Corría el año 2,002 en la ciudad de Lima, Perú…eran tiempos navideños, y en la
casa de los Vargas ya todo estaba bellamente adornado. Ellos eran una familia
pudiente, que habitaban uno de los barrios más residenciales de la ciudad. Tenían
tres hijos, dos varones y una jovencita de apenas 19 años de edad.
Por ser casualmente jóvenes adinerados, estaban llenos de amistades e invitaciones
a fiestas cada fin de semana. La hija de los Vargas, por ser la más joven, se había
ofrecido a colocar junto con su madre (doña Angélica), el árbol de navidad, alto y
fastuoso, lleno de cintas de colores, adornos de cristal y luces intermitentes.
Esta jovencita de nombre Luana, era un torbellino de alegría y mientras iba
decorando el árbol, quiso colocar un CD con villancicos y toda la casa se llenó de
ese ambiente navideño tan bello y musical.
Eran felices. Los hermanos mayores ya estaban por culminar sus estudios en
la universidad y francamente eran el orgullo de sus padres, pues a ambos se
les habían otorgado becas por sus buenas calificaciones. Luana a su vez había
escogido la carrera de arquitectura y le iba bastante bien en una de las más
prestigiosas universidades de la capital limeña.
Era la única hija mujer de aquella pareja de esposos, Victor y Angélica, que
hacía poco habían festejado sus 30 años de feliz matrimonio.
Había mucho movimiento en casa de los Vargas, aquella mañana de Diciembre.
De pronto llamaron por el intercomunicador, y era un empleado de la florería
«Rosatel»…con un inmenso ramo de rosas. Encima llevaba una fina tarjeta con
un nombre y una dedicatoria cariñosa para la joven Luana, que saltó de emoción
al recibir tal obsequio, pues ella conocía bien al remitente de dicha tarjeta.
Se trataba de un pretendiente que había conocido en la universidad.
Y escondido entre aquel ramo de rosas se hallaba un sobre, Luana lo abrió muy
inquieta y curiosa; se trataba de una invitación a una discoteca de nombre:
«Fantasías», justamente para asistir dos días antes de navidad.
Luana se entusiasmó mucho, pues se trataba de la inauguración de una
discoteca en las afueras de la ciudad, exactamente en un balneario de
verano. Corrió alborozada a contárselo a su madre, que no recibió la noticia
con mucho agrado, por tratarse de una fecha muy próxima a la noche buena.
Pero finalmente doña Angélica accedió, a pesar de una extraña sensación que
de pronto la invadió, como un malestar, un presentimiento que trató de ahuyentar,
y pensó para sí misma: No, no es nada, deben ser mis nervios… y prosiguió con
sus faenas del hogar.
Toda esa semana anterior, madre e hija fueron juntas a hacer las compras
navideñas, y se entusiasmaron con los regalos y detalles para cada miembro de
la familia. Ya el árbol alto y bello estaba rodeado de obsequios envueltos en
lujosos papeles, con cintas satinadas.
Hasta que finalmente llegó el día en que Luana iba a estrenar un hermoso
vestido color lila, (su color predilecto), para asistir con su amigo a la citada
discoteca. Se miró en el espejo y se roció sobre su blonda cabellera un exquisito
perfume. Entonces la empleada del hogar subió a avisarle a Luana, que un joven
la esperaba en la sala. Ella bajó contenta, se despidió apresurada de sus padres
y se encaminó al auto del pretendiente.
Al fin llegaron a la discoteca. Era el 22 de Diciembre. Todo parecía normal al
principio, había el natural bullicio de tanta juventud reunida. La música llenaba
el ambiente apenas iluminado por bombillas azules. Todo a media luz.
Casi no se veían las caras, pero eso era lo de menos, lo importante era el roce de
los cuerpos, la música contagiosa. Cuando de pronto el lugar empezó a llenarse
de una humareda que nadie entendía al principio.
Y en menos de un minuto alguien gritó: ¡Fuego!, y claramente se podían apreciar
altas llamaradas que subían lamiendo las paredes, mientras los gritos se confundían
con el pánico. Todos los jóvenes buscaban afanosamente la salida, y no la hallaban
en esa terrible oscuridad. Las puertas de emergencia estaban cerradas; se iba
agotando el oxígeno, mientras la desesperación crecía entre los presentes allí
reunidos.
Luana perdió de vista al joven que la acompañaba, y se refugió en lo que creyó
sería su salvación: Fue a esconderse en el baño junto a muchas chicas que
lloraban y gritaban; algunas tosiendo con ahogos por el humo aspirado.
Transcurrieron por lo menos dos horas, hasta que la noticia llegó a través de
algunos jóvenes que lograron salir a tiempo de aquel terrible incendio.
Hubieron algunos actos heroicos, muchachos que pudieron sacar a rastras
a algunas chicas aterradas, salvando así sus vidas; pero el cuerpo de Luana fue
encontrado por los bomberos aquella noche, escondido en el baño en posición
fetal. Ya estaba muerta.
Doscientas vidas jóvenes se perdieron aquella madrugada por fallas eléctricas
en aquel establecimiento. Doscientas familias quedaron destrozadas y sin
navidad, para quienes ya nada jamás sería igual.
FIN
INGRID ZETTERBERG
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