—¿Qué es el cine, papá? — preguntó Gorri.

—El cine es… —contestó Patxi sin saber muy bien cómo explicarlo—. Es como un viaje que el espectador hace conociendo lugares e historias de gente a la que ve en grande, sobre una pared, como si estuviese con ellos.

Así dio comienzo el primer viaje de Gorri desde su pueblo a la capital; para que conociese lo que era el cine. Cogido de la mano de su padre, llegaron hasta la goiti de Mateo, frente al frontón, se subieron con otros tres vecinos más que iban a resolver sus asuntos. Era la primera vez que Gorri montaba en un vehículo y enseguida que comenzó su marcha se puso a mirar por la ventanilla. Vio pasar árboles, postes y casas. Cuando llegaron a la estación se encontraba mareado y vomitó todo el desayuno.

—Bien, empezamos —comentó Patxi.

A lo lejos, vio una densa humareda, Gorri se enteró de que era la locomotora quien la producía. Según se acercaba, Gorri se alejaba de la vía, tanto ruido y tanto humo no le inspiraban ninguna confianza, al final la máquina humeante y los vagones que arrastraba se pararon frente a ellos. Patxi cogió a Gorri y lo subió a la plataforma, luego subió él y, juntos, buscaron un asiento libre donde acomodarse.

En el andén, un señor con bigote blanco, gorra de plato, una bandera roja en una mano y un silbo en la otra hizo sonar un pitido, la locomotora contestó con otro mucho más potente mientras iniciaba un lento movimiento arrastrando el resto del convoy como con pereza. Al poco, otro señor de uniforme, parecido al del andén, pidió a Patxi los billetes, los miró con atención fijándose en Gorri y viceversa, picando los pequeños billetes de cartón con una especie de pinza de metal, operación que repetía con cada uno de los viajeros. El tren siguió el curso de la vía acompasando su movimiento de vaivén con el sonido de la locomotora y el de las pesadas ruedas, cantando sobre los raíles, mientras los montes conocidos se fueron perdiendo por el horizonte hasta desaparecer.

La llegada a la capital fue toda una sorpresa para Gorri; gente, edificios, coches, ruido. No le gustó, se agarró a su padre fuertemente, si se perdía no sabría volver a casa y nada de lo que veía le resultaba amigable. Saludó a todos los que se cruzaban, que le devolvían un saludo y una sonrisa, pero observó que, entre ellos, no se saludaban. Entonces se lo preguntó a su padre. Él respondió:

—Pues porque solo se saludan las personas que se conocen. En el pueblo todos nos saludamos porque todos nos conocemos, pero en la ciudad solo saludas si te cruzas con alguien que conoces.

Como Gorri solo conocía a su padre, le fue saludando todo el camino hasta llegar al cine sin soltarlo de la mano ni un momento y dejó de saludar al resto de transeúntes.

Gorri estaba conmocionado por el gran arco de entrada, le recordaba al de la iglesia del pueblo, luego, la taquilla, cómo cuando habían comprado los billetes para el tren. Tras atravesar un pasillo y una puerta con una gran cortina roja un señor con gorra de plato, como el del tren, le pidió las entradas a Patxi y les llevó hasta su asiento. Patxi le entregó unas monedas.

Poco a poco se fueron llenando los asientos, la gran cortina que cubría la pantalla fue deslizándose despacio hacia los lados hasta dejarla al descubierto mientras la luz se iba haciendo menos intensa y desaparecía. De repente, la pantalla se iluminó con imágenes y un fuerte sonido de música y palabras atronaron el local. Gorri se asustó.

—Antes de la película pasan el NODO —le explicó Patxi.

NODO, una palabra nueva que Gorri tampoco había oído nunca. En la pantalla aparecía un señor, también con gorra de plato como el del tren, dando discursos, inaugurando pantanos, asistiendo a todo tipo de actos, y Gorri concluyó que aquel señor debía ser el tal NODO.

—Mira, papá, otra vez el señor NODO —decía Gorri cada vez que le veía aparecer.

—Calla, Gorri, en el cine no se habla.

Pasado un corto espacio de tiempo, en que solo aparecía el señor NODO, se volvieron a encender las luces.

—Ahora quitan el rollo del NODO y ponen el de la película —explicó Patxi.

—¿Así que el señor NODO es un rollo?

—Algo así, hijo, algo así.

Mientras cambiaban el rollo, apareció una señorita uniformada portando pipas y chuches en una cesta. Recorría los pasillos ofreciendo su mercancía, Patxi compró un par de palos de regaliz, uno para cada uno. Nuevamente, las luces se atenuaron y apareció el título de la película, título que Patxi tradujo, su nombre era: El Cid.

Gorri no entendía muy bien qué pasaba en la vida de los que aparecían en la pared, pero se reía cuando alguien del público gritaba: «¡Foco!» o «¡No se oye!» A mitad de la película, nuevamente hubo que cambiar de rollo y Patxi compró a la misma señorita otro par de palos de regaliz.

Aquella experiencia le fascinó a Gorri; el devenir de personajes, las caras tan grandes que aparecían en la pantalla, el sonido que lo envolvía todo. Parecía que estuviese entre los protagonistas, aislado de su entorno, de las butacas, de su padre y de la señorita del regaliz. Aquello le resultó mágico.

Cuando salieron a la calle había llovido y el suelo brillaba, dos personas con gabardina se cruzaron y se saludaron y Gorri, cogido de la mano de su padre, fue contándole la película de principio a fin con todo lujo de detalles, con algunas cosas de las que Patxi no se había dado ni cuenta.

—Papá, me ha gustado mucho el viaje y venir en tren también—dijo Gorri entrando a la estación.

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MATEO CON <<LA GOITI>> EN EL FRONTÓN DE ARAIA (ÁLAVA)

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