Cuando montó en la clase turista de aquel viejo tren en Villarrobledo no sabía muy bien qué le movía a hacerlo. ¿Ajustar cuentas con el pasado? ¿sacarse una espina del alma? ¿volverla a ver? ¿vengarse de ella… o de sí mismo?
Se acomodó en el vagón que estaba casi como entonces y la esperó. Estaba seguro que volvería y que podría explicarle tantas cosas. Con el rítmico traqueteo de fondo revivió aquella noche de hacía justo veinte años. Entonces estaban juntos y eran felices. Había discusiones sí pero luego volvía la paz. Ella estaba preciosa con aquellas grandes gafas oscuras que llevaba siempre y con el pañuelo de seda que le rodeaba el cuello. Llevaban tres años juntos que habían sido los mejores de su vida y aquella noche ella lo abandonó. Él la quería con locura sobre todo cuando tras una pelotera entraba en razón y volvía a ser la de siempre.
Se abrió la puerta del compartimento y le dio un vuelco el corazón al verla. Pero no era ella. Quería explicarle la soledad, el desamor y la culpa que lo habían atormentado todos esos años. Decirle lo mucho que la quería y que quería volver y que la perdonaba y que volverían a ser felices. Esperaba que ella le escucharía y que no tendría que gritarle como aquella noche.
Estaba otra vez solo en el vagón y se acercaba la hora en que ella se había ido veinte años atrás. El tren se deslizaba cansino por el secarral manchego cuando la vio pasar fugaz por el pasillo. Ahora sí era ella. Salió corriendo y la llamó ¡Marta, Marta! Como aquella noche ella parecía asustada y él no sabía porqué. ¡Marta, espera! Cuando la sujetó por el brazo, como aquella noche, notó espantado que se diluía entre sus dedos como el humo. Aún así percibió el pánico en su mirada, como aquella noche y él no sabía porqué. ¡Marta, escucha! Volvió a cogerla con más fuerza y otra vez se le disipó entre las manos. Ella huía despavorida y se dirigía a una de las puertas de salida del tren como aquella noche. Lo iba a abandonar otra vez y entonces él lo entendió todo. ¡Marta, para por Dios! Había estado reviviendo esa escena los últimos veinte años en todas las noches de insomnio, en las de borrachera, en las de penitencia.
Cuando ella se lanzó por la puerta y se disolvió en la noche como un jirón de niebla él decidió que no quería estar otros veinte años solo, corroído por la culpa y el remordimiento y se abalanzó tras ella.
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