A mi mamá, que me dio la vida y le agradezco lo que soy hoy… Sin dudas la volvería a elegir para que pueda desplazar sus alas libremente, sin miedos ni ataduras.
Daiana Belen Arabena
03 de diciembre de 1958 llegó al mundo, de la mano de Nelly y Marcos, sus padres que por ella todo lo dieron y le inculcaron los valores de vida que persistentemente la acompañan para no derrumbarse nunca.
Siempre con mirada dulce e inocente, bondadosa y tímida. Los años le jugaron varias partidas de ajedrez. De tanta transparencia, nunca supo defenderse de los infames que se le cruzaron en el camino. Pese a eso, invariablemente firme y al pie del cañón dándole tregua a sus dolores encajonados.
Amores, desamores, melodías que resonaron en esa guitarra que en sus años adolescentes había llegado a ella. La música tuvo su lugar por tiempo limitado. Esas cuerdas quedaron ahí intactas por el mero pánico escénico, pese a que su inteligencia para las notas era indudable.
Con tan solo 23 años, decidió formar su familia junto a un hombre que con el pasar de los días fue desconociendo. Él, vicioso del dinero, la simulación e infiel por naturaleza. Sin embargo, hay una lazo que jamás dejó de unirlos: sus tres hijos. Cada uno de ellos, son el pilar que la mantienen encendida. A veces se apagaba y agotaba como ave en nuevo horizonte. No obstante aprendió a transmitirle a sus retoños, que con la mentira nada se logra y que el perdonar a quienes hacen daño, sana las heridas.
Resignó estudiar la carrera de docente, por tan solo viejas tradiciones y creencias que sus procreadores le habían inculcado. Hubiese sido tan buena maestra y marcado el corazón de muchos alumnos. Su paciencia es el símbolo más característico de su persona, y que ejerciendo tal labor, habría triunfado más que nadie.
Protectora incondicional. A veces con tanto caudal de aire que las constelaciones hacen que se estrelle contra el carácter de su hija menor, a quien siempre vio como el reflejo de su madre y gran compañera.
Dicen que inmensas cosas se heredan y se despiertan desde el vientre. Y así fue, que cada uno de sus nativos amaron el arte de distinta forma a un compás automático. La primogénita con las letras y la magia de enseñar, la segunda con la actuación, la escritura, la resonancia del saxofón y la voz. Y el menor del trío con la guitarra.
Todo tiene revancha, nada está perdido. El comienzo de una nueva década se acerca y ese instrumento volverá a sonar para desplazar su acústica en los oídos de quienes realmente sepan apreciarla.
Sara, mujer fuerte y con ojos miel a través de los cuales puede endulzar cualquier alma.
Una guitarra, sus seis cuerdas, y cada una simbolizando las cosas más importantes de su vida construida: sus padres, su esencia, un gran amor y su trinidad más valiosa. Todas, representando el libro que en sus manos cayó y que aún tiene miles de páginas en blanco para escribir.
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