– Ella no está aquí…

Eran las palabras del Bisabuelo Carlos, quien por enésima ocasión negaba a la abuela al «junior» citadino y con aires de catrín.

El bisabuelo siempre con porte superior, con carácter de jefe pero alma noble, enfundando en su pantalón y camisa de manta, con su fusil bien alineado a su lado, siempre atento al peligro en la hacienda, esa hacienda de los años 60s en la provincia mexicana, aquella que vive en mi imaginación gracias a las historias contadas, los trotes de caballos, los rebaños, el ganado, las granjas, los huertos grandes y multicolor que daban alimento a la familia, ahí donde también estaba la bisabuela Josefa con su silueta tranquila, sentada en el petril de la casona, tomando el sol, aquella figura tan espiritual que al sentarse a su regazo emanaba paz.

Ahí en los campos de San Juan, entre cerros esplendorosos, milpas color dorado y arroyos susurrantes, donde la abuela Pola se escondía del joven catrín junto con sus dos pequeños hijos, la pequeña pero siempre alerta Chivis y el travieso José.

Con la bendición del bisabuelo Carlos y bajo el cuidado de su hermano, el profesor Samuel, la abuela viaja a la capital de la República Mexicana para buscar un trabajo, ella que siempre había estado al lado de sus padres en el campo, pero con su aún juventud, que mejor que aventurarse un poco más.

Instalada en la capital, la abuela camino algunos días entre las calles de la creciente ciudad, la cual poco a poco se llenaba de automóviles, de nuevos edificios multifamiliares, mezclados con edificios con tintes europeos, la abuela estaba en otro mundo, ya se empezaba a ver por esas épocas las discotecas de luces neón por el auge sesentero, las minifaldas, la ropa multicolor, los pantalones acampanados, no imagino a la abuela en ese ambiente, ella viniendo del campo.

Su caminar la llevo a Las Lomas, no refiriéndonos a cerros o montes de la ciudad, sino a una de las colonias de más auge económico, donde vivía la gente bien, la de dinero, los empresarios, los pirruris, los de cache como se le decía en esa época.

Y entre tanto asombro, la abuela encontró trabajo en una de esas casonas, fue la nana, la muchacha, mucama, la chacha, cualquiera de estos adjetivos que se le daba al ama de llaves, a la sirvienta, la que ayudaba en la casa pues.

Ahí donde la señora finolis estaba siempre al pendiente y cuidado de la familia, cuidando la pose, el prestigio, el que dirán, el secreto a voces, ahí empezó a trabajar la abuela, teniendo de patrón al señor, el proveedor de dinero, el señor rico, al pirruris, el que nunca estaba, el que trabajaba en la empresa y que solo se le veía en las noches y junto a ellos un joven «junior», el niño rico, el de era de tez blanca, ojo y cabello claro, delgado, bien parecido, consentido como debe ser, el estudioso en una buena universidad, el heredero del dinero familiar, el orgullo de la familia, un rico más, aquel de quien la abuela quedo enamorado desde el primer momento, aquel que se enamoro de la abuela desde el primer cruce de miradas, aquellos que sabían desde el principio que antes tenían que cruzar un gran puente para que su amor fuera posible.

El amor nació en esa casona, llena de lujos y privilegios, un amor secreto a veces, con miradas llenas de racismo, con la desaprobación de la señora de la casa, quien no podía dar crédito de que el hijo de clase alta se fijara en la campirana que hacia la limpieza en la casa.

Y aun así el «junior» aprecio la vida al ver los ojos negros de Pola, al empezar a tocar sus manos, al momento de robarle un beso en la esquina de la casa, al hacerla suya de cuerpo y alma.

Aquel día en el que en la cocina, después de unos meses de conocerla y verla con esa mirada tan sincera, se acerco a ella, quitándose ya de tapujos, con sinceridad, expresando que la amaba y quería pasar la vida con ella, Pola haciendo a un lado su timidez y sacando la seguridad y valentía que sus padres le enseñaron, acepto el desafío.

Armados de valor se lo dijeron a la señora de la casa, a la matriarca, quien con cólera y terror no acepto desde la primer palabra tal aberración, sin embargo el señor de la casa interfirió y viendo los ojos honestos de los dos, los cobijo y dio su bendición, la mamá exploto en rabia.

Vivieron un tiempo juntos en la casona, Pola en sus labores aún, y el «junior» terminando sus estudios, aun estaban en los sus 20s los dos, salían al parque, viajaron, iban al cine, disfrutaron el amor, tuvieron dos hijos, no se casaron, parecía que con el amor que se tenían era suficiente y al final se descuidaron.

La señora de la casa tenia un as bajo la manga, invento la más cruel historia, planeo el más hostil artilugio con la ayuda con una joven dama de x nombre, invento un amorío de su hijo con la señorita, se dice que ella también amaba al joven catrin, Pola se fue de la casa junto con sus hijos.

Dice la abuela Pola que era una historia verdadera, aunque el joven catrin siempre sostenía que era una mentira cada vez que iba a buscar a Pola a San Juan junto con su padre, Pola nunca le creyó, nunca salió del escondite, prefirió valentonarse y sacar a sus hijos adelante, entre ellos mi madre Chivis.

Y ya después de mas de 60 años de esta historia, hoy yo no sé quien es mi abuelo, esta parte de mi historia personal nunca la sabre, la abuela Pola hasta ahora nunca ha dicho los nombres de los personajes de esta trama.

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