Pensaba en que no había nada más que hacer o decir. ¡La vida es una mierda! Vaya novedad.
Tiré lo que quedaba del cigarro y apresuré mi paso. Intentaba pensar, recordar cómo había llegado a dónde estaba. Respiré. ¡Dios, como me costaba respirar! Esa sensación justo en medio del pecho, como un dolor pero sabes que no duele, arde o quema y te oprime, impidiendo el paso del aire hacía tus pulmones. Expiré. Sacudí mi cabello, subí el cuello de mi saco. ¿Qué pensaba? Ah sí… en cómo había llegado justo a éste lugar, tiempo o existencia. Solté una carcajada estruendosa. (Estruendosa) ¡Qué bien suena esa palabra! Miré para todos lados, nadie había escuchado mi brillante pensamiento, tampoco mi carcajada. A esas horas de la madrugada y con el frío calando los huesos ni los perros me hacían compañía. Mejor continuaba caminando.
Destino. Esa sí que es una gran palabra. Crucé la calle con el semáforo en rojo, daba igual, nadie ensuciaría su coche atropellándome. Caminé por la plaza que tanto me gustaba durante el día. Me detuve un momento, miré para todos lados, había luz en ella… parecía un lugar totalmente diferente por la noche. Árboles negros en lugar de verdes o amarillos, bancas húmedas, tachos de basura repletos de vida, se podía escuchar el crujir de animales devorando lo que encontraban en ellos. Y yo allí, parado en medio de todo aquello. Totalmente solo, en silencio, sintiéndome el dueño del mundo, su único habitante. Inspiré nuevamente, por alguna razón, éste pensamiento alivió el dolor de mi pecho y me ayudó a respirar mejor. ¿Y si no hubiera nadie más en el mundo? Éste pensamiento me invadió por un segundo. Cerré los ojos y pensé en ello.
El calor del sol en mi rostro hizo que despertará. Por un instante no supe dónde estaba. ¡Sueño loco si los hay! Miro el techo buscando respuestas a las preguntas que no formulo. Maraña de pensamientos alocados a una hora de la mañana en que el cerebro no reacciona cómo debería.- ¡Por favor aún no me despierto!- Parece decir. Poco a poco me preparo. Miro por la ventana. Brilla el sol. Todo está en silencio. ¡Es lo hermoso de ir a trabajar temprano! Por algún motivo tengo un estado de ánimo positivo. Una mala noche, un buen día. Ya listo salgo de casa y bajo hasta la rambla, caminar hacía el trabajo junto al mar siempre ayuda a soportar lo que vendrá luego. Un jefe molesto que cree saber todo y en realidad es un idiota, compañeros que solo hablan de sus vidas patéticas pero nunca te preguntan por la tuya. Clientes que se creen los dueños del mundo solo por que heredaron un poco de plata de sus abuelos y ahora decidieron hacerse la casa de sus sueños, que poco tendrá que ver con la belleza de la arquitectura por la cual decidí estudiar esa carrera. Prendo un cigarro, inspiro con fuerza su humo, sabiendo que aguantar no será fácil pero que no queda otra. ¡Estúpida y patética vida! ¿Qué sentido tiene vivir así? Soñaba con ser arquitecto, con construir grandes y hermosos edificios. Con viajar y conocer el mundo, intercambiar conocimiento, aprender idiomas, hacer de éste un lugar mejor. Miré hacia el mar. Amanecía con los colores brillantes y claros, parecía una pintura. “¡Alguien tiene buena mano!” Pensé. Podrías darme una a mí.
La noche era igual que la anterior. ¡Vaya novedad! Quería correr, por un segundo casi lo hago. ¿Pero a dónde iría? Tal vez toda aquella duda existencial que me había invadido se debía al aniversario de la muerte de mi viejo. – Y sí – Le escuché decir a la voz que sonaba en mi cabeza, seguro es eso. Paso a paso me acercaba a esa plaza, ya me daba entusiasmo pasar por ella, era como si me transportara a otro universo. Uno, en el que yo era quien había soñado ser. Tal vez era esa semioscuridad que la invadía, o la sombra de los árboles que se me hacían a seres extraños llegados para rescatarme de mi monotonía. En cuanto puse un pie en ella inspiré, podía escuchar el murmullo del mar a lo lejos, el ladrido de unos perros y el ruido que hacían las hojas de los árboles al ser movidos por el viento.
-¿Qué te lo impide?- Seguramente ya había enloquecido, porque la voz ahora era más audible. Abrí los ojos, seguro de que no encontraría a nadie. Pero me equivoqué. Ahí estaba él, sentado en la banca de madera.
-Recuerdo cuando tenías veinte años, hacía un mes que había muerto tu madre y te fuiste a estudiar a Roma. Todos te decían que no fueras que no me dejaras solo, pero te fuiste, estudiaste y nunca estuve más orgulloso de ti. Dos años después te dejé solo y todos pensaron que te derrumbarías que no podrías salir adelante y se equivocaron nuevamente. Acabaste tu carrera, y conseguiste un muy buen trabajo. ¿Y qué pasa contigo ahora muchacho?-
No respondí. ¿Cómo responderle a un fantasma? Porque era un fantasma. Cerré mis ojos nuevamente, intente escuchar, era el mar, los perros, el viento. Abrí los ojos. Era la plaza. La misma plaza por la que pasaba cada mañana y cada noche para ir al trabajo y de vuelta a casa.
El dolor en el pecho hizo que me aflojara la corbata. ¡Estúpida corbata!
Desperté. Nuevamente era de día. Había comenzado a odiar el día. Sabía cómo sería todo y me fastidiaba eso. ¿Qué te lo impide?
La pregunta sonaba en mi mente. No entendía si había sido un sueño o una alucinación. Comencé a caminar como cada mañana intentando responder a la pregunta. Llegué a la plaza y me detuve en seco.- ¡NADA!- Grité feliz. La anciana que paseaba a su perro me miró y retrocedió asustada. Me quité la corbata, saqué mi celular y llame al trabajo. – Para avisar que no iré. ¿El motivo? Me voy de viaje.
Colonia Uruguay.
Marisol
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