Esto es lo único que podemos hacer, venir aquí y recordar que algún día existieron, hombres buenos de este pueblo, que no habían hecho nada, simplemente salieron de sus casas y desaparecieron.

Sesenta y tres nombres grabados en este monolito es lo que tenemos de vosotros. Ni estáis todos, uno de ellos tú, padre. Quién sabe bajo qué gasolinera yacen tus restos.

Seis años tenía cuando emprendimos aquel viaje sin retorno. Esos hombres te llevaron y no volvimos a verte. Recuerdo tu gesto sereno al oír aquella absurda acusación de espionaje.­ No os preocupéis que todo se aclarará y volveré pronto, fue lo último que te oí decir y todo cambió en nuestras vidas.

Cuantas horas y días de amarga espera. Mi madre la pobre se volvió loca. Del revuelo que organizó al buscarte, terminó con sus huesos en la cárcel, sin darse cuenta que dejaba cuatro menores desprotegidos. Los hijos de tía Adela que nos acompañaban en el viaje se los entregaron al padre, que muy a regañadientes los acogió. Ella era la que tenía su custodia pero al estar cerradas las fronteras, no podían hacérselos llegar a París. A mi hermana y a mí nos metieron en un hospicio.

Cuatro días tardaron en reclamarnos mis tías que nada supieron de lo ocurrido hasta que mi madre pudo mandarles el aviso.

Nunca supe por qué mi madre nos hizo aquella foto en ese momento preciso o si fue obligada, el caso que ahí está, testigo mudo de tanta desgracia.

¡Cuánto puré de muelas y barbajas del campo comimos aquellos seis meses que faltó mi madre en casa! Con los diez céntimos que nos daba mi abuela, a diario comprábamos el pan y una tía nos administraba el dinero de la venta de unos corderos que le dejaste en depósito para que se hiciera cargo de mis dos hermanos mayores que se habían quedado en el pueblo. Pero aquel dinero no alcanzó aunque debería haber sido suficiente. Tú siempre fuiste una persona cándida y confiabas en la familia.

Mis tías conocían a su hermana y sabían que si le decían lo que pasaba no saldría nunca de allí, así que le hicieron creer que habías vuelto. La Mariana está en París con la Adela, te manda recuerdos, le decían.

No le faltó comida que le llevaban, así que mi madre salió de su cautiverio gorda y despreocupada pero se encontró con un panorama desolador. Tu seguías desaparecido y nosotros cuatro como pollo sin cabeza.

Sus gritos de dolor y resentimiento se tuvieron que oír en toda la comarca, ya sabes cómo se las gastaba. Cuando se enfadaba y se ponía así, yo me escondía detrás de un armario de esquina y no asomaba hasta que no se calmaba.

Tardó un tiempo en perdonar a su familia que permitiera que nosotros lo pasáramos mal. ¡Tengo la casa llena de cosas, haberlo vendido todo!­

Pero no podía perder tiempo en la autocompasión, así que sin ti, sin dinero y con nosotros cuatro, tuvo que empezar de nuevo.

Solo una vez la vi desfallecer. Llegó de un largo día por los caminos tratando de buscarse la vida y nosotros habíamos organizado una tremenda en casa. Éramos unos niños. Para no liarse a palos, se cerró en su habitación y se metió en la cama. A los dos días de no dar señales de vida, tu hijo mayor rompió un cristal y saltó por la ventana. Mamá, tienes que levantarte porque nosotros no sabemos lo que hay que hacer. Mis hermanos son pequeños y yo solo no puedo.

Dejó toda su pena en aquella cama que había compartido contigo y no volvió a mostrar signos de debilidad nunca más.

Le pidió prestado cincuenta pesetas a una buena amiga. Toma este dinero, no tienes que devolvérmelo, que gracias a ti estoy casada y no lo olvidaré nunca. Se quedó embarazada y el novio se desentendió. No quiero imaginar lo que le pudo decir mi madre para hacerle entrar en razón.

Con ese dinero empezó a comprar y vender cosas y nunca más volvimos a pasar necesidad. Eso sí, en casa trabajábamos todos. Yo era la encargada de limpiar los zapatos una vez a la semana y, cuando prosperamos y tuvimos vacas, vendía la leche de casa en casa después de la escuela, porque no consintió que dejáramos de estudiar.

Nos has hecho mucha falta pero ella se encargó siempre de que el recuerdo de tu ausencia no nos asfixiara y procuraba que creciéramos alegres. Montábamos fiestas en casa por menos de nada con cuatro trapos y un bigote pintado. Como yo era tan bailarina, me hizo un vestido con muchos volantes y brillos con el que no paraba de girar y girar al son de las palmas.

Siempre que la visito vengo aquí también, aunque sé que no estás, pero necesito un lugar donde recordarte.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS