LA SEMILLA DEL MAL

LA SEMILLA DEL MAL

Piluchi G.S.

28/10/2018

— No ¡ La mía esta muerta! Te lo digo bajo el signo de la Cruz que dibujo en mi cara a la vez, que beso mis dedos sellando la promesa. ¡Mi familia no! Y vuelvo a hacer el signo de la Cruz—.

En la mesa descansa el libro de Clarissa Pinkola Estés “Mujeres que corren con lobos”. Con esa prosa imperecedera de fuerza me surgió a mí la mía. Abro una página cualquiera y aparece la foto de mi familia, en aquella romería dónde tengo consciencia de que algo siniestro empezó.

Parecíamos hechos de una de vida interminable, con risas y canto. Mientras, con calma observo la fotografía y los rostros de quienes componían la imagen familiar; aquellos que creí que me amaban de forma incondicional.

Me sumé a la insurrección de ideas un día allá por el mes de Julio del año 2000. Ha llovido agua amarga y he vomitado la bilis del inconformismo que brotaba como manantial. No iba a llevar la vida de mis antepasadas llenas de sumisión.

Pedí clemencia como si la guillotina pendiera de un hilo y ese hilo iba a ser cortado.—No serás bienvenida a esta familia hasta que no des señal de ser una mujer de bien—Fue su respuesta.

—¿Mujer de bien?… Yo solo apostaba por mí y un negocio que comenzaba entre farandoles, tocadores y peines de concha.

Era costumbre en la familia cada 13 de Junio acudir a la fiesta y allí, en medio del campo que rodeaba la ermita de San Antonio bendito, extender la manta a golpe de jota, abrir las fiambreras llenas de suculentas tortillas de patatas, pimientos verdes fritos y dejarse seducir por el olor inconfundible a tomillo.

A ello se sumaban las ganas, las intenciones familiares de hacerme el ritual y pasarme por la piedra bendita que existe en la ermita. Con ello, se decía en el pueblo que invocaban a la suerte al frotar el trasero por la susodicha; todo con el ánimo de asegurarte marido y seguir con la tradición familiar.

Antes de ir a la ermita embadurnaron mi pelo con una sustancia aceitosa y también lo extendíeron por mi piel. Estábamos resguardadas de la mirada de los curiosos dentrás de una encina robusta; de esa forma y bien pringada me llevaron a la ermita mientras entonaban el ritual.

Mi estómago se mostraba apretado, daba muestras de vomitar el desayuno y de paso también el alma, sintíendo en ese momento, que me encadenaban a algo efímero, vacío y frío.

Me rebozaron en la piedra, mientras seguían con sus cánticos incomprensibles. Contaba con diez años y un montón de sueños; pero allí estaban las patriarcas de la familia asegurando erradicar cualquier “semilla del mal” antes de que germinase en mí.

—-¡No lo vais a conseguir! Una voz pegajosa pero firme se hizo eco al salir de la ermita, volvimos la cabeza y algo nos decía, que sin formular la pregunta ya teníamos la respuesta. El hombre a cuya voz pertenecía tal afirmación estaba apoyado en la pared. Vestía un pantalón y camisa negra gastada por el uso, las manos curtidas y las uñas negras de quien pasa tiempo cultivando la tierra. Mascaba sin prisa alguna hierba que escupió con fuerza a nuestro paso.

—Su destino es más poderoso que vuestras artimañas, ella abrirá un camino cerrado y no conseguiréis pararlo.

Me cogió una mano, despacio colocó una ramita de romero envuelta en una cinta roja y de ahí pendía una moneda antigua.

—Guárdalo en tú pecho ¡que nunca te lo quiten! —siseo en mi oído y sin que pudieran evitar el responso dijo:

—“En el santo nombre de Dios padre; En el santo nombre de los caídos y de los protectores celestiales que moran el cielo.

Resguardando la voluntad de los fieles devotos.

¡Oh Padre mío!

Hoy clamo ante tu nombre para que ayudes a esta pequeña que en estas horas se ve invadida por la envidia…

Años después, parecía que la oración de aquel hombre no había surtido efecto y en cuánto tuve edad casadera me embarcaron vestida de blanco y pulsera de azahar rumbo a unos ojos oscuros que sonreían por lo bajo, mientras por fuera se deshacía en teatro.

Mi cuerpo me avisaba, me hablaba, me decía…¡Escapa! Pero, la imagen de aquella familia sonriente de fachada feliz me hizo pensar que yo era la equivocada. Fui camino al altar mientras, mi cuerpo con pequeñas sacudidas se revelaba ante la equivocación del camino.

El desastre se hizo eco rápidamente por la infelicidad que llenaba mis días. Mis sueños morían uno a uno arrinconados en algún lugar de mi cabeza. Me habían encadenado a la sumisión.

Un día, con la moneda en mano y el romero que me entregó el viejo dije: “Hasta aquí llego” y así comenzó la revolución. Junto con mi decisión, el clan familiar establecía el castigo y lo ejecutaban sin piedad alguna. Pasé por :la vergüenza popular, sufrí el abandono, desamparo, desastres, habladurías…penurias.

La familia de la foto me condenaba al exilio, a ser señalada con el dedo, a perder lo más grande de mi vida: mi hijo.

Hoy vivo lejos y ellos mantienen su rechazo. El mal de ojo lo limpié a base de lágrimas llenas de tinta negra y folios en blanco.

El destino en parte se cumplió, ahora mi alma es libre y vuela alto persiguiendo mis sueños.

Sólo espero que algún día mi hijo consiga escapar de la influencia de aquella familia sonriente y juntos, podamos mirar el horizonte con esperanza …

Le dedico mis letras a mi padre: fue el único que demostró su amor desmarcándose de la decisión familiar, élme acompañó en mi vuelo mientras su salud se lo permitió..

Buscando la fotografía en el fondo de la maleta, apareció también la moneda con el cordón rojo y los restos del romero seco; he sonreído e inhalando su aroma inconfundible —me digo: —<< Soy el resultado de aquella “semilla del mal”, también estoy segura que se fraguó antes de mi nacimiento>>—.

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