«El camino misterioso va hacia el interior. Es en nosotros, y no en otra parte, donde se halla la eternidad de los mundos, el pasado y el futuro» (Novalis, 1772-1801)

(Atardecer en Oporto a principios de agosto de 2016)

Vivimos en una época en la que el viaje de ocio se ha convertido en algo que no termina de cobrar sentido hasta que lo publicamos en una red social. Más aún, parece como si no resultase rentable el gasto que ha supuesto si no se lo mostramos a nuestros contactos.

¿Por qué lo hacemos? ¿El verdadero sentido del viaje es compartirlo en un escaparate de vanidades en el que verdaderamente poco o nada interesará a nuestros contactos más que para ver cómo íbamos vestidos, si nos hizo buen tiempo, con quién estuvimos…?

Vivimos en un viaje constante huyendo de nosotros mismos, rodeados del ruido del hilo musical, enchufados a unos auriculares que bloquean nuestros pensamientos más profundos, sin dejar de estar activos ni un minuto para no salirnos de la corriente que nos lleva, de forma cada vez más rápida, a un final del que probablemente solo seremos conscientes cuando llegue el momento, y eso con suerte, o no…

Igualmente, en un viaje de ocio huimos de nuestra rutina, pero también de nosotros mismos. Y ay de aquellos que en esta circunstancia se encuentran de sopetón con una realidad que para nada habían deseado para sí. Y es que, en esta huida constante, debemos evitar de manera especial el silencio y la soledad, que son los mayores enemigos del autoconocimiento, algo a lo que quizá no estamos preparados porque podría poner de vuelta y media nuestra vida.

Y, sin embargo, compartimos en las redes sociales todo lo que hacemos en nuestros viajes de ocio, y con nuestra mejor sonrisa, y repitiendo y repitiendo la misma foto todas las veces que haga falta, para que nuestros espectadores nos contemplen en plenitud, en medio de nuestra odisea por el mundo llena de aventuras y descubrimientos entre los que lamentablemente no se encuentra el más importante y trascendental de todos: el de uno mismo.

Seguir la corriente o cambiar de rumbo

Viví durante muchos años en Logroño, mi ciudad natal, y también surcada, como Oporto, por un imponente río, el Ebro. Los ríos rara vez no cumplen un papel de frontera natural en los territorios que atraviesan. También pueden ser una frontera espiritual: Caminar junto a un río como el Ebro o el Duero a lo largo de parte de su recorrido, seguir su corriente o remontarla, o cruzar uno de sus puentes pueden ser experiencias trascendentes, para dejar algo atrás y comenzar algo nuevo, o para reafirmarte y proseguir. Cada puente que encuentras en la vida puede significar un cambio de rumbo en ella, o también un salto de nivel. Los propios puentes te incitan a atravesarlos, a probar, pero no siempre es posible, sobre todo si ya tienes un destino claramente marcado que no pasa por ahí.

En este paseo a lo largo del Duero, desde el centro de Oporto hasta su desembocadura, me encuentro con dos puentes de los seis que cruzan el río de un lado a otro de la ciudad. Pero esta vez, y sin que sirva de precedente, he decidido seguir la corriente, la del Duero, que me lleva, después de más de una hora de agradable paseo, hasta un final no sé si tan mágico o incluso más: el océano. En él desaparece el Duero, desaparezco yo, y desaparece Gema, que tampoco había aparecido hasta ahora, pero que ha estado ahí, acompañándome.

Al final, todo viaje no es más que un encuentro con uno mismo

Las fotos son de Gema, mi acompañante en este fantástico paseo… Y es que generalmente realizo solo mis caminatas. A veces descubro lugares mágicos en los que pienso «How I wish you were here» («cómo desearía que estuvieras aquí»), como dice la canción de Pink Floyd… En este caso, tuve la fortuna de tenerla allí. Tampoco acostumbro a hacer fotos, pero ella sí las hizo, por suerte para poder publicarlas ahora en este texto; y captó de maravilla ese momento de encuentro conmigo mismo, y juraría que ella también lo experimentó por su parte.

En un eterno presente un niño miraba al horizonte y cantaba: «Camino sin destino, trazando una senda que nadie seguirá». Bueno, sí… esta vez me siguió y acompañó Gema.

OPORTO, a principios de agosto de 2016. Paseo nocturno a lo largo del río Duero desde el centro de la ciudad hasta su desembocadura en el Atlántico

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