I
Una figura estrafalaria y andrajosa, que respondía al nombre de Odi, peroraba encaramada a un palé de mercancías en el viejo muelle del puerto. Un enjambre de chiquillos, arrebozado en torno a él, espoleaba su vanidad animándole a repetir una y otra vez sus viejas historias, como la del nocaut a Mohamed Ali.
—¿De verdad tumbaste a Ali, Odi? —preguntó un chiquillo.
Odi miró a su audiencia y, concediéndose una pausa, respondió:
—Una vez le dije: “Eh, Ali, amigo, guanteemos un poco” y antes de que pudiera parpadear ya besaba la lona.
—Podrías haber sido un gran campeón…
—Tumbar a Cassius fue un incordio —cortó Odi con suficiencia—, mi misión consistía en vigilar al chico, que andaba enredando con esos pendejos de la Nación del Islam, una sarta de negros terroristas.
Escupió un humor verdoso y añadió:
—Lo último que me interesaba era que se corriese la voz de que había tumbado al Champ.
—¿Ali era un terrorista? —preguntó el muchacho.
—Ali era un buen tipo, tenía una derecha demoledora y un corazón de oro, pero descuidó la guardia con esos perros…, como la descuidó conmigo.
Unos chicos de mayor edad se sumaron al grupo. Uno de ellos se dirigió a Odi con sonrisa burlona diciéndo: “Anda, Odi, cuéntanos lo de Kennedy…”
—Jack me tenia estima y aquel cabrón siempre tenía whisky del mejor —las palabras brotaban de su boca pesadas y aguardentosas—, podíamos charlar, beber y reír tardes enteras…
Odi reía al contarlo, igual que había reído con Jack, mostrando a la regocijada concurrencia más huecos que dientes.
—Pero tú ayudaste a capturar a su asesino —replicó guasón el muchacho.
—Oswald era un canijo —dijo Odi—, yo conocía sus flirteos con los cubanos, pero nunca creí que se atreviera a tanto, sin embargo, cuando disparó sobre Jack, supe que había sido él.
—¿Cómo pudiste saberlo, Odi?
Odi no contestó y prosiguió:
—Les dije a los amigos del FBI: “Buscad a Oswald”, ellos sabían que mis palabras iban a misa.
—Vaya vida la de agente secreto, eh, Odi…
Odi bebió un trago de la botella que llevaba en la mano y aquel licor incierto y lacrimal orló sus comisuras. Miró al horizonte, los barcos esperaban turno para entrar por la bocana del puerto.
—No es oro todo lo que reluce, ¡cuánto no hubiera dado yo por regresar a mi patria, donde me esperaban mi mujer y mi hijo!… más de 20 años esperaron; siempre algún asunto complicaba mi regreso: un lío en China o aquella maldita complicación en Oriente Medio, allí fui secuestrado por el Mosad, a los que creía mis amigos.
—Pero seguro que conociste a muchas mujeres, Odi —comentó sarcástico otro muchacho.
—Alguna hubo, alguna hubo… tuve la desgracia de que aquella rubia de las películas se encaprichase de mí…, pero alguien me esperaba en este puerto —añadió melancólico.
—Sí ,sí, te esperaba… —se burló un pelirrojo—, mientras la pasaba por encima todo el Séptimo de Caballería.
Toda la chiquillada reía, pero Odi no escuchaba las burlas.
—Chicos, he cruzado los siete mares, podría contaros muchas historias, pero tengo que guardar secreto sobre tantas cosas…
Fue entonces cuando uno de los chicos mayores decidió que ya era hora de divertirse de verdad.
—Joder, Odi, si has recorrido los siete mares, supongo que no te importará darte ahora un chapuzón.
Y gritó al grupo:
—¡Al agua con el loco!
Entre grandes risotadas varios de los muchachos agarraron a Odi, que gritaba y pataleaba, y el cuerpo del agente especial voló por el muelle trazando una grotesca parábola hasta caer al espejo sucio e irisado del agua del puerto.
II
Odi, encamado con fiebres altas, pasó, por primera vez en muchos años, varios días alejado de la botella. Durante tres días experimentó pánicos y convulsiones, sus globos oculares trepidaban nerviosos como electrones en una corriente alterna. El médico recetó sedantes, pero los terrores no remitían. Su mujer le ponía paños fríos en la cabeza. En su delirio hablaba de hechizos, de la CIA, de traiciones, de monstruos marinos… Al inicio del cuarto día quedó profundamente dormido en posición fetal. Unos pocos días después despertó de aquel coma.
—He regresado —dijo—, he vuelto para permanecer contigo y con nuestro hijo por siempre. ¡Tenías que haber visto el recibimiento en el puerto, ha sido digno de un rey!
Su mujer le miró desconsolada.
—Odi, Odi, hubo un día en que tú fuiste un rey para mí, luego te desvaneciste como la niebla que flota en el puerto.
—Estuve preso —se disculpó él—, pero nuestro hijo vino a rescatarme.
— ¡Dios, Odi, sigues preso!, pero de tu locura… y nuestro hijo no puede ya rescatarte de nada porque tú no le permitiste crecer. Murió ahogado cuando era un niño y estaba a tu cuidado.
—¡No es cierto! —gritó él—, me envenenaron con pócimas y lotos, pero no pudieron doblegarme, mi hijo acudió a rescatarme.
—Cuando te internaron rechazaste toda medicación, gritabas que te envenenaban y veías a nuestro hijo en el rostro de cada muchacho.
—Soporté el oprobio del cautiverio porque sabía que bordabas esperándome —dijo él sonriendo bobamente.
—No, Odi, yo no bordaba…, tuve que ganarme la vida: hombres sin rostro tejían cada noche sobre mi cuerpo un sudario de salivas para enterrarme en vida. Yo tenía que destejerlo cada mañana para poder seguir.
—Sé que te pretendían en mi ausencia, a todos los rechazaste por mí, Penelope, mi amor —dijo, tomando su mano.
Penelope advirtió que Odi, aun en su locura, acertaba en lo fundamental: ella siempre había esperado.
—Si pudieses comprender…
—Creo que lo comprendo todo —dijo él de pronto mansamente—. Jamás puse un pie lejos de esta ciudad portuaria que me vio nacer, ¿verdad?
Pronunció esa frase y aspiró largamente el perfume de su amada, miró a su alrededor y vio su reino sosegado. Entonces, presintiendo la muerte, abrió los ojos con avidez, como Adriano. No quería perderse ni un detalle de los abruptos paisajes que habían de conducirle al reencuentro con su hijo.
ÍTACA
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