El Jardín de Gaia

El Jardín de Gaia

Cristian Sana

15/09/2018

El jardín de Gaia.

(Borrador, inconcluso, bajo el prisma de una interpretación holistico-radical del término «Familia»)

Señora del Sol la Luna, y de ella señor él, los dos sembraron un cuento y de él nació un bebe; Gaia fue su nombre. La nueva criatura albergaba en su ser semillas que también quiso sembrar. Así Gaia vio crecer su jardín arropada por Luna y Sol. Así empezó la vida en el mundo desde el que os voy a narrar.

Ahora el jardín es un inmenso bosque tan poblado que la mayoría de los seres que lo forman no saben de la existencia de la mayoría de de los seres que los forman. El ciclo sigue, nuevas semillas germinan, la familia sigue creciendo. Y es sobre la familia que os quiero contar, sobre una familia tan grande que la mayoría de los seres que la forman no saben nada de la mayoría de los seres que la forman.

Erase una vez un solitario árbol y un extraviado río que vivían juntos, fue el devenir incierto lo que les unió y fue por la naturaleza pasiva de ambos que se aceptaron y pudieron aprender uno del otro; Árbol descubrió que las aguas del río eran dulces y las abrazó con sus raíces, Río aceptó grato la firmeza de un lecho firme por el que transcurrir comprendiendo que las mieles que dejaba atrás no le eran arrebatadas.

Un día, hasta ese árbol una joven ardilla arribó. Invadida de miedo y pasión fue como Río y Árbol la encontraron. Ardilla acababa de dejar su hogar; Sus hermanos pequeños no le dejaron lugar. Ardilla nada tenía que reprochar y pronto supo ver las bondades de aquel nuevo lugar. A Río, Árbol y Ardilla el devenir quiso reunir y juntos supieron vivir.

Pasó el tiempo sin avisar: Una vida para la ardilla, un suspiro para el árbol; el río ni se inmutó.

La Ardilla ya anciana seguía con su pasional vivir y no menos asustada.

Una tarde de aire cálido y viento clemente, una zorra sedienta se topo con las mieles de Río y bebió agradecida.. Los dos cachorros que la seguían, en cambio, ignoraron el suave fluir de sus aguas pues saciados ya se hallaban del más dulce liquido que sus madre les manaba, no obstante, Sol estaba en su apogeo y los cachorros si se vieron aliviados al verse bajo la suave sombra que las ramas de Árbol disponía.

Así, Sol y Luna se turnaban en su cuidado y Gaia veía su familia enraizar; las simientes crecían y se mezclaban. Río regaba la vida, Árbol bebía y crecía y en él Zorros y Ardilla vivían. Mezclados el arroyar trémulo de Río y el siseo de las ramas de Árbol que se dejaban mecer. Unidos el chirrido de los ancianos huesos de la trepadora ardilla fugitiva y el divertido gruñir de dos retoños peludos. Todo acompasado en el tranquilo resoplar de la madre que duerme. Así, Sol y Luna veían pasar las tardes, felices.

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