Una invitación propia

Una invitación propia

Azahara BG

07/09/2016

Sola, buscando no sé qué, esperando algo desconocido para mí, al menos en ese momento. Me enfrenté a ellos, a cada uno de mis miedos. Sentía terror, pánico, una amalgama de emociones terribles, pero había un sentimiento más poderoso que movilizaba cada una de mis células, la libertad.

Sentía que abandona mi ser, mi vida, mi pasado y a su vez estaba impaciente por conocerme, sacar a la luz aquello que guardaba en mi interior y que quizá en alguna ocasión había evitado que saliera a la superficie aún queriendo manifestarse como un volcán a punto de entrar en erupción. A pesar de la imagen que tenemos de
nosotros mismos como algo inquebrantable, fija e incuestionable, siempre he pensado que debemos de tener la valentía conocer nuestras limitaciones y difuminarlas ya que nos condicionan, para poder conocernos mejor. Ya sé que genera mucho miedo salir de la zona de confort, donde nos ofrece una supuesta seguridad vital. Me atrevo a decir que el ser humano busca equilibrio, su homeostasis en todas las áreas de la vida, y someterse al desafío de experimentar la sensación de rendición es una unión mística entre el alma y el universo. Literalmente rendirse, no implica connotaciones negativas como abandonarte y resignarte a lo que sucede en tu vida ya que la rendición no es resignación. Es la aceptación del presente incondicionalmente sin juicios mentales para luego actuar.

Pude experimentar la rendición y la libertad cuando la idea que rondaba por mi cabeza desde tiempo atrás se materializó. Viajar sola.

Recuerdo como le exponía la escena a mi maravillosa amiga Magda, con un tono relajado y mirada que apuntaba al horizonte. Ella sentada junto a mí en un banco de la ciudad, con la complicidad de siempre después de 20 años de amistad:

-Ahí es donde comencé a odiarle, un año antes, tumbada en aquella cama rodeada de
arena, observándole desconcertada en la playa más maravillosa que había visto, de ésas que te incitan a vivir una escena erótica de película. Un viaje estupendo… al menos para él. Desde ese momento secundé al famoso Mark Twain ya que como afirmaba, la forma más segura de saber si amas y odias a alguien es hacer un viaje con él.

Le amaba, ni mucho ni poco, sólo le amaba. La verdad que nunca he sabido ponerle
un número a mi amor, para mí es amar o no, todo creciendo juntos o nada.

Me di cuenta en ese instante que ya no ponía la mano en el fuego por él, por su amor, mi amor, nuestro amor. Por qué? El prejuicio. Aquellas personas eran de otra cultura, maravillosas, interesantes, enigmáticas, risueñas. Y para él? Bichos raros porque su gastronomía difería de la nuestra, sus bailes ritual eran prehistóricos y un sinfín de críticas simplemente por pertenecer a otra cultura. Todas sus calificaciones mostraban como guarnición una risa sarcástica, cosa que yo traducía en un sentimiento de superioridad por su parte.

No sé si fue la excusa perfecta para iniciar mi viaje en solitario pero mi sueño encontró la forma de salir al mundo exterior gracias aquella situación en la que mi mente cambio de perspectiva.

Que placer sentía realizando lo que quería y conmigo misma. Con una maleta llena de ropa, mucha ilusión y gran incertidumbre subía al avión firme sin mirar atrás, ni tan siquiera mis pensamientos estaban en el pasado, vibraba de emoción por aquel viaje.

Cilantro, canela, pimienta rosa, jengibre, comino… mi olfato quería identificar ese olor tan peculiar y era casi imposible definirlo. Extraordinario mercado árabe, el zoco más precioso que había visto. En Marrakech, bonita ciudad pintoresca, donde su olor y sabor no dejan indiferente a nadie, me encontré.

Enamorada de la artesanía marroquí, entre lámparas, faroles y shishas conocí comprando en una tienda a un hombre árabe, que hablaba español. Cruzamos dos palabras a causa de mi mala costumbre, lanzar mi pelo hacia mi hombro derecho sin cuidado alguno. Mi mano volaba por el aire y le tiré al suelo la tetera que iba a comprar.

-Bien bella. – me dijo.

Yo sonreí. No sabía qué hacer ni qué decir pero la expresión de su cara y su mirada me transmitió mucha paz.

Pude contemplar el artículo que compré en la tienda, sentada en un puff árabe en la habitación donde me hospedaba, sin saber que ese farol de forja en tonalidades rojas y anaranjadas cambiaría mi vida.

Mi estancia en Marrakech fue de un mes, y al tercer día me invitó la dueña del hotel a una fiesta nocturna en la que estaba obligada a llevar una sonrisa y ganas de pasarlo bien. Y eso hice. Secundé a Naima, una mujer bella de pelo negro caderas anchas hombros redondeados y cintura fina y elegante.

Después de la cena en el hotel, nos fuimos al misterioso evento. No tenía ni idea si la ropa que llevaba era la adecuada, y ni le quise preguntar a Naima. Suponía que habría sido precavida y me habría orientado en el caso de no poder llevar alguna prenda concreta.

Entramos a una casa poco iluminada, justo ví el tipo de farol que compré el primer día que llegué, entre otros, y para mi sorpresa escuché una palabra: bella. Era Amil, la persona que comparte la vida conmigo hoy.

Cada día es un descubrimiento nuevo. Nos rodeamos de personas que nos traen cariño, rencor, alegría, envidia, rabia, vitalidad, celos, etc. Podemos sentirnos víctimas o alumnos de la vida, del maravilloso viaje que nos está regalando cada día. Es un camino de crecimiento interior, las circunstancias nos invitan a cambiar de posición constantemente, y desafiarnos a nosotros mismos. Permítete una invitación contigo misma a salir a dar un paseo sola, a comer tu comida favorita, a cambiar tus patrones mentales negativos, a dejar ir aquellas personas que fueron y ya no son tan importantes en tu vida. Cada una de las personas que se cruzan en nuestro camino yo decido que se conviertan en mis maestros, y tú?

FIN


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