Cierro y abro los ojos, agudizo mi oído y sólo oigo los pájaros y una lejana melodía de jazz, me dejo llevar por el momento, un momento único y quizás mágico. Un momento, que si miro hacia atrás en el tiempo, me recuerda a todos los días que hemos pasado conociendo el mundo. Un mundo lleno de momentos, un mundo sin filtros, desde nuestro ojo de viajeros.
Despertarme cada día en un lugar diferente del mundo me apasiona, me llena de energía y de ganas de vivir. No es que mi vida diaria no me llene, muy al contrario, creo que lo bueno de emprender un viaje largo sin fecha de llegada como éste, es no huir de nada, no dejar atrás nada, quizás simplemente sea una forma de vivir, aquella en que mi zona de confort y mi espíritu aventurero conviven en armonía. Poder viajar,volver, viajar, volver… sería la utopía de mi vida.
Esa sensación de no saber qué día de la semana es, de olvidar por completo el mes en el que estamos e incluso dejar de mirar constantemente la hora ya que cuando viajas no hay tiempo, el tiempo te pertenece. Dejarse llevar por tus instintos, por tus ganas de conocer y de compartir. De ser verano todo el año, de echar de menos algún invierno y de saborear cada gota de lluvia en la África seca.
Cuando decidimos emprender la vuelta al mundo no éramos conscientes de todo lo que nos llevaríamos en nuestra mochila; aquella que nos ha acompañado en 240 días, sin separarse de nosotros, sin quejarse por cada golpe que le dábamos, sin opinar sobre si le parecía bien»la guagua», la «chiva» o el tractor al cual nos subiríamos y nos llevaría hacia un nuevo destino. Nuestra fiel amiga que a pesar de todo hemos llenado de momentos, sensaciones y vivencias únicas.
A medida que recorríamos países nos dábamos cuenta de lo afortunados que éramos de poder estar en ese lugar en ese preciso instante. Nunca olvidaremos el poder compartir con las personas que hemos conocido por el camino momentos importantes de sus vidas, como en Filipinas cuando nos invitaron al bautizo del nieto de la familia que nos alojaba. Poder estar allí como uno más, como si fuéramos los primos que han venido de lejos y que solo vienen para las bodas, bautizos,comuniones y entierros, ese simple gesto de compartir es el que hace que nos sintamos afortunados y agradecidos.
Cada país nos ha hecho pensar en valores que quizás en nuestro mundo occidental y con mente de primer mundo no prestamos la suficiente atención. Como la igualdad entre géneros; esa que aquí reivindicamos tanto en nuestros tiempos y de la cual presumimos poseer o al menos defenderla .En nuestro viaje hemos constatado que ese valor sigue siendo un hecho alejado y al alcance de pocas mujeres. En India pudimos ver esa lucha que tanto niñas, como mujeres como ancianas llevan a cabo en su día a día sin usar los puños o las acciones violentas con el simple poder de la palabra. Esa palabra que pide a gritos el derecho a la igualdad.
Sin embargo no todo el gran viaje es un plácido océano en el que navegar, muchas veces se transforma en una mar lleno de olas y de tormenta en el horizonte. Es ahí donde enfrentarse a los miedos e incertidumbres del camino te hace más fuerte, te hace conocerte a ti mismo y te lleva a límites que quizás antes no habrías cruzado. «Adaptar-se o morir», como decía Darwin.
Aunque hay ciertas imágenes que creo que nunca nos cansaremos de ver cuando cerremos los ojos y los volvamos abrir: el inmenso cielo azul de Australia, los místicos templo de Myanmar, el verde del eje cafetero de Colombia y un sinfín de paisajes imposibles de transmitir en una foto, hay que estar allí; sentirlo,verlo sin filtros.
Tampoco olvidar cada plato típico porque era un nexo de unión entre personas muy fuerte. Quien nos iba a decir a nosotros que un momento especial fue compartir plato, y si un único plato como allí es tradición, con nuestros anfitriones etíopes nos ayudaría a entender mejor su cultura y su forma de entender el mundo. Porque en cada mesa que nos hemos sentado a comer en cualquier país del mundo por muy diferentes que fueran nuestras culturas, nuestras religiones, nuestros atuendos o incluso nuestros idiomas, alrededor de una mesa todos éramos iguales, todos compartíamos algo y lo simples gestos y sonrisas daban paso a momentos de verdadera tolerancia. Una simbiosis entre personas.
Este viaje alrededor de 18 países, durante 8 meses de nuestra vida nos a dado el mejor de los regalos que jamás hayamos recibido, conocer personas que sin conocernos antes , nos han abierto las puertas de sus países, de sus vidas, de sus familias, de su día a día y sobretodo de sus corazones.
Las despedidas han sido duras y la vuelta a la realidad un choque interior,pero si ahora mismo vuelvo a cerrar y abrir los ojos sigo viendo un mundo lleno de personas, lugares y caminos que quedan por recorrer. ¿Te vienes? Volvamos a dar la vuelta al mundo mañana!
( vuelta al mundo 2015-2016, Mozambique, Etiopía, Jordania, India, Myanmar, Tailandia, China, Vietnam, Camboya, Laos, Filipinas, Australia, Argentina, Uruguay, Colombia, República Dominicana, Costa Rica, Nicaragua,
OPINIONES Y COMENTARIOS