Desde mi país Argentina, de mi piel cetrina, los ojos negros y un sentimiento de razas encontradas, describo este trozo de historia , mi propia historia antigua ya.

Hace siglos, vinieron a América como tantos saben en búsqueda de tierras desconocidas y riqueza, inmigrantes, que saquearon la sangre autóctona para mezclarse en ella.

Pasaron otros tantos siglos, en la presidencia de Figueroa Alcorta, amigo de la familia, pero contrarios en ideologías políticas, mi bisabuelo Segundo Dutari Rodriguez, fue nombrado gobernador del territorio nacional de Santa Cruz, Tierra del Fuego, Antártida e islas del Atlántico Sur, en el año mil novecientos cinco.

Se internó en su tierras desoladas con la misión de dos cometidos, el primero evangelizar el pueblo aborigen de la mano de los salesianos, Monseñor Faggiano quién carga su Fé arrastrada desde el otro mundo para aliviar el desconcierto al nuevo. Como segunda misión el último tratado con los indios en búsqueda de una unión entre ambas razas, donde participa mi bisabuelo y este gran cacique, último nativo llamado Coterno, accediendo a esta unión en su sangre entre letras.

Triste y abrumado con esta infiltración, se dedica a la bebida y comienza su período de decaimiento y soledad. Perdido una tarde en su gran desierto, alguien le pregunto su nombre, sintiéndose ya no el mismo, se llamo ante la gente Miguelito y así le conocieron los nuevos inmigrantes… un indio de tez oscura, tamaño fuerte y mirada triste, llamado ahora por el mismo con otro nombre… ya no su antiguo y verdadero Coterno.

Él compartió sus últimos días con esta nueva civilización que atropellaba su piel y sus costumbres.

El indio, también ancestro mío, pues la raza de mis bisabuelos y tatarabuelos mezclaron sus sangre con los nativos, dejó la huella en mi piel, ese color cetrino de siesta triste, donde entre luchas y encuentros suceden los amores y desamores del mundo… Historias que se tejen como en un telar, y dejan el alma muda sin saber desde que lugar mirar la historia, pues según quien la cuente, tiene su matiz y un sol diferente.

Lo cierto es que Coterno murió de tristeza en un gran abandono, dejándonos esta foto como relicario de un rostro distinto.

Rostros que siglos anteriores eran expuestos en Francia como especímenes de otros mundos y hoy nos demuestra la vida, que somos parte de ellos, aún misterio para muchos y una realidad de nuestra historia y nuestra sangre.

Mirando mis manos, Irene, yo, llevo sus ojos negros, y un sentimiento encontrado de saberme un poco india otro poco inmigrante…Un poco fuerte, otra sumisa, una mancha de tierra en mi sangre y sangre en mi tierra.

Uniones de diferencias que unifican al mundo y su gente.

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