El éxito de la temporada

El éxito de la temporada

Cuando Freddy conoció a Mariela en aquel teatro Baralt a mediados de los años ochenta, le pareció muy bella, aunque a ella no le pareció lindo él, pero le resultaba interesante.

Él le contó a su madre que había conocido a una rubia que tenía cuatro hermanos y que todos tenían un estado civil distinto: soltera, casado, divorciada y viudo. Ella encontraba en él a un brillante escritor hijo de tintoreros, nada parecido a sus exs.

Para 1986 Freddy, con tan solo 32, había logrado cierto respeto en la ciudad por sus propuestas de teatro callejero. Su compromiso con la empresa CANTV era realizar una pieza de teatro que se estrenaría en la temporada del año 1987. Se encontraba en un momento muy prolífero de su carrera como dramaturgo. Tenía algunas hojas escritas que llenaba durante largas madrugadas, nada en concreto. Pocos personajes interactuando en un prostíbulo ambientado en los años cincuenta.

Mariela estaba estudiando artes plásticas, se había pasado los últimos años de estudio en el área de escultura y modelado, empezaba a interesarle la arqueología; un breve paso por el teatro comercial con la ayuda de las míticas medidas noventa, sesenta, noventa, la convirtieron en la princesa del gato con botas: tenía 26 años y un divorcio, no bebía licor, fumaba poco y hablaba mucho. Ya llevaba un año de relación con Freddy, también era la escenógrafa de sus montajes y siempre participaba en sus procesos creativos: daban largos paseos para aclarar ideas de personajes, textos, etcétera.

Navidad de 1986, el argumento de la obra no pasaba de 5 hojas, Freddy estaba estancado por primera vez en años. Una tarde se paseaba por la ajetreada plaza Baralt llena de transeúntes en plena euforia decembrina, miraba las vidrieras atestadas de todo. Con un cigarrillo colgado en los labios tras su barba negra y espesa y sus jeans ajustados, recorría la acera por cuarta vez en espera de Mariela, que apareció tarde como de costumbre, justo cuando pensaba irse.

Su larga cabellera se ondeaba y su vestido fucsia con el rostro de Beethoven pintado a mano la hacía relucir entre la multitud, venía cargando con la máquina de escribir de su padre. Se besaron en la puerta del hotel Victoria, donde durante todo ese mes se habían visto una vez por semana para escribir la obra.

Rápidamente entraron a la habitación, ella se sentó frente a la mesa de madera estilo art déco ya que el hotel era de los años veinte y, lejos de mantener su esplendor, lucía opaco. Usaba grandes anteojos y recogía su cabello en un gran moño sujeto por una lapicera. Él abría las puertas del balcón y la noche entraba, se recostaba sobre la baranda y tomaba una pose de galán de antaño sin soltar su cigarrillo, pensando cuál sería su siguiente escena… De esas largas noches de escritura y humo se fecundaron 45 páginas de la obra “Una Fausto” y, como toda pieza de Freddy, llena de Caribe, boleros y críticas sociales.

Aquello se convirtió en su obra insigne, todos los críticos la alabaron, el teatro se llenó la temporada entera del 87. Aquellos procesos creativos dieron sus frutos, Mariela se había vuelto su musa inspiradora. La máquina de escribir, el humo, la pasión de dos artistas, la noche, el vestido de Beethoven, los boleros y el art déco del hotel Victoria no fecundaron una sola obra, sino que también me fecundaron a mí: el otro éxito de 1987.

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