ASÍ VIVÍ MI VIAJE DEFINITIVO AL MÁS ALLÁ

ASÍ VIVÍ MI VIAJE DEFINITIVO AL MÁS ALLÁ

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MI PRIMERA VISITA AL TÚNEL QUE CONECTA CON EL MÁS ALLÁ.

 Prácticamente fue como la había visto en algunas meditaciones budistas, no hubo grandes sorpresas que digamos. Tuve la fortuna de morir solo, sin chilloneos ni escenitas tontas y cursis a mi alrededor. Cómodamente acostado en mi vieja cama matrimonial de latón, la misma en la que ya hace muchas décadas, siendo yo aún muy chico, acompañé a mi tía Lupe, que a su vez la había comprado décadas atrás por cincuenta pesos plata,  en sus últimos de vida en la que fuera mi amada casa de Garambullo n.- 31, en donde por cierto conocí el famoso túnel que conecta a este con el otro mundo. Nunca olvidaré esa primera vez, que ahora contemplo como un ensayo preparatorio para este viaje definitivo. En aquella ocasión tuve la estúpida e infantil puntada de amarrar a la chapa del cuarto que compartía con mi hermano Víctor una cuerda que estimé fuerte para columpiarme desde el descanso de las escales hasta abajo, y por tres o cuatro veces me funcionó pero llegó un momento en que la mencionada cuerda se rompió y fui a dar de un solo sentón hasta abajo rebotando mi cabeza un par de veces contra el último escalón, afortunadamente mi madre había cambiado para hacerlos redondeados y no de noventa grados como suelen ser.  Sin embargo el descomunal trancazo no fue en vano, tan pronto me levanté pude comprobar, no sin una gran alarma, que no podía respirar. Pude alcanzar a inhalar mas no conseguía yo sacar el aire para tomar una nueva bocanada, tan pronto como pude llegué hasta la cabecera de la mesa del comedor en donde mi padre acababa de torear (frotar el chile entre ambas manos a fin de hacerlo más picoso) un chile serrano para de inmediato cortarle la punta, exprimir su jugo y semillas en su sopa de pasta, tomar una cucharada de sopa, una mordida al chile y otra a una tortilla de maíz recién calentada en comal (cual debe de ser).  Me vio y brincó con más potencia y rapidez que un resorte industrial recién imantado, me tomó por la parte de atrás del cinturón levantándome en vilo para darme primero tres sonoras nalgadas mientras gritaba con desesperación.

.- Respira, respira, respira…

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Pero nada, yo ya estaba un poco más adelante de la mitad del oscuro y angosto túnel observando una intensa luz blanca que me deslumbraba e impedía saber qué había del otro lado. Una delicada y dulce voz femenina me preguntó

.-  ¿Vienes? O te regresas…

 Yo no sabía qué contestar, aunque sí sabía de lo que se trababa, me estaba dando a elegir entre la vida y la muerte. Traté de pensar con rapidez evaluando pros y contras de ambas opciones…  De pronto ella me dijo en tono muy comprensivo

.- Te regresas, aún no estás seguro de querer estar aquí.

  Me vi transportado fuera del túnel y vi  su pesado portón de piedra labrada cerrándose frente a mis narices, fue el preciso instante en que mi padre me propinó la cuarta nalgada y yo pude respirar profundamente.

CON MI UNIFORME DE MICKEL JACKSON PUESTO.

.- Nos volvemos a ver Francisco Javier, ahora sí te toca.  Va a ser rápido y mañana alguien descubrirá tu cuerpo ya sin vida, veo que traes la “pijama de Mickel Jackson” que te gusta y sé que deseas que te entierren en la tumba de tu abuelito Domingo en un ataúd de pino de segunda sin barnizar pero como bien dices, muy bien clavadito para que no se les vaya a caer el muertito en pleno show. Le digo así a ese pantalón porque está más degarrado que el del cantante en el Thriller de los muertos vivientes.

LA NOCHE DE MI MUERTE UNA TREMENDA TORMENTA A AZOTABA A LA CIUDAD DE MÉXICO  MAS YO ESTABA EN PAZ.

 

Era una noche de tormenta y afortunadamente yo estaba completamente solo, así que no hubo chillidos, rezos en voz baja ni nada de esas odiosas cursilerías que muchas personas consideran indispensables para ese momento. Tanto que antaño se contrataban a las famosas plañideras, señoras que acudían a llorar, a cambio de una módica paga, en los velorios de personas que no habían sido muy queridas que digamos. ¡En fin! El caso es que volví a ver el túnel abierto, con esa intensa luz blanca en el otro extremo y la misma delicada voz femenina me dijo…

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Ella lo sabía todo, también sabía que mis deseos serían cumplidos excepción hecha de cantarme la cancioncilla que mis hermanos menores les enseñaron en el kínder:

“Ya se murió el burro que acarriaba el vinagre, ya se lo llevó Dios de esta vida miserable, que dubu dubu dú, que dubu dubu dú.

Todos los vecinos fueron al entierro y la tía María tocaba el cencerro, que dubu dubu dú, que dubu dubu ”.

 Tampoco fue ningún maestro budista a dirigir la puya de las siete etapas pues aunque siempre me dijeron que nadie te indica cuando ya eres budista, sino que tú, en tu interior lo determinas, sí hace falta  pertenecer a un club o comunidad y que te vean más o menos seguido por ahí (entrándole con tu respectiva cuota, of course). Pero todo resultó según lo previsto escuchando todo lo que sucedía a mi alrededor pues el oído es el último sentido que el ser humano pierde al morir, con la plena consciencia de que ya todos querían que acabara el numerito para poderse ir a comer mariscos, con unas chelas ó tequilas, al Canto de las Sirenas.  Como dije antes, todo resultó según lo previsto, con mi cuerpo descomponiéndose más rápido gracias al ataúd express y con mi flujo de consciencia divagando un poco por ahí en lo que se determina si se queda por algún tiempo como fantasma en mi casa de Naranjo ó se me permite llegar a la primera base, mil años luz más lejos que la Estación Espacial Internacional.

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 FIN.

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