LA HERENCIA DE UN TARIFEÑO

LA HERENCIA DE UN TARIFEÑO

El muchacho llevaba media hora vociferando improperios desde la barandilla oxidada que lo separaba del parque eólico, en un lugar donde la corrosión tenía un voraz apetito. Todos los días desde que alguien se lo contara reproducía esta actuación. Unas veces la retahíla de insultos comenzaban al poco de que su madre, viuda y cansada, lo llamara para almorzar; otras, venía lanzando vituperios al viento desde mucho antes de llegar a la baranda.

El problema del niño no se había manifestado en ninguna de las generaciones anteriores: ni en Mateo, ni en Jerónimo, ni en Mariano, ni siquiera en Fernando, su padre. Sólo Alonso se empecinaba en desafiar a los molinos desde la barandilla para poder reavivar aventuras caballerescas similares a las que acaecieron al padre de su tatarabuelo y a su señora Aldonza en un distante lugar de la Mancha…

  • ¡Alonso Quijano, a comeeeeeer!

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