Hay familias de diversos colores y texturas, las hay de blanco y negro y las hay de gamas azules.
Las hay altas y bajas, gordas y flacas, las hay para siempre y las hay ocasionales.
Las hay de aquellas que hablan más de lo que se debe y de aquellas que deberían hablar más y mejor.
También las hay grandes, pequeñas, mínimas y mayúsculas, las hay propias y las hay prestadas.
Hay familias históricas, emblemáticas dejan huella, rasgos, sangre y piel. Y hay otras que no heredan, sino que cargan, empujan y presionan.
Las hay contradictorias que confunden, destruyen, bloquean y chocan. Y también las hay que construyen, apoyan, liberan y aman.
Las hay como estructura y las hay como superficie, las hay de novelas y las hay reales.
Las hay ficticias, llenas de prejuicios y miedos, interesadas y llenas de ambición. Pero también las hay como potencia, aquellas que guían enseñan, buscan y rebuscan.
Las hay de las que saturan y explotan. Pero también las hay que llenan, soportan, nacen y renacen.
Las hay cíclicas y repetitivas incapaces de romper ciclos negativos y tóxicos. Pero también las hay que rompen, suturan, cambian, transforman, aprenden, y crecen.
Las hay desde siempre y sin embargo tan inexpertas para pintar la vida. Las hay necesarias, impertinentes, impropias, pero siempre las hay.
Las hay para toda la vida, las llevas, las cargas, las rechazas, las asumes y las vives, no las entiendes pero las amas.
De cualquier forma o tamaño siempre, siempre las hay. Mueren pintadas a blanco y negro, porque hacen historia, se envejecen y vuelven a nacer.
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