SUICIDIO

Ella un día por fin quiso huir de su conciencia, cruzar el límite de su soledad, escapar y despertar a esa vida ingenua que concebía como eterna donde las imperturbables ilusiones habían hecho eco en su ser y la habían apartado de todo incluso de sus propios sueños.

Cruzó entonces en el viaje por cada una de sus arterias, depuró la grasa que se había amontonado como una barrera metálica y que no dejaban fluir ese líquido vital, ahora entendía su cansancio cotidiano y porque nunca llegó a ser esbelta como lo imaginaba en sus noches de infortunio.

Barrió luego lombrices que se habían acumulado en su estómago. Eran larvas blanquecinas que chupaban nutrientes y que se reproducían en cantidades abismales. Las tenias y lombrices con las que su madre tantas veces le refiriera el purgante que nunca quiso tomar estaban apoderadas de su vientre. Eran los causantes de los incontables mareos y de esa palidez intensa que le había merecido el apelativo de la muerte andante.

Miró sus huesos encorvados, sus músculos morados y atiborrados de calambres. Su mayor calamidad fue cuando después de esa internalización a sus adentros descubrió por fin su alma.

Vio una capa tenue que la cubría de sus emociones y sus palpitaciones humanas. La oscuridad en ocasiones se apoderaba de ella al límite de concebir la metáfora de su vida, sin sentido. Ella era la causante de su denodada soledad. Ella estaba velando su alegría, ella la maldita alma estaba relegándola a bichos y lombrices a nadas que desde antes ya se recreaba en sus inquebrantables momentos de desdichas, ahora frente a ella la ira se apoderaba de su ser y la melancolía poseía todo el sentido de profundada semblanza que antes hubiera imaginado. Frente al espejo metafórico de su alma nada vio. Tinieblas son las almas se dijo… ¡máxime cuando estas son incapaces de amar!

Rompió de un tajo el velo, quiso tocar la esencia de su espíritu, pero ante el mínusculo contacto de esa piel incoherente y casi marchita ya por el paso de los años, el alma gritó, huyó horrorizada en el eco de su evaporación se escuchó ese, nunca te he visto ni te conozco siquiera. Vete, deja tus entrañas vacías. Acostumbrados estamos aquí a no desvelar más que pensamientos de vaciedad infinitos, de soledad y aullidos eternos que nos someten a una muerte que cada día se renueva y que en las noches en el silencio mortecino de tu vacía casa, en tu lecho cubierto por desvaríos, retornarán aciagos tus sueños que se troncan en innombrables pesadillas.

Conmovida viajó hasta llegar a su corazón. Al tratar de abrir la puerta se consumó el momento en un acto de frivolidad total, de un desespero interminable, de un algo que ella antes no había experimentado, era como si de repente la vida le mostrara lo vago de su camino hasta ahora. Cerró los ojos y en un momento extasiada por el horror fue expulsada con furor de su internalidad absurda.

A la mañana siguiente frente al espejo, en su ritual de todos los días peinaba sus cuatro melenas y maquillaba de azul sus ojos agónicos. Sus labios curveaban reflejando una irónica sonrisa. El cuadro de la boda estaba en el mismo lugar, él no lo sabía, pero desde que se marchó tres días después de la boda, donde nunca más se supo de él, ella había consumado su matrimonio en un martirio parecido a la muerte pero más terrible porque ella seguía viva recorriendo los lugares donde él antes tomara posesión no solo de su cuerpo sino de toda su alma. La había destruido, de eso ya no quedaba la menor duda.

El recuerdo se le hacía insoportable. Su conciencia estaba fuera de su naturaleza, y ya ella desde adentro le apuntalaba con el dedo su destino: su fatídico final.

Toma el cuadro, rompe los vidrios, con una de sus lonjas transparentadas por la luz traza una línea en su muñeca. La corta suavemente. Disfruta del momento. Decidida emprende entonces un viaje hasta la muerte. Se despide de su conciencia, acaba con su larvas y lombrices, cubre de una nueva luz su oscuridad anímica…ríe mientras observa la foto de su primera comunión colgada en una esquina que da paso a una luz un poco más opaca. Tomad y bebed todos de él, bebí el cáliz de Dios que se hizo licor barato en mis entrañas. No sé qué es la muerte solo sé que no quiero verlo ni él a mí, pues cuando la criatura es un engendro,el creador es parte de su esencialidad…no más engendros ni demonios en mi vida.

Mi esperanza, si es que la tengo es ser consumada en la nada en el vacío total como mis inconmovibles sentimientos… En augusta palidez ve como la vida le pasa frente a sus ojos…desea recobrar la paz, se incorpora, mira a todos lados no ve sino las sombras de su pasado. Cae lentamente al piso. Llora. Entonces recuerda el momento en que lo descubre a él en el baño besándola. Tararea la marcha nupcial. Recuerda su cuerpo en la nevera por seis días. Recuerda la vez que decidida lo llevó al valle de los buitres. Ve el majestuoso banquete de las negras aves. Ahora entiende todo. Desde entonces él calladamente la fue secando, anegando, vaciando de sentido hasta ahora en que definitivamente daba el salto por fin a la decisión de morir de una vez para siempre sin expectativas, sin determinaciones, sin contemplaciones, sin complejos…sin nada distinto de lo que ella en su conciencia cargaba y de lo cual ella era merecedora por nunca haber dejado el maldito vicio de expiarlo todo y de querer ver más allá de lo que la vida le mostraba. Los vicios son la prueba de la infernal tentación de apetecer más de lo que vista permite. Las larvas por fin murieron y con ellas su insaciable hambre.

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