El amanecer del limón

El amanecer del limón

Nos levantamos muy temprano, como todos los días. Desayunamos lo de siempre: café y frutos secos; llenamos las botellitas de agua y yo tuve la idea de escurrir medio limón aunque no había vaciado completamente la botella del agua de la noche (¿para qué derrochar esta agua?). María también escurrió medio limón en su botella, sacando un dedito de zumo. María miraba y miraba mi botella llena casi hasta la mitad y escurría y escurría su medio limón sin llegar a alcanzar «mi marca». Su cara de desconcierto me llamó la atención:

– María ¿qué te pasa?.

– ¿Cómo has conseguido sacarle tanto jugo a tu limón?, yo no puedo.

– Cariño…, guapa…, tres dedos son de agua, que no he vaciado la botella antes de exprimir el limón.

– Aaaaahhh¡¡¡ ya me extrañaba a mí. Yo digo: ¿cómo es posible que le haya sacado tanto zumo y yo no puedo?. Jajajajajajaja,

Jjajajajaja, nos reímos las dos.

Emprendemos el Camino hacia Viana, amanece, el sol empieza a salir por el horizonte, dulce, suave. Por el camino vamos riendo: jajajajajaja, ya me extrañaba a mi…. yo exprimía y exprimía el limón con todas mis fuerzas y no salía nada más y tu tenías la botella por la mitad… jajajajajajaja, pero, con lo floja que soy yo, ¿cómo podías pensar que le había sacado tanto zumo?, jajajajajaja.

Nos adelanta un joven con una bandera enorme, enarbolándola al viento, amarilla, con un león rojo, es escocés…

Nos detenemos en Sansol para tomarnos un refresco. Estamos con los escoceses y con unas chicas mañas (días más tarde formaremos un grupo de risas y amistad).

Reemprendemos la marcha solas las dos (no tenemos prisa para nada y siempre nos rezagamos). Caminamos por un camino asfaltado que tiene, a la izquierda, un pequeño bosquecillo de pinos y a la derecha, campos de cultivo. Caminamos y caminamos riéndonos de nosotras mismas y del limón: para mí, ese día será siempre el amanecer del limón.

Vamos confiadas y distraídas, solas, no hay nadie delante ni detrás, seguimos el camino, ya calienta el sol de agosto, charlamos y reímos…; a ratos callamos pensando en el bocadillo y la cerveza que vamos a comer a media mañana… María dice:

– Ya hace rato que no veo ninguna flecha amarilla, ¿tu has visto alguna?

– Pues la verdad es que no, pero no había ningún otro camino.

Seguimos quince minutos más caminando solas, queriendo ver ya flechas amarillas… pero no. La duda se instala poco a poco en nosotras: ¿nos habremos equivocado de camino?, no, no, seguro que hay una flecha amarilla un poco más adelante, vamos a ver…

Y no, no vemos flechas amarillas por ninguna parte, ¿qué hacemos?.

De pronto miramos hacia atrás y vemos a una pareja caminando hacia nosotras. Él lleva un mono vaquero y la gorra puesta del revés, ella mallas negras; caminan pausadamente, como paseando.

– Ves, sí que tiene que ser por aquí, ahí viene más gente…

Llegan a nuestra altura.

-Os habéis equivocado (nos dicen), el Camino no es por aquí. Tenéis que dar la vuelta y, cuando lleguéis a una casita pintada de rojo, por el caminito que la bordea bajáis.

– Vaya, muchas gracias. Y ¿no hay otro camino para no tener que volver?.

– No, lo siento, no hay otra forma, tenéis que dar la vuelta.

Y ellos siguen su camino hacia adelante.

María y yo nos miramos, desalentadas.

– Pues menos mal que los hemos encontrado, que si no, a ver hasta donde hubiéramos llegado.

– Bueno, paciencia, demos media vuelta y a la marcha, ¡qué tenemos que hacer!.

– La verdad es que parecían ángeles del camino. Nos los han enviado para decirnos que nos estábamos equivocando.

– María , mira que eres espiritual… estaban paseando por aquí….

– ¡Si, hombre, con el calor que hace han salido a pasear!, yo pienso, y siempre te lo he dicho, que hay alguien ahí arriba que nos cuida.

– Bueeenooo, volvamos.

Y deshacemos el camino: media hora en la dirección equivocada y media hora en la dirección correcta nos llevan a unos seis kilómetros recorridos de más.

Cuando llegamos de nuevo a Sansol, vemos enseguida la «preciada» casita roja y nos dirigimos hacia ella. Estábamos llegando ya cuando se abre la puerta del chalecito y aparecen de nuevo «nuestros ángeles»:

– Por aquí, por aquí (nos dicen), este es el caminito que debéis coger.

María y yo nos quedamos paralizadas, estupefactas, pálidas, agradecidas, creyentes totales y a la vez incrédulas.

– Gracias, gracias (es lo único que acertamos a decir).

POR DIOS, ¿de donde habéis salido?, ¡si habéis seguido hacia adelante…!, ¡si no nos ha adelantado ningún coche ni nadie a pie…! ¿como lo habéis hecho?… es lo que queremos decir, gritar, y no podemos, no lo hacemos porque nos hemos quedado mudas, cada una con el pensamiento bloqueado, intentado negarnos un milagro que es evidente.

Después nos cansaremos muchísimo (llevamos seis kilómetros de más), se nos acabará prácticamente el agua bajo un sol de justicia (los últimos sorbos de mi botella de agua recalentada con limón los compartiremos tres mujeres asustadas a las dos de un mediodía de agosto) y llegaremos a Viana en el límite de nuestros ánimos deshidratados, pero para siempre y por siempre, el amanecer del limón estará presente en nuestras vidas, no por las risas del limón exprimido, ni por la alternativa bandera escocesa, ni por la sed y el miedo al sufrimiento, sino por nuestros ángeles, que estaban velando por nosotras y vinieron a indicarnos el camino DOS veces.

Y sí, cada vez lo creo más: hay alguien allí arriba velando por nosotras en el Camino de Santiago. Unas veces hace sonar las campanas siempre que entramos en un pueblo, otras nos manda a alguien para darnos agua (aaayyy, que no somos previsoras¡¡), otras veces hace que nos encontremos casualmente con amigos y, cuando la cosa se pone mal, nos envía ángeles. Gracias.

EL CAMINO DE SANTIAGO FRANCÉS

ENTRE LOS ARCOS Y VIANA

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS