Viaje a mi epicentro

Viaje a mi epicentro

user 41844

29/06/2016

Siempre me gustó viajar. Lejos de los fines habituales de hacerlo, como conocer nuevos lugares, adentrarse en nuevas culturas, o el recién instaurado hábito de hacerse “selfies” con los monumentos más emblemáticos luciendo una perfecta sonrisa, para mí viajar, fue el mejor método de huida desde que cumplí la mayoría de edad y tuve uso de cierta madurez y razón.

La dinámica del proceso era sencilla, regresar de un éxodo más o menos largo, re-instaurarme en la ciudad, buscar trabajo, casa, cultivar nuevas relaciones sociales y retomar las antiguas, hasta que mi vida volvía a estar sumida en el caos. El siguiente paso era comprar un billete de avión dónde más se me antojase, sobrevivir a base de empleos precarios, hacer nuevos amigos de duración determinada y cuando me abordaba la nostalgia, regreso a casa y vuelta a empezar.

Hicieron falta doce años de mi vida, llenos de innumerables e impagables experiencias, para que, de repente, un día todo mi mundo se desplomase. A decir verdad no sé si fue cosa de un día, una semana o un mes, simplemente supe, en un momento dado, que necesitaba dejar de huir. Fue entonces cuando comencé la travesía más arriesgada y aventurada de mi vida, un viaje a mi epicentro.

Y es que, en esta sociedad moderna, presumimos de conocer países, ciudades, lugares, personas, pero, ¿qué hay sobre conocernos a nosotros mismos?, pocos podrán decir que han peregrinado hacia su interior. Y es que, para ser sincera, es un viaje que aterroriza.

Mi primera consulta de psicoanálisis fue extraña, intensa y difícil de describir. El escepticismo y los prejuicios de la sociedad en cuanto a ciencias no exactas como la psicología, la psiquiatría o el psicoanálisis nunca me preocuparon, lo que sí lo hacían eran el miedo y la incertidumbre que despertaba dentro de mí, esta nueva exploración. ¿Acaso hay algo más desconocido para el ser humano que su interior?

Cual peregrino con su mochila y bastón en busca de su ansiada Compostela, inicié mi camino sabiendo que me esperaba un largo y difícil recorrido. Las primeras etapas fueron las más duras, el autoconocimiento integral es una marcha que comienza cuesta arriba en la que, en ocasiones, puedes llegar a quedarte sin aliento. No obstante, no viajaba sola, contaba con un apoyo incondicional (y pagado) que me daba las pautas para seguir adelante y me ayudaba a levantarme cuando caía, me mostraba la luz cuando sólo veía oscuridad y me trazaba las líneas en la senda para que no me perdiese. Y sucedía que, cuando ya creía que había llegado a la meseta, volvía otra cuesta arriba más dura si cabe que las anteriores.

Mis deteriorados pies, desgastados por la caminata y la violencia (entiéndase en términos metafóricos) del trayecto, apenas me permitían dar un paso más, pero entonces, la llanura comenzó a abrirse ante mis ojos, incrédulos de que existiese o de que algún día pudiese llegar a verla. Como la Tierra Prometida, allí estaba, esperándome después de tantos meses de consultas; semanas en las que mi humor oscilaba entre la euforia y la desesperación; días de sensaciones y sentimientos enfrentados; horas llenas de lágrimas, reproches y lamentos; minutos que podían resultar eternos o fugaces; segundos de respiración agitada o pausada. Y llegué para quedarme.

Entonces descubrí, que el mejor destino posible estaba dentro de mí.

Y desde entonces, no volví a sentir la necesidad de huir de los problemas buscando soluciones en recónditos lugares de este planeta, sino de enfrentarme a ellos, de luchar contra la adversidad y sobre todo, de disfrutar de la vida, de lo que me rodea, y de lo que me queda por conocer.

Ahora ya no huyo, ahora sé lo que es de verdad viajar.

STARBUCKS, LEICESTER SQUARE, LONDRES

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