Aunque aquel pequeño sueldo no daba para lujos, los niños de mi abuelo no vestían con harapos y sus pies pasaron a calzar zuecos para ir a la escuela. Aquel trabajo en la Renfe significó un antes y un después para mi familia.

Mi abuelo siempre fue consciente de la gran suerte que supuso tener aquel trabajo.Desde pequeños, a todos los nietos nos inculcó la importancia de la seguridad que te da tener un trabajo fijo. Cuando íbamos a visitarle nunca faltaban aquellas dos preguntas: ¿estás trabajando? Y ¿cuantos años llevas cotizando?. Tras cincuenta años de duro trabajo, se jubiló con una respetable paga, orgulloso por haber contribuido a sacar adelante a sus siete hijos, su mujer y su suegra.

Sin embargo, no fue hasta hace unos pocos años cuando supe por boca de la abuela cómo había surgido aquel golpe de suerte tantos años atrás.

Cuando en la Renfe comenzaron a contratar gente de la zona para construir y mantener las nuevas vías, era necesario tener un padrino para conseguir un trabajo allí. Alguien que te recomendase. Pero mi familia era gente muy humilde, sin ningún conocido que pudiese recomendar al abuelo.

La abuela, sin embargo, no se dio por vencida. Hizo indagaciones, y descubrió donde vivía el nuevo gerente de la empresa. Un día de entre semana, sin decirle nada a su marido, se vistió con sus ropas de domingo y tras empaquetar cuidadosamente uno de los jamones del único cerdo que habían matado aquel año, cogió el coche de línea en dirección a Bandeira. En aquel pueblo vivía con su familia el Sr Olivares.

Mi abuela se plantó en la casa de los Olivares y pidió ver a la señora. La criada que le abrió la puerta le dijo que no era posible, pero mi abuela, sin amilanarse le dijo que traía un paquete para ella y que tenía que dárselo en mano. La criada miró el jamón cuidadosamente envuelto que mi abuela llevaba en los brazos, y cerrándole la puerta en las narices se fue a hablar con la señora. Al rato la hizo pasar y la condujo a un salón donde una elegante mujer leía sentada frente al fuego de una chimenea.

Mi abuela no había estado nunca en un salón como aquel. Lleno de preciosos muebles, pesadas cortinas y estanterías con libros y fotos por todas partes. La señora Carmen Olivares levantó la vista hacia mi abuela con curiosidad, y ella, nerviosa, se presentó y fue directa al grano. Era la mujer de Pepe Taboada, un hombre bueno, honrado y trabajador. Tenían tres hijos y otro en camino, y muy pocos medios para salir adelante. Le pedía que hablase con su marido para darle una oportunidad a mi abuelo y contratarle para trabajar en las vías.

Doña Carmen estudió a aquella mujer en silencio durante unos segundos. No era la primera vez que alguien venía a pedirle favores, pero estoy segura de que mi abuela la impresionó. Conociéndola, aunque pobre, iba pulcramente vestida, como hizo toda su vida. Y a pesar de pedirle un favor como aquel, lo hizo de forma digna,manteniendo la compostura en todo momento. Doña Carmen le hizo un gesto para que entregase el paquete a la criada y le dijo que lo intentaría.

Al poco tiempo mandaron llamar a mi abuelo para que acudiese a trabajar a la estación.

Para una mujer tan orgullosa como era mi abuela, no tuvo que ser fácil presentarse de aquella manera frente a aquella señora. Sin embargo, cuando me lo contó tantos años después, pude ver en su mirada que se sentía muy orgullosa por haber sido valiente aquel día. Y escuchándola, yo también me sentí muy orgullosa de mi abuela.

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