En la mesa de las farsas, familiares y amigos se reunieron para mentir, mas bien para cenar y celebrar el cumpleaños de Amador, padre de Talia, Lear y abuelo de tres nietos.
Rebeca y Julio, que lleva los mocos colgando, son hijos de Lear y Sofía; ellos se libran de la farsa, por esos asuntos de edad e inconsciencia que caminan de la mano; ya su padre se encargará de que aprendan que todo tiene consecuencias y que entremedias hasta se puede perder una herencia.
Amanda hija de Talia , es otra cosa, perdió la sonrisa y el sueño hace tiempo. Desde los cinco, tiene ojeras oscuras inmensas y falta de sueño. Historia que calla, quien no duerme en puerto seguro
Todo se llena de halagos , que ocultan las ganas de decir lo que se sabe, abrazos en el pasillo, que cambiarías por unas manos sobre sus cuellos y apretarlos hasta que callen, callen para siempre.
Bendiciones de Amador a los presentes, otro acto extraño, ver que este demonio, lance agua bendita, luego de esclavizar a la Sagrario desde que están juntos y hacer de sus hijos unos inútiles, tanto o mas que él.
Es una suerte ser solo un invitado, esto que veo es tan, tan real como mi náusea, mientras venden sus almas, en un restaurante que no podrían pagar sin el dinero Sagrario , que administra Amador su esposo , como si se lo hubiese sudado con creces.
Por su parte Lear lleva ya unos cinco años sin trabajo y desangrara a Sofía. Las dos veces que le pregunté algo, Lear respondió por ella, él tiene respuesta para todo.
Hora de felicitar a Amador, celebración, que siga todo así, se atreve a decir Lear. Talia la madre de Amanda rompe a llorar, su esposo no ha venido y nadie comenta. La abrazan y dice Lear : Ella es muy sentimental y termina dándole un beso en la mejilla.
Amador se siente feliz, es el “capo di tavola”, de este reino de hombres enanos de espíritu y mujeres que se doblegan. Se deshacen en halagos, en juego donde conocen las regla y los turnos.
Al final las miradas están sobre mí, el extraño invitado. Esperan que hable, los felicite y cuele alguna muestra de envidia. A su manera les apena mi soledad y me han adoptado en sus reuniones, tan nobles, amantes del prójimo y buenos.
Algo tendré que decir, pero…
No la verdad, yo también tengo algo que perder.
Alzó mi copa y mi mirada se cruza con las de Amanda, Talia, Sofía y Rebeca que tiene la boca llena de pastel y un sobrepeso como la falta de atención que le prestan.
Digo: les agradezco que me hayan invitado, escucharles y aprender. De todo lo que he escuchado, aprecio esta oportunidad de hablar y ahora que he podido ver como se habla en esta familia, prefiero no equivocarme y callar.
Pero añadí:
Brindemos en silencio, por esta familia
Y me retiré .
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