¿Todos los mexicanos comen así? Julie me miró de la misma manera en que la gente mira a un perro tragarse el vómito que acababa de expulsar. Luego desvió la mirada, quizá con pena, quizá con /// No, no todos comemos así, pensé. Pero la velada no había empezado así. Habría que retrasar el reloj 25 minutos. Drake One Fifty. 150 de York Street, Toronto. ¿Qué tipo de personas vienen a un restaurante como este? Pregunté a Julie. Abogados, hombres de negocio /// Mi interés real, independientemente de imaginar a los personajes que habitan estos ecosistemas, estaba en la cuestión de si podría encajar aquí. Las primeras dos, tres veces me contestó, buscando genuinamente satisfacer mi curiosidad. Para la cuarta, quinta, pero especialmente para la sexta, dejó entrever su creciente molestia. ¿Qué tipo de personas vienen a un restaurante como este?… Tú, tú estás aquí ¿no? A pesar de ser la respuesta que buscaba, su hastío me expulsaba, me hacía más ajeno, más extranjero /// El trago de pinot noir aminoró (o disfrazó) el sentimiento de soledad. Me pregunté cómo sabría la mezcla de cabernet sauvignon y merlot, aquí llamada Dead Bolt. Suena muy seco, había dicho Julie cuando aún respondía mis preguntas. El pinot noir debería ser dulce… La luz tenue en esta atmósfera más bien oscura, me mostraba la realidad, el aquí, los espacios que permanecen oscuros me mostraban a mi, lo otro que también estaba aquí, los vacíos que mi mente /// Llegó la comida, vi las papas ennegrecidas por las brasas y quise que tuvieran forma de papas a la francesa, quise apachurrar los sobrecitos de ketchup que mi mamá robaba de McDonalds, Ay, Ma le decía en tono cariñosamente reprobatorio, mientras exprimía dos empaques al mismo tiempo, para después chuparme los dedos rojos y pegajosos. Volví al presente y miré a Julie. Pasó los siguientes veinte segundos (los conté) esquivando mi mirada. Puedo ver el futuro ¿sabes? dije acercando el plato que había alejado con desdén. Sé exactamente qué vas a hacer. Fue después del exactamente cuando Julie volvió a prestarme sus ojos grises, pero fue tras el hacer que supe que tenía su completa atención. Silencio dramático. Vas a echarme del departamento ¿verdad? Pregunta retórica. La solté así como quien suelta una frase cuyo contenido, y posible respuesta, no le produjera pavor. La respuesta vino en forma de Julie mirando su delgado reloj, como buscando el momento para irse. Me vas a sacar y voy a tener que encontrar donde vivir. Mis amigos son tus amigos, mucho más lo segundo que lo primero. Esto no lo dije, lo pensé. La decisión inmediata, quizá ante la idea de pasar hambre en un futuro cercanísimo, fue acercar el plato de pato y tragarme todo lo tragable, hasta las hojitas verdes que siempre he pensado son puro adorno. Los únicos momentos en que sus ojos volvieron a mi dirección fue para reprobar mi manera de tragar. ¿Todos los mexicanos comen así? Busqué sus ojos y cuando los encontré supe que sí, que sabía lo que iba a pasar. También puedo leer tus pensamientos, y estás enlistando todo lo que tú crees que son mis defectos. Todo cae en la idiosincrasia, en las brechas culturales. Había llegado a Canadá hacía tres meses como enviado especial de la revista /// debía trabajar, entre otras notas, en una cobertura completa de la Nuit Blanche. Debía entregar para antes del sábado una entrevista (foto, texto y video) de /// Tengo que irme, dijo Julie, tras ver por sexta vez (las conté) su delgado reloj. Escupí un poco y /// No vuelvas al departamento, dejaré tus… cosas (otra vez la cara de ver al perro comer vómito) con Jessica en el 7-Eleven de la esquina /// del puro susto escupí un poco. No supe qué escupí ni dónde cayó, mis ojos estaban incrustados en la nuca de Julie, que se hacía, con cada paso, más y más pequeña. Otra vez miró el reloj, o el teléfono, y se fue. Yo me quedé con /// No puedes echar a perder esto, advirtió Ricardo, el editor. Ahora no sólo tendrás que escribir diez artículos, me entregarás ahora puros textos de Pullitzer. Así lo dijo, yo escuché que había algo mal con su frase, que había dicho algo mal, pero no supe exactamente qué /// Los días con Julie, hasta hace muy poco, habían sido un sueño de esos que uno nunca piensa que se harán realidad. Mis chistes la fascinaban. La brecha cultural jugaba a mi favor, todo era novedad. Mis defectos eran virtudes, y si no virtudes, sí peculiaridades. Hasta mis maniobras en la cama funcionaban cuando antes nunca (y cuando digo nunca, es nunca) /// Pagué con la tarjeta no sin temor a que ésta fuera rechazada, y yo sin Julie… /// El golpe brutal del viento contra mi cara al enfrentar York Street me recordó que mi chamarra /// 7-Eleven /// Caminé hacia la primera instalación que figuraba en el mapa que había estudiado, pero me seguí de largo, dos, tres, cuatro cuadras /// Al diablo la chamarra, al diablo Jessica, al diablo la Nuit Blanche. Cuando debía mandar al diablo a Julie también, mi mente comenzó a repasar todas las cosas que estaban en mi maleta sin deshacer, si habría algo valioso, si podría sobrevivir sin todo eso. Sin razón, tomé Wellington, y sin razón, giré a la derecha. El frío me obligaba a caminar muy rápido. Tanto que, después de tomar Spadina Street, me encontraba en los muelles frente al Lago Ontario. Sin darme cuenta, me senté en el lado vacío de la banca donde un homeless se cubría trabajosamente con hojas de periódico. Al asegurarme que había notado mi presencia, dije Hace frío, ¿verdad? /// No, respondió, todavía no, pero ya casi. Subí los pies a la banca y sumí la cara entre las rodillas. Mientras escuchaba las olas y el viento, me repetí pero ya casi… pero ya casi.
YORK STREET, TORONTO, CANADÁ
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