Podría contar tantas historias de mi familia, tantos momentos felices de la infancia, pero el último que aún perdura en mi memoria fue tu partida mamá, tu viaje al «país de nunca jamás». Nunca jamás volveré a verte porque no creo en la reencarnación, ni en la resurrección, ni en todas esas patrañas que nos venden para hacer más soportable esta vida, sin pensar que cuando acabe no habrá nada más, el vacío, la nada.

Aún guardo el calor de tu mano entre las mías. No quise soltarla hasta el último suspiro para que tu supieras que no estabas sola, para acompañarte en el tránsito hacia la otra vida. Recuerdo cada minuto de tu agonía, de tu miedo a partir y a dejarnos. Sí, es cierto que la sensación de orfandad cuando pierdes a tus padres se siente en las entrañas. Surgen mil miedos que antes no conocías, que nunca te habías parado a pensar, porque ya no están aquellos que siempre te protegían y ayudaban, porque a partir de ese momento navegas sola por la vida esperando que tu último viaje sea más amable, que alguien te ayude cogiéndote la mano, que el dolor no te acompañe y te hagan más fácil el viaje.

Parece que fue ayer cuando me regañabas primero por no comer, por no estudiar lo suficiente, después por llegar tarde a casa y porque no te gustaban mis novios. Es difícil ser madre, muy difícil. Es una lucha continua entre lo que sabes que a tus hijos les haría felices y lo que tú consideras que debes enseñarles. La educación, esa gran losa que todos llevamos encima y que transmitimos de padres a hijos obligándoles a hacer lo que nosotros consideramos que está bien.

Pero ya no volverás a reñirme ni a castigarme, te fuiste y me dejaste la sensación de que no te dije cuanto te quería, te fuiste y no pude pedirte perdón por las veces que perdí la paciencia contigo cada vez que tu memoria fallaba y discutías conmigo por todo. Te fuiste…

Durante una semana lloré amargamente cada mañana al levantarme. Ya no podría verte nunca más, ya no podría oír tu voz cada día y no conseguía olvidar la amargura de las últimas horas que pasamos juntas en el hospital, sintiendo cómo te revelabas ante la pasividad de las enfermeras, ante la denigración del ser humano en los hospitales. Después el dolor fue haciéndose más soportable, más liviano, pero tu ausencia me pesa cada día y hoy oscurece el recuerdo de otras historias de familia que he vivido, quizás más divertidas, pero menos ciertas en estos momentos que su partida.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS