Pueblo de fríos y neblinas, cañaverales y trapiches en sus faenas diarias para elaborar papelón, infancia encapsulada en un tiempo que no volverá, recuerdos de un ayer donde la poesía rondaba aquel lugar. Dolores incrustados en la memoria que fue registrando y archivando cada escena rodada envuelta entre sueños y querencias, enarbolando la bandera de los escritos del silencio, de las palabras mudas, pero sentidas en las venas propias de un escritor con frases al viento. La melancolía se posa en la frente, al traer aquellos recuerdos del pasado que seguirán doliendo mientras el aire me alimente con su oxigeno. Limonar, lugar de mis emociones tempranas, pedazo de tierra anclada en el puerto de mi memoria herida, allá, sí, en esa zona predilecta de mi paladar visual dejé mis huellas al tiempo, marqué el sabor de mis pasos, volé sencillamente caminando, tantas cosas en esa pequeña geografía de un país que hizo su diferencia. Lloviznas que hacían meritorio un café recién colado y compartido en familia, recortes divididos que los años se encargaron de mutilar, sueños rotos en las membranas de la brisa que visita tantos lugares, mirada que se extiende en los recuerdos y matices variados, complejidad de cada vivencia, balances y desalineaciones que llegan como tormentas para desajustar los sentimientos, lágrimas presas por las circunstancias de un presente que pretende radicalmente aniquilar el pasado, luciérnagas perdidas en el laberinto de mi ocaso memorístico, espadachín de letras que se brindan y se exponen al sol, a la claridad de una sombra que me acompaña sin pedirlo, al olor perenne de aquel lugar de mi infancia que me persigue en cada nuevo lugar.
OPINIONES Y COMENTARIOS